Han transcurrido casi 35 años desde que se estableció que el agente causante del síndrome de inmunodeficiencia adquirida (sida) era el virus de inmunodeficiencia humana (VIH), más de tres décadas desde que la comunidad científica estableció que ambas siglas eran dos conceptos distintos. El VIH es un patógeno que en la actualidad se puede controlar con distintos regímenes de medicación antirretroviral (algunas consistentes incluso en sólo un comprimido al día y otras, en investigación, en inyecciones cada mes).
En el Día Mundial de la Lucha contra el Sida, que se celebra este 1 de diciembre, es importante recordar que, no obstante, ni la infección ni la enfermedad son actualmente curables. La razón: aunque los fármacos consiguen que el virus se reduzca tanto que ni siquiera se pueda detectar en un análisis -y sea, así, intransmisible incluso aunque se mantengan relaciones sexuales sin protección- una pequeña proporción de estos se esconde en los llamados reservorios, rincones del organismo donde quedan durmientes hasta que se dejan de tomar los medicamentos y vuelven a colonizar el cuerpo y rebajar drásticamente las defensas.
Sin embargo, el sida es una enfermedad que todavía mata a 940.000 personas al año, la gran mayoría en el África subsahariana. E acceso en dicho continente a los tratamientos disponibles -financiados en España por el Sistema Nacional de Salud- es mucho más difícil que en los países desarrollados, por lo que el virus no se controla y termina causando la enfermedad y las infecciones asociadas a la bajada de defensas que provoca.
La confusión que persiste
Sin embargo, todavía existe confusión sobre la similitud entre ambos términos -sida y VIH-, que se puede ver en los medios de comunicación y en las redes sociales cada vez que se publica una noticia relativa a algunos de los dos.
También es frecuente leer informaciones que equiparan equívocamente la presencia del VIH en la sangre de una persona con la posibilidad de que transmita el virus a sus contactos sexuales, algo que no es ni mucho menos sinónimo.
Se trata de un patógeno cuya transmisibilidad por vía sexual es relativamente baja. En un coito vaginal, una mujer penetrada por un hombre seropositivo -sin preservativo- tendría entre un 0,1% y un 0,2% de adquirir el patógeno, porcentaje que aumenta si se es penetrado analmente a un 1%. Por supuesto, las posibilidades aumentan según lo hace el número de exposiciones.
Por supuesto, las posibilidades se reducen al mínimo si se utiliza preservativo que era, hasta hace poco, la única vía de protección demostrada frente al VIH, aunque medidas como la circuncisión contribuyen a reducir la transmisión del virus.
Pero desde hace ya varios años se sabe también que las personas con carga indetectable no transmiten el patógeno, aunque practiquen sexo sin condón. Se ha demostrado en diversos estudios con parejas serodiscordantes, en las que uno de los miembros tenía VIH y el otro no.
Cualquier persona que es diagnosticada como seropositiva y puesta en tratamiento deja, por lo tanto, de poder transmitir el VIH nada más comenzar la terapia. El problema se da con los diagnósticos tardíos, que Sanidad ha cuantificado en España como un tercio de los casos, pero que se dan sobre todo en personas que no se hacen la prueba por desconocimiento de haberse expuesto al virus.