La semana pasada, decenas de médicos españoles recibieron el informe de actividad del Centro de Coordinación de Alertas y Emergencias Sanitarias (CCAES), una entidad que tiene como función coordinar la gestión de la información y apoyar en la respuesta ante situaciones de alerta o emergencia sanitaria nacional o internacional que supongan una amenaza para la salud de la población.
Esta comunicación es periódica, pero la última llamó la atención del jefe de Servicio de Medicina Preventiva y Epidemiología del Hospital Clínic de Barcelona, Antoni Trilla. El boletín describía que el miércoles 12 de diciembre la Comunidad de Madrid había notificado al Centro Nacional de Epidemiología (CNE) un caso confirmado de sarampión.
Hasta ahí, nada raro. Aunque los antivacunas se empeñen en seguir haciendo ruido, en España -no se puede decir lo mismo de Europa- las coberturas de vacunación siguen siendo muy elevadas y son raros los brotes de esta enfermedad, pero existen casos, alrededor de unos 200 al año. "No hay transmisión sostenida y así nos lo ha reconocido la Organización Mundial de la Salud (OMS)", explica a EL ESPAÑOL Trilla.
Pero lo que era un poco inquietante no era el caso aislado en sí, sino lo que podía significar. El protagonista es un auxiliar de vuelo de la compañía Vueling Airlines y -he ahí el problema- realizó múltiples vuelos nacionales e internacionales durante el periodo de máxima transmisibilidad de la enfermedad. "No se descarta la aparición de nuevos casos relacionados con este brote a nivel europeo en los próximos días", afirma la alerta.
La aerolínea no tiene ninguna responsabilidad sobre lo ocurrido -siguió los protocolos establecidos- y, de hecho, fue un pasajero el que probablemente inició la transmisión de la enfermedad: alguien que había sido diagnosticado en Francia después de haber volado el 8 de noviembre con el azafato del que habló el CNE.
¿Cuántos potenciales afectados?
Pero obviamente, este auxiliar de vuelo no supo que se le había transmitido la infección y siguió trabajando durante varios días, seguramente hasta que la dolencia empezó a dar los síntomas clásicos, que explica Trilla: rinitis, tos y conjuntivitis. Los tres preceden a la clásica erupción roja que caracteriza al sarampión y que, destaca el especialista, se "cura sola en el 99,9% de los casos".
Pero, ¿qué pasa con el porcentaje restante? Según destaca el especialista, uno de cada 1.000 afectados muere, lo que ha provocado las 72 muertes asociadas a la enfermedad declaradas en Europa en el último periodo computado.
Por esta razón, es importante controlar cualquier brote y esto sería muy fácil de hacer si una de las fuentes de la infección no fuera precisamente un auxiliar de vuelo. Como explica a este diario Rafael Ruiz, un residente de tercer año que acaba de hacer una rotación en el CCAES, este caso ilustra la importancia de que todos estemos vacunados. Porque el problema del sarampión es que se trata de una enfermedad contagiosa, y mucho. "Por poner sólo un ejemplo, el ébola tiene un índice RO -el parámetro que mide la capacidad de reproducción de una enfermedad- de dos o tres personas por cada caso producido, mientras que en el sarampión asciende a hasta 15".
Si, además, la fuente es un auxiliar de vuelo, el problema se multiplica, porque su número de contactos suele ser mayor. Los protocolos europeos establecen que si se comunica un posible brote originado en un avión se contacte a todo el pasaje, con especial atención a niños menores de dos años, mujeres embarazadas y personas inmunodeprimidas.
Al menos cinco azafatos afectados
Y eso es lo que tiene más que ocupados a los expertos en salud pública. Ya se ha avisado a las comunidades autónomas y, al menos en teoría, a los pasajeros de los vuelos que compartieron espacio vital no sólo con el azafato original, sino con otros cuatro compañeros a los que ha contagiado, un compañero suyo del mismo vuelo y tres casos más "en auxiliares de cabina de la misma compañía". Todos ellos pudieron repetir la secuencia del primer caso, trabajar y transmitir potencialmente la enfermedad a los pasajeros de los vuelos que, a su vez, pudieron hacer otros viajes y escalas.
Aunque Ruiz reconoce que "no hay que llamar a la alerta", si apunta a que se podría repensar la posibilidad de que los azafatos tuvieran que estar vacunados obligatoriamente, igual que tienen que tener la vista perfecta o tener una medidas determinadas. "Es una opinión personal, pero el hecho es que exponen a cientos de personas".
Sin embargo, dado el anonimato lógico con el que se está llevando este caso, tampoco se sabe aún por qué se contagió el auxiliar de cabina que originó el brote ni sus cinco compañeros -cuya nacionalidad se desconoce-. Ruiz apunta a que las generaciones actuales nunca han estado expuestos a lo que se conoce como sarampión salvaje, por lo que su inmunidad depende "exclusivamente de la vacuna". "No se sabe si serán casos de fallos vacunales o que no estén inmunizados", reflexiona.
En cualquier caso, las autoridades sanitarias no sólo españolas están haciendo lo que se tiene que hacer: hacer posible que a todos los pasajeros que presenten síntomas se les estudie como casos potenciales de sarampión.
"Para que haya inmunidad de grupo, tiene que haber una cobertura vacunal del 95% en el caso del sarampión; en España la tenemos y el virus lo tiene complicado, pero en otros países europeos está bajando", subraya Trilla, que bromea: "Se podría decir que la península ibérica es como la aldea de Astérix, que resiste ahora y siempre al invasor".
Y el invasor que ha afectados a los azafatos podría, según la propia alerta del CCAES, haber llegado al menos a Portugal, Italia y Alemania, países donde han realizado viajes los casos confirmados durante el periodo de transmisibilidad. La tarea que tienen por delante los expertos en salud pública es, sin duda, grande.