Tenemos un problema con los datos en nuestra sociedad y es que están en todos lados. Cuando uno entra en su cuenta de Twitter ve un número de seguidores que se actualiza al instante, cuando quiere consultar sus acciones en bolsa, la cifra que ve en la pantalla es exactamente la que sirve para comprar o vender; cuando juega a un videojuego, todo, al momento, se actualiza de golpe, como por arte de magia.
Vivimos en un mundo rápido, de estadísticas y gráficas, un mundo en el que el número impone su ley y no admite discusión. Incluso cuando llega con retraso, como en la evolución del paro o las bajadas del PIB, nos llega completo, sin matices, dibujando la realidad tal y como es.
O eso queremos creer. Porque el problema es que los datos son interpretables y rara vez son puros y cristalinos. Lo que nos ha enseñado esta pandemia es, para empezar, que España no estaba preparada para su gestión. No había un sistema ágil de recogida de información y envío de esa información a una base de datos común que siguiera unos parámetros comprensibles.
Desde el diagnóstico en el ambulatorio a la contabilidad de ese caso en un PDF de Sanidad o de una consejería autonómica pueden pasar días. El manejo de herramientas estadísticas no está al alcance de cualquiera y a menudo se hace con torpeza (no tanta como en Reino Unido, donde los problemas llegan hasta la simple utilización de un Excel) y lentitud.
A los datos de la pandemia les hemos pedido que sean verdaderos y que estén actualizados a tiempo real. Desgraciadamente, ambas cosas no son posibles. No en medio de un tsunami.
Volvamos al ambulatorio en el que las jornadas se van a las diez horas, con turnos agotadores y gente entrando y saliendo de la sala de pruebas. ¿Cuándo se hace una pausa, se cuentan todos los PCR hechos, se añaden los resultados según llegan del laboratorio de referencia, se rellena la ficha del paciente y se mete todo en la aplicación de la administración de turno? Pues cuando se puede, sin más.
Y hay días que se puede y otros que no. Ahora, multipliquen este escenario por los centenares de ambulatorios que hay en cada comunidad. Para hacerse una idea, aunque existe una Base de Datos Clínica de Atención Primaria en la web del ministerio, los últimos resultados publicados son de 2017.
Tenemos la percepción del mundo como uno de esos canales de YouTube que se pusieron de moda en marzo, en los que veíamos cómo cada caso en cada país se actualizaba al instante, como si fuera una red social.
No, los datos tardan su tiempo y en medio pasan por demasiadas manos, de manera que, si no se cuidan bien, lo que quedan son simplemente los sesgos de opinión. ¿Miente el ministerio de Sanidad cuando dice que la situación en Madrid es crítica? No. ¿Miente el gobierno de la comunidad cuando dice que la situación en Madrid al menos es mejor que hace tres semanas? Tampoco.
El problema, en rigor, es que ninguno de los dos lo sabe. Manejan datos que les llevan a pensar una cosa o la otra. Algunos apuntan al volumen y otros apuntan a la tendencia. El asunto es que ni conocen ese volumen ni conocen esa tendencia cuando hablan en rueda de prensa. No la conocen ni cuando legislan.
Establecer un mínimo o un máximo de casos cuando los resultados se conocen con semanas de retraso es absurdo. Todos los datos van a estar incompletos, para bien o para mal.
Pongamos el ejemplo típico, que es el de Madrid, aunque solo sea porque en sus informes la comunidad va actualizando cada cifra por día. Si el 16 de agosto uno hubiera mirado los casos acumulados en los siete días anteriores se encontraría con un total de 8.111. Si buscara entre los últimos 14 días, le saldrían 13.884.
Ahora bien, si analizamos ahora, dos meses y medio después, la situación en aquellas dos semanas, los resultados son bien distintos: con los datos ya casi definitivamente consolidados, vemos que la semana del 10 al 16 de agosto hubo 11.921 contagios (un 46,9% más de los que creíamos en principio) y si tiramos atrás hasta el 3 de agosto, nos encontramos con 19.253, es decir, un 38,67% más sobre un volumen ya considerable.
