La principal expresión del pensamiento mágico en referencia al coronavirus es fantasear con que el virus entiende nuestras razones y sigue una cierta lógica.
Por ejemplo, asumir que como hay una legislación por la que uno puede quitarse la mascarilla para comer en un restaurante, en cuanto pongo un pie dentro del recinto ya soy inmune y puedo ir saludando a gritos desde la puerta.
Algo parecido pasa con la actitud hacia los seres queridos, aunque quiero pensar que esto ya lo tenemos más claro con el consecuente desgarro inevitable en nuestros sentimientos: si yo quiero a mi abuela y mi abuela me quiere a mí, ¿cómo demonios nos vamos a contagiar una enfermedad letal el uno al otro? Le pedimos al virus que razone y sienta, y eso, obviamente, no es posible.
El riesgo de contagio es el mismo independientemente del contexto social o de la persona con la que estemos. Descubrir eso, insisto, ha sido doloroso. Y esto nos lleva, inevitablemente, a la Navidad.
Lo malo de la Navidad es que siempre la hemos entendido como unas fechas en las que todo es posible y eso invita de nuevo al pensamiento mágico. Días de euforia, alegría y villancicos.
Lo bueno de esta Navidad es que venimos sobre aviso, es decir, que sabemos que hay determinadas cosas que no se pueden hacer bajo ningún concepto y otras con las que hay que ser comedido.
Todo el mundo habla de una tercera ola en enero -a nivel internacional- porque se da por hecho que la traerá el frío junto al relajamiento de las medidas y los comportamientos.
Las imágenes de este fin de semana en algunas ciudades no son ciertamente esperanzadoras, pero la concentración en exteriores no es lo que más me preocupa. Estas son algunas recomendaciones para no convertir las fiestas más entrañables del año en un foco de contagio masivo.
1. Ir siempre un paso detrás
Salvo novedades negativas, parece claro que cada comunidad autónoma va a poder legislar independientemente dentro de unos mínimos comunes. Hay que recordar que el hecho de que algo se pueda hacer no implica que se tenga que hacer. Las autoridades van a intentar meterse lo mínimo posible en nuestras libertades individuales pero es nuestra responsabilidad ejercer esa libertad con criterio.
Si nos dejan juntarnos a seis pero con cuatro tenemos bastante, ideal. Si nos dejan juntarnos a diez, pero somos ocho, no hace falta invitar a los primos para cumplir el cupo. La apertura de la hostelería allí donde sea posible no implica que haya que reservar un salón cerrado para cenar todos juntos y cantar villancicos. Pensemos, siempre, que si algo es peligroso y quizá no sea peligroso el año que viene, puede que merezca la pena esperar esos doce meses.
2. Mezclar el mínimo
Legislar es complicado porque no atiende a matices. La recomendación del ministerio es que no se junten más de seis personas en ningún momento. Sin embargo, incluso Fernando Simón o comunidades autónomas como Galicia o Madrid han insinuado la viabilidad de ampliar a diez los invitados… siempre que se mantenga el mismo número de hogares no convivientes. En otras palabras, es más peligroso que se junten tres parejas a celebrar el fin de año que juntarse dos familias de cinco miembros.
En ese sentido, habría que estudiar cuál es el papel que juegan los niños en todo esto. Alberto Núñez Feijoo declaró recientemente que su intención era omitirlos del conteo. Llevado al extremo, puede ser peligroso (diez adultos ya pueden ser cinco o más hogares distintos), pero con cautela tiene sentido. Ahora bien, el límite de diez es importante cumplirlo, niños incluidos. Seis más niños o diez con niños. Más de eso parece imprudente.
3. Reducir la movilidad
Este es un tema peliagudo porque son las fechas en las que los universitarios vuelven a sus hogares, los hijos y los nietos van a reunirse con padres y abuelos a los que hace meses que no ven y así sucesivamente… Ahora bien, la incidencia del virus vemos que varía mucho según la región y de ahí los cierres perimetrales. Si nos volvemos a mezclar todos sin control alguno, es más probable que el virus halle nuevos hogares donde antes apenas circulaba y si hay un repunte en una región, no se quedaría ahí.
Del mismo modo, si alguna está más segura, puede verse más expuesta. Por supuesto, esto depende mucho de la situación de cada uno. Habrá casos en los que el viaje se