Madrid, Madrid, Madrid… desde hace un par de días no se habla de otra cosa en los medios de comunicación, y motivos tenemos. Bueno habría sido empezar a hablar antes, de hecho. El problema es que, con tanto focalizar la atención en un punto, podemos hacer creer al resto del país (40,5 millones de personas) que esto es una cuestión local, como en determinado momento lo pareció en marzo.
En absoluto es así: aunque los méritos de Madrid por encabezar cualquier lista de calamidades son indudables (suben de nuevo todas las incidencias de casos por 100.000 habitantes, suben los ingresos hospitalarios, las UCIs, los fallecidos…), hay al menos otras siete comunidades autónomas con una situación más que delicada en este momento.
La noticia tiene su punto negativo pero también hay una interpretación positiva: durante prácticamente todo agosto y la primera semana de septiembre, el crecimiento era sostenido en todas las comunidades, quizá con la excepción de Asturias y después de Aragón y Cataluña. Eso ha variado. De alguna manera, el mapa de los contagios se ha partido en dos con el regreso de la nueva normalidad.
Algunas de las razones se veían venir: aumento de densidad en grandes centros urbanos, vuelta a las oficinas donde no todo el mundo lleva mascarilla, visitas a familiares que a su vez se han juntado con grupos distintos… Lo que siempre ha sido septiembre, y no se ha preparado convenientemente. Igual que Madrid está eclipsando al resto de España, la famosa “vuelta al cole” ha eclipsado de alguna manera el regreso a la normalidad como un todo y el daño en determinadas regiones está siendo tremendo.
Tomemos por ejemplo Navarra. Es cierto que su baja población hace que los porcentajes suban y bajen con facilidad, pero la situación se ha complicado muchísimo en las últimas semanas. Después de un mes de julio movido -en Navarra se vivieron varios de los primeros rebrotes, vinculados en principio con la celebración oficiosa de los Sanfermines en varios barrios de Pamplona-, agosto había traído al menos algo de estabilidad.
Pero en septiembre nos encontramos con un panorama tremendo: la incidencia acumulada llega a los 558 casos cada 100.000 habitantes en los últimos 14 días… y lo peor es que el indicador más temprano, el de los últimos 7, supera ya los 300. Solo Madrid se mueve en esas cifras y solo Aragón lo ha hecho en algún momento de esta segunda ola.
Tras Navarra, nos encontramos varias regiones en apuros, no solo por su volumen actual sino por su tendencia (País Vasco, por ejemplo, mantiene una incidencia brutal, pero parece haberla controlado en los últimos diez días). Las dos Castillas muestran un crecimiento constante, más acusado en el sur que en el norte, como ya sucedió en la primera ola.
Emiliano García-Page siempre ha insistido en que la culpa es de Madrid, que irradia positivos a las inmediaciones, pero parece que el virus se vuelve a cebar con la provincia de Ciudad Real, que presenta según los datos del Instituto Carlos III, la tercera con más contagios en las últimas dos semanas, justo por delante de Toledo, ambas rozando los 400 casos por 100.000 habitantes.
Es cierto que Ciudad Real y Madrid están conectados por AVE, pero parece más probable que, de haber conexión en los contagios, sea por parte de trabajadores que van a su puesto la capital y luego vuelven. En cuanto a Toledo, la relación con el sur de Madrid sí parece mucho más obvia. Los límites provinciales son realmente difusos en toda esa zona. Algo parecido pasa en Castilla y León, donde Segovia acumula una incidencia por encima de la media (327,8) aunque sea Salamanca la provincia más afectada (340,5).
Tampoco se pueden explicarse las altas incidencias en La Rioja (420,14) o Murcia (326,86) por su cercanía con la capital, salvo que volvamos a las tesis de los malvados madrileños contagiosos que inundan La Manga con el virus. El turismo, en general, no ayuda, pero no puede ser la única explicación. Tampoco sirve para justificar los altos números de Extremadura ni, sobre todo, su tendencia al alza en las últimas tres-cuatro semanas.
Más preocupante es el caso de Aragón. Desde el primer gran brote de la segunda ola, que se produjo en Huesca, se han sucedido las medidas de control y las alertas en hospitales. El número de muertos ha sido significativo: 383 desde finales de julio, y cuando por fin se había logrado revertir la tendencia, bajando de una incidencia de casi 600 casos por 100.000 habitantes a menos de la mitad, llevamos ya una semana con tendencia claramente ascendente, con Teruel por encima de los 350 y Zaragoza en torno a los 325.
Me parece un ejemplo de lo realmente difícil que es salir del hoyo cuando has cavado y cavado durante tiempo. Aragón sigue teniendo una alta incidencia hospitalaria y un número de muertos llamativo. Esto no es “bueno, tomo medidas cuando la cosa esté mal y en un periquete se soluciona todo”. Madrid, como vemos, no está sola en esta debacle, pero su torpeza en la gestión es de matrícula.