¿Mentía el PDF de la comunidad de Madrid el 17 de agosto cuando sacó los primeros datos? Desde luego que no, era la información que se manejaba. ¿Mintió algún responsable cuando salió a decir “bueno, tampoco son tantos casos, la situación parece controlada?”. No necesariamente; de nuevo, esos son los datos que estaban disponibles entonces.
Que estuvieran disponibles no quiere decir que fueran “reales”. Incluso los que tenemos ahora podrían modificarse en otros dos meses. Dicho esto, insisto, ¿se puede legislar a partir de datos que no son concluyentes? Es muy complicado.
Aún no sabemos ni cuántos muertos hubo en marzo o en abril, como para saber qué incidencia acumulada de contagios ha habido en tal ciudad en los últimos catorce días. Parece imposible seguir un único parámetro.
Aparte, la situación sin la tendencia no sirve de nada. El error más común a la hora de afrontar esta pandemia es precisamente el fiarse de la situación y no darse cuenta de lo obvio: si tienes 100 casos por semana y pasas a 200 la semana siguiente, no puedes esperar a que sean 400. Te estás metiendo en un lío. Eso lo explicaba recientemente Angela Merkel a la perfección, pero, vaya, no hace falta ser un genio para darse cuenta.
Atajar los crecimientos bruscos desde el inicio es el gran reto, pero no es fácil ser consciente de esos crecimientos ni es fácil tomar medidas restrictivas cuando los casos parecen pocos y los hospitales -aún- están vacíos.
La manipulación de los datos con fines partidistas daría para otro artículo pero aquí estamos con la información técnica, la que pasan los distintos organismos de salud pública. ¿Cuántas veces hemos oído en este país y en otros aquello de “todavía tenemos pocos casos” o “la presión hospitalaria es casi inexistente” o “a ver, es que suben los casos porque hacemos muchos tests”? Continuamente. Eso y la cantinela de los asintomáticos jóvenes que no contagian. ¿Son declaraciones falsas? En absoluto, pero no nos sirven de nada en una pandemia.
En una pandemia, hay que estar con un ojo dos semanas atrás, a la consolidación de los datos pasados, y un ojo dos semanas adelante, a la proyección de la tendencia que arrastras. Nosotros estamos al último dato, al triunfo político de 24 horas. Las sociedades occidentales están pecando de miopía y es una miopía que tiene que ver, ya digo, con la inmediatez.
Como decían en la película francesa El Odio (Mathieu Kassovitz,1995), vivimos con la mentalidad del hombre que se tira desde el tejado de un rascacielos y a cada piso se repite “hasta aquí, todo va bien”. Lo importante no es la caída, es el aterrizaje. Y el aterrizaje siempre es violento. Lo ha sido en España y lo está siendo ahora en Europa. No hay atajos.
Cuando vemos a alguien caer, sabemos que tarde o temprano chocará contra el suelo e intentaremos amortiguar ese choque como sea aunque la última “actualización” lo ubique aún en el decimoquinto piso. Hay que anticiparse, no reaccionar.
Establecer límites de proyección y no solo de situación. No esperar ni a 50 casos por 100.000 habitantes en una semana sino parar antes, cuando veamos que se va a llegar a esa cifra. Convivir con el virus no puede consistir sino en un constante fijarle reglas, como a un adolescente.
Porque, sinceramente, de lo visto hasta ahora, y van ya siete meses y pico, más que mentiras se aprecia una ineptitud absoluta. Casi nadie sabe de lo que habla y, claro, lo adapta a su mensaje. Los datos, a menudo, son incontestables… pero no son reales. Como si la realidad nos asustara. Y sin entrar en la jaula, será imposible domar al león.