"Alrededor del 10% de los niños y adolescentes en España padece acoso escolar, lo que aumenta entre dos y tres veces el riesgo de sufrir depresión respecto a la población escolar general". Quien habla es Celso Arango, director del Instituto de Psiquiatría y Salud Mental del Hospital General Universitario Gregorio Marañón y catedrático de la Universidad Complutense. Arango lleva años tratando a niños y adolescentes objeto de bullying, analizando las consecuencias de un tipo de maltrato que se da de forma habitual en centros escolares e institutos de todo el país y que en los casos más extremos acaba con el suicidio de las víctimas.
Los datos son alarmantes. Según un estudio publicado en la revista European Journal of Education and Pshychology, alrededor del 6% de los estudiantes de educación secundaria y superior en España están involucrados en este fenómeno de alguna forma. Y lo que es peor, el 83% afirma haber presenciado alguna circunstancia que podría considerarse bullying. Los motivos que llevan a un joven a acosar a otro son tan perversos como variopintos, pero destacan tres: las características diferenciadoras de las víctimas (26,3% de los casos), la agresividad y/o diversión de los acosadores (25,8%) y la manía que tienen a determinadas personas (24,2%).
El drama del acoso, sin embargo, puede no acabar tras la etapa escolar. De hecho, existen algunos estudios que apuntan que aquellas personas que sufren bullying son más propensas a sufrir mobbing en el trabajo. "Hay estudios longitudinales que ponen de manifiesto que el riesgo de acoso se mantiene a lo largo de la vida por el hecho de ser distinto. Personas con menos empatía, trastornos del espectro autista, cuadros depresivos crónicos, etcétera", afirma Arango.
Es el caso de Juan (nombre ficticio), víctima de bullying y de mobbing que, a sus 41 años, se sienta frente a un grupo de periodistas en el XVIII Seminario Lundbeck Bullying y Mobbing. La huella del acoso en la salud mental para contar su caso. Su infierno comenzó en la niñez, cuando apenas era un crío, y se prolongó hasta bien entrada la edad adulta en su lugar de trabajo. Asegura que entendió muchas de las situaciones que había sufrido el día que le dijeron que tenía el síndrome de Asperger.
¿Cómo era tu situación en el colegio? ¿De qué forma se materializaba el acoso que sufrías de niño?
Trataba de evitar a determinadas personas que se dedicaban a hacerme la vida imposible. Intentaba quedarme durante el recreo en la biblioteca o salir por lugares por los que no pudieran verme. Me escondía en la biblioteca o en el baño, donde fuera, pero siempre intentando evitar estas situaciones agresivas hacia mí, que se producían incluso cuando estaba el profesor delante.
¿Durante cuánto tiempo sufriste este tipo de prácticas?
El bullying juvenil comenzó cuando empecé la formación profesional, en el primer grado, los dos primeros años. Había una serie de personas que no tenían interés en estudiar y ahí fue. En el colegio también había algún algún niño mayor que en algún momento me podía hacer alguna burla o bromas pesada. A veces intentaban agarrarme entre varios, pero era más puntual. Pero el acoso más grave lo sufrí en la formación profesional, era una clase en la que los chicos se metían conmigo porque, debido a mis características personales, era una víctima bastante fácil.
¿Por qué crees que te convertiste en el objetivo de los acosadores?
Por mi forma de ser. Me veían como un objetivo fácil. Soy más vulnerable. No me di cuenta de esto muchas veces. Cuando empezaban a meterse conmigo yo no me defendía, y eso me convertía en una víctima casi perfecta para aquellos que me buscaban.
¿De qué forma se materializaba el bullying?
De muy diversas formas. Algunas veces me cogían entre varios compañeros mayores y me daban calambres en los brazos. También me cogían entre varios de las cuatro extremidades y me intentaban golpear en los genitales con un árbol, por ejemplo, o con la portería. En el instituto eran más ‘sutiles’: me ponían chinchetas en el asiento para que me las clavara, me tiraban petardos, o me quitaban la silla al sentarme, me tiraban bolas de papel… Lo típico.
¿Cómo reaccionabas ante esto?
Sintiéndome culpable. Yo siempre he sido consciente de que tenía alguna diferencia. Me sentía culpable por no ser capaz de socializarme tan bien como el resto y por que me pasaran este tipo de cosas. Yo se lo cuento a mis padres y mi madre es la que toma las riendas. Pero cuando llega al instituto se encuentra una situación que, al parecer, era habitual. En determinadas clases era muy habitual que se dieran este tipo de prácticas.
¿Se actúa?
Se actúa, pero también se mira hacia otro lado. El bullying es un problema que siempre ha existido. El gran problema es que el sistema no está preparado para reaccionar, para tomar medidas en el asunto. Lo normal es mirar para otro lado y echar la culpa a la víctima.
¿Te planteaste cambiar de centro educativo?
Si la situación se hubiese mantenido con esa intensidad durante cinco años, habría tenido que marcharme. La situación fue mejorando a medida que fueron saliendo de allí determinadas personas. Pero es verdad que cuando te colocan en el centro de la diana es muy difícil salir porque los compañeros te identifican como una víctima potencial. Y cuando alguien vuelve a hacer algo parecido, vuelven a ponerte de nuevo en el punto de mira. Hay gente que imita al líder de la manada, por así decirlo, y otros que no participan pero que miran y ríen.
¿Qué consecuencias tuvo para ti el bullying?
El bullying empieza a traducirse en episodios de ansiedad, luego llega la depresión, y luego aparecen otras cosas. Empiezas a desarrollar dinámicas de evitación. No eres consciente de que tú no eres el culpable ni el responsable. Se trata de una situación que permite el sistema. Una situación muy complicada de la que es muy difícil salir una vez que estás dentro.
Por aquel entonces yo no era consciente de en qué se traducía la ansiedad. Pero acabas teniendo dolores de cabeza, problemas digestivos, dolores de espalda… He somatizado muchas cosas y era incapaz de explicar lo que estaba pasando. Alguna vez me preguntan qué es lo que ha pasado y me cuesta recordarlo cuando yo soy una persona que recuerda mucho los detalles.
¿En algún momento buscaste ayuda profesional?
Llevo yendo a psicólogos desde los cuatro años. En aquella época no sabían lo que era el síndrome de Asperger y me daban una serie de pautas, pero sin saber cómo conseguir que yo pudiera socializar mejor con los demás y pudiese explicarme. Muchas veces es difícil que alguien empatice contigo si eres incapaz de decirle lo que te pasa.
¿En tu colegio se supo en algún momento que eras diferente, que tenías el síndrome de Asperger?
Ser diferente, tener alguna característica particular, es un factor de riesgo a la hora de sufrir bullying. En mi caso también influyó que en aquel momento no estaba diagnosticado. El diagnóstico para mí ha sido una especie de luz, cuando realmente he empezado a entender cuáles son mis problemas y las diferencias. Eso me ha ayudado muchísimo y también me ha dado seguridad. He conseguido entender que esto no es culpa mía. De hecho, ni siquiera es culpa del acosador muchas veces. El entorno no es consciente del daño que está haciendo.
También sufriste mobbing. ¿Cómo empezó esta situación en el trabajo?
En el trabajo que tengo actualmente [Juan es funcionario] era algo normal. Hay personas que son responsables y, luego, el entorno promueve que esto suceda. Yo entré un día a trabajar y prácticamente desde ese momento tengo que pedir ayuda. Desde el principio empecé a sufrir una serie de extorsiones muy graves que tengo que explicar a la médica de cabecera. Llegaba en un estado de agitación y malestar tremendo, y es ella la que decide mandarme a salud mental. Cuando llegas a salud mental no te ponen una etiqueta. Todo lo contrario. Te dicen: "No eres tú el que tendría que estar aquí".
¿Quiénes eran tus acosadores?
Superiores. Personas que tenían un estatus superior. Pero el resto de compañeros no hacía nada. De hecho, yo se lo comenté a un sindicalista y me dijo que eso había pasado siempre, que aguantara unos años y que luego me dejarían en paz. Pero en mi caso se prolongó durante 11 años. Y volví a experimentar de nuevo la culpa, porque veía que nadie hacía nada. Esto se traduce en más problemas del sistema digestivo, en la piel, en el pelo, que se me caía. Sufría mucha ansiedad. Y depresión. Y culpa, porque yo pensaba que era culpa mía. Mi cabeza era como una turbina que se encendía y, en cualquier momento, con cualquier cosa, rememoraba las situaciones de acoso. No entendía lo que estaba pasando. No podía entenderlo. No podía asumirlo. Y algo así es terrible.
¿Qué secuelas te ha dejado el acoso escolar y laboral?
Evidentemente, secuelas siempre quedan. Ahora mismo estoy mucho mejor gracias a la ayuda psiquiátrica y psicológica, pero, evidentemente, se modifica el cerebro. Cuando alguien sufre acoso prolongado puedes acabar desarrollando hasta esquizofrenia.
¿Qué le dirías a la gente que está en tu lugar?
Lo principal es que ellos no son culpables, son simplemente responsables. Hay que enseñarles a utilizar herramientas. Hay muchas personas que han sido víctimas de acoso o han presenciado acoso a las que hay que hacer responsables, enseñándoles a utilizar esas herramientas para que todo el mundo sepa que esto es una cosa normal. Ocurre en muchos sitios, hay muchas personas que han sido víctimas de acoso y han presenciado acoso. Lo importante es no normalizarlo, porque hay cosas que no son para nada normales. Es un mensaje que puede ahorrar mucho dinero, mucho sufrimiento, y un grave problema a la sociedad.