Entre los establecimientos clave de las zonas de marcha de cualquier ciudad se encuentran, sin lugar a dudas, las tiendas 24 horas en las que las ensaladas brillan por su ausencia, mientras que la comida basura puede encontrarse sin problemas.
Los empresarios que abren este tipo de negocios no son tontos, pues saben que no hay nada que apetezca más a una persona que se ha pasado con el alcohol que engullir grandes cantidades de alimentos grasientos antes de dar la noche por terminada, pero ¿por qué?
Con el fin de contestar a esta pregunta, la investigadora Jessica Kruger, junto a otros científicos pertenecientes a cuatro universidades norteamericanas, acaban de publicar en Californian Journal of Health Promotion un estudio en el que se analizan las preferencias alimentarias de un total de 300 estudiantes después de una noche de borrachera. Los resultados han sido bastante predecibles, pero no sólo pueden servir para confirmar lo que ya se sabe, sino también para dar datos con los que animar a las universidades a aumentar la información que se da a sus estudiantes sobre la importancia de evitar el alcohol y mantener una dieta sana.
Las causas del atracón
Ya en 2015 un equipo de investigadores de los departamentos de Medicina y Neurología de la Escuela de Medicina de la Universidad de Indiana, en Estados Unidos, llevó a cabo un estudio que concluía que la ingesta desmesurada de alcohol aumenta la sensibilidad del cerebro a las señales que se reciben de los alimentos a través del olfato.
En ese momento, el investigador principal del estudio, Martin Binks, concluía que se necesitaba más investigación al respecto, ya que en aquel trabajo sólo participaron un total de 35 voluntarias, por lo que se necesitarían muestras más altas de población, además de un análisis más exhaustivo de los procesos implicados.
Más tarde, en 2017, un nuevo equipo de científicos, esta vez del Instituto Francis Crick, de Londres, llevó a cabo un estudio con ratones, tras el cual concluían que el alcohol desencadena una actividad inusual en las neuronas AGRP, implicadas en los procesos relacionados con el hambre.
Ahora, este último equipo de investigadores ha contado con la participación de 300 estudiantes de una universidad pública del medio oeste de Estados Unidos, para llevar a cabo otro estudio sobre el tema. En este caso, los voluntarios realizaron una encuesta anónima sobre sus hábitos alimenticios, en la que también tuvieron que responder si solían comer antes de dormir después de una borrachera y, en caso afirmativo, cuáles eran sus opciones predilectas.
En general, todos coincidían en evitar las comidas saludables y optar por platos más salados y grasientos. Además, tampoco solían beber agua, aumentando el peligro de deshidratación al que ya de por sí se somete alguien que ha bebido alcohol. Pero este hábito no se restringía sólo a la misma noche en la que se bebía, sino que se alargaba hasta el día siguiente, en la que la mayoría de participantes aseguraron tomar desayunos muy poco saludables, en comparación con sus opciones habituales.
Las calorías vacías y el efecto aperitivo
Además de ser el causante de todo tipo de enfermedades, algunas de mucha gravedad, el alcohol es una gran fuente de calorías vacías, ya que proporciona mucha energía, sin ningún valor nutricional. Esto hace que contribuya fácilmente a la obesidad, especialmente por esta costumbre de comer alimentos poco saludables a través de lo que los expertos califican como el "efecto aperitivo".
Por este motivo, una de las conclusiones de los responsables de este estudio es que las universidades deberían informar a sus estudiantes sobre el peligro que supone llevar a cabo este tipo de hábitos después de tomar alcohol. Además, también aseguran que unas de las razones por las que los jóvenes recurren a esta clase de comidas es porque a las 4 de la mañana resulta mucho más accesible un trozo de pizza que una ensalada.
De cualquier modo, este estudio cuenta con limitaciones, como que las respuestas de sus participantes podrían estar falseadas por las lagunas de memoria habituales después de una noche de borrachera. Además, algunos de los jóvenes voluntarios eran menores de edad, por lo que, aun tratándose de una participación anónima, podrían haber mentido para no reconocer que toman alcohol.
Por lo tanto, aún es necesario investigar más sobre el tema, aunque sí que hay algo que ya tienen claro todos los investigadores y cualquier persona con algo de sentido común: el principal problema en estos casos es el propio consumo de alcohol, ya que conlleva todo tipo de perjuicios para la salud, mucho más allá de la obesidad. Por eso, la mejor forma de cuidar la alimentación es cortando el problema de raíz y cambiando el alcohol por otras opciones más saludables.