"Estamos en bragas en lo que se refiere al conocimiento científico del coronavirus", explica a EL ESPAÑOL un médico que prefiere no dar su nombre. Esta expresión, que no destaca por su elegancia es, sin embargo, un buen reflejo de la situación actual sobre lo que se sabe y no se sabe -sobre todo esto último- del patógeno que ha dado la vuelta a nuestras vidas en lo que se supone que iban a ser los segundos felices años 20.
Con la desescalada a la vuelta de la esquina -aunque falta saber los detalles, ya se ve un final-, las noticias científicas sobre el virus son todo menos tranquilizadoras: síntomas que no se habían visto, enfermedades que coinciden en el tiempo con la infección y que no se sabe si están o no relacionadas con el Sars CoV-2 o medicamentos que se ven como el bálsamo de fierabrás y acaban matando gente.
Sin ser alarmistas, es fácil pensar que el desconfinamiento irá y volverá; de hecho, se funcionará por "ensayo y error". El problema: cuántas vidas y enfermos nos pueden costar. Estas son algunas de las razones para la alerta que pueden hacer replantearse a cualquiera el querer salir de casa, aunque el Gobierno lo permita.
Síntomas nuevos
Todavía para la mayoría de los españoles los síntomas básicos del COVID-19 son fiebre, tos y disnea o sensación de ahogo. Pero estos signos se han multiplicado en los últimos meses. Primero fue la pérdida de gusto y olfato, luego las lesiones en la piel de niños que coincidieron sospechosamente con la pandemia del COVID-19 y la lista ha seguido creciendo.
Los Centros para el Control y Prevención de las Enfermedades de EEUU (CDC) ha ampliado en los últimos días su listado de síntomas de la enfermedad. Los nuevos incorporados son seis: Escalofríos, temblores y escalofríos que no ceden, dolor muscular, dolor de cabeza, dolor de garganta y pérdida reciente del olfato o el gusto.
Enfermos interminables
En España se ha hecho conocido el caso de la ministra de Igualdad, Irene Montero, que ha estado 42 días en cuarentena, mucho más de los 14 que se recomendaban al inicio y que se siguen aconsejando a los pacientes que no se han hecho el test, a día de hoy la mayoría.
Pero los médicos de familia están viendo casos similares en personas sin pruebas. Mónica Lalanda, médica e ilustradora muy implicada en la divulgación del COVID-19 -ha congregado a decenas de médicos en una plataforma virtual para exigir protección a los sanitarios- , retuiteaba, con muchas respuestas que lo corroboraban, el tuit de un médico que explicaba cómo dos pacientes suyos que habían sufrido todos los síntomas del COVID-19 hace un mes, los habían vuelto a experimentar a los 30 días.
Puesto que la mayoría no se han hecho pruebas, tampoco se sabe en qué punto exacto de la enfermedad se encontraban y se encuentran, pero es algo que mosquea a los profesionales.
¿Medicamentos fiasco?
Dentro de que desde el principio se observó que el coronavirus no se iba a poder curar fácilmente, no ocurrió con este patógeno lo mismo que, por ejemplo, con el VIH. Desde el inicio de la epidemia, primero los médicos chinos y luego los del resto del mundo empezaron a ensayar con medicamentos ya existentes o en fase de investigación. Al principio, las noticias eran muy buenas. Un viejo fármaco para la malaria y su derivado algo más moderno, la hidroxicloroquina, eran administrados a muchos enfermos con aparentes buenos resultados. Semanas después, en ciertos ensayos clínicos se han detectado muertes por sus efectos secundarios.
Otro fármaco desarrollado inicialmente para el ébola se veía como la gran promesa, al ser publicado un ensayo clínico con él en la prestigiosa New England Journal of Medicine, pero pronto empezaron a llegar críticas sobre la calidad del trabajo. La realidad es que faltan meses para que se inicien los ensayos clínicos multitudinarios que puedan demostrar que este y otros compuestos serán la clave contra la enfermedad y, por el momento, ninguno se ve como claro caballo ganador.
Enfermedades posteriores
Otro punto que preocupa y mucho a los especialistas son las consecuencias del COVID-19. El periódico The Washington post recogía hace apenas dos días un fenómeno que se está observando en hospitales estadounidenses: el de gente joven que sufre infartos cerebrales y que están infectados por coronavirus, muchos de ellos sin saberlo.
Según el rotativo estadounidense no se trata de un fenómeno multitudinario, pero sí lo suficientemente llamativo para que tres grandes hospitales del país hayan anunciado que van a publicar series de pacientes con exactamente este mismo episodio que, además, incluye una nueva incógnita: los ictus que padecen son distintos de los que se registran habitualmente en gente mayor, con imágenes radiológicas muy diferentes.
Niños en la UCI
Al principio de la pandemia, se asumió que los niños prácticamente eran inmunes al COVID-19. Los primeros estudios publicados en pacientes en China, demostraban un porcentaje mínimo de prevalencia en los menores que, además, cuando sufrían la enfermedad lo hacían de forma leve.
Pero la situación ha ido cambiando y de asintomáticos vectores han pasado a ser infectados con síntomas leves y, en los últimos días, se ha empezado a ver un fenómeno realmente alarmante.
La Sociedad de Cuidados Intensivos Pediátricos de Reino Unido ha registrado varios casos de niños que han ingresado en la UCI con una mezcla de síndrome del shock tóxico y enfermedad de Kawasaki, en un estado de hiperinflamación multisistémica. Lo curioso: algunos de ellos eran positivos a Sars CoV-2 y otros no. Pero la coincidencia con la pandemia sin duda da que pensar.