Desnatado, 0,0%, sin grasa... da igual la denominación: para cualquier persona con problemas de sobrepeso (más del 50% de la población en España), los productos lácteos están totalmente proscritos a no ser que se asegure de que la grasa, en cualquiera de sus formatos, brilla por su ausencia. El objetivo es no ganar peso y, con ello, mejorar la salud. Pero la estrategia podría no ser la correcta.
La denostada leche entera y los yogures del mismo tipo -que actualmente parecen poder consumidos con tranquilidad sólo por los niños- se acaban de asociar en un nuevo megaestudio, con más 130.000 participantes de 21 países, a menores tasas de enfermedad cardiovascular y mortalidad.
El trabajo pone cifras a la relación. Son tres las raciones de estos productos que se relacionan con estos menores porcentajes de enfermedad en comparación con el consumo de media ración de lácteos enteros.
Aunque el nexo no es nuevo, porque ya había habido otros metaanálisis y estudios observacionales que lo establecían, la conclusión contrasta con la mayoría de guías nutricionales, que recomienda tomar entre dos y cuatro raciones de lácteos al día de productos lácteos siempre que sean bajos en grasa o totalmente desnatados.
El trabajo, no obstante, tiene truco.y éste está en el propio diseño del mismo, denominado PURE (siglas en inglés de Epidemiológico Rural Prospectivo Urbano). La razón: lo que los investigadores hicieron fue preguntar a los participantes cuántos lácteos consumían y seguirles durante una cantidad importante de años -una media de nueve-.
A partir de ahí, compararon sus primeras mediciones con la presencia de dolencias del corazón y, en efecto, los que consumían más leche y yogures enteros -la mantequilla y el queso no mostraron esas propiedades- tenían entre un 14% y un 23% menos riesgo de sufrir las patologías cardiovasculares más graves, así como de mortalidad general.
Parece un razonamiento impecable para cambiar las recomendaciones actuales y animar a la gente a ponerse hasta arriba de lácteos enteros, pero no es tan sencillo. Como señalan los autores de un comentario que acompaña al artículo, investigadores de la Universidad de Sidney, Australia, las guías nutricionales no deben cambiarse todavía. El motivo: no se estudió la variabilidad del consumo de lácteos a lo largo de los años de seguimiento.
Así, se pudieron dar dos escenarios que empañen el bonito escenario pintado por los autores de PURE. El primero, que el consumo general de lácteos de alguno de los países participantes aumentara en general tras hacerlo su nivel económico -muchos de los países eran pobres o muy pobres- y, el segundo, que sus efectos protectores estuvieran asociados a la edad -sobre todo en los participantes más jóvenes de 45 años- y se disiparan cuando pase más tiempo.
"Lo ideal sería que que los autores de PURE hicieran un nuevo análisis a los participantes en cinco o diez años para confirmar estos resultados iniciales", afirman los editorialistas, que advierten a los lectores: "Hay que ser cauto y tratar este estudio sólo como una pieza más de evidencia (aunque una importante) dentro de la literatura científica sobre este aspecto".