El cuidado de su hijo del Dr. Spock se publicó en EEUU en 1946 y supuso toda una revolución en la literatura para madres de la época. Aunque en España no se vendió mucho, en el mundo anglosajón fue un auténtico bestseller, con más de 50 millones de ejemplares vendidos desde que salió al mercado.
Aunque la obra del pediatra sirvió para difundir conceptos muy innovadores para la época -por primera vez, alguien se atrevía a afirmar que no pasaba nada por dar de comer a un bebé fuera de las tomas establecidas, por poner sólo un ejemplo-, el libro ayudó también a expandir un concepto erróneo, que es ahora mismo una creencia popular sumamente arraigada.
La idea es que el consumo de lácteos aumenta la producción de flemas y empeora, por tanto, las enfermedades respiratorias, desde el asma hasta el resfriado común. Harto de escuchar a padres en su consulta preguntándole por este asunto, el especialista en medicina respiratoria pediátrica del Royal Brompton Hospital Ian Balfour-Lynn decidió llevar a cabo una revisión de todos los estudios publicados hasta la fecha sobre el tema, para encontrarse con la realidad: la creencia no tenía ninguna evidencia científica detrás. Sus conclusiones han sido publicadas en la revista Archives of Disease in Childhood.
El origen del mito
Se cree que el mito comenzó hace más de 800 años y que lo originó el médico y líder judío Moses Maimonides, que ejerció en Egipto, donde murió en el año 1204. Él escribió un tratado sobre el asma en el que advertía contra el consumo de ciertos alimentos que generaban flemas y que incluía comidas grasientas, legumbres, comidas pesadas, queso y leche. También la medicina tradicional china asociaba el consumo de lácteos a unas flemas más espesa aunque, en general, alababa a la leche como alimento.
Pero fue sin duda el libro del Dr. Spock el que ayudó a afianzar el mito. De hecho, como recalca el autor de la revisión, todavía en su última edición -de 2011- se puede leer: "Los productos lácteos puede causar más complicaciones asociadas a los mocos y una mayor incomodidad cuando se sufren infecciones del tracto respiratorio superior".
Lo curioso es que la ciencia ha estudiado muchas veces esta cuestión, siempre para concluir que no existe relación. Una posible explicación a esta creencia tiene que ver con la proteína β-casomorphin-7, que se forma con la ruptura de ciertos tipos de leche y que regula la expresión del gen MUC5AC, que incrementa la secreción mucal.
Sin embargo, todo este proceso sucede en el colon, por lo que la mucosa sólo pasaría al tracto respiratorio si hubiera una permeabilidad intestinal, algo que no sucede en las infecciones, aunque podría pasar en trastornos más raros como la fibrosis quística.
Para el autor de la revisión, la explicación de que la creencia esté tan extendida reside en la percepción. La leche es una emulsión y la saliva contiene componentes que la hacen espesa y que interactúan rápidamente con las emulsiones, aumentando su volumen. Es decir, lo que la gente siente como un aumento de mocos cuando toma leche no es otra cosa que los propios agregados de la leche en combinación con la saliva.
En definitiva, concluye el artículo, aunque la textura de la leche puede hacer que mucha gente sienta más espesos sus mocos y la saliva -y más difíciles de tragar-, no existe evidencia de que la leche lleve a un exceso de secreción mucolítica. De hecho, los datos apuntan justo a lo contrario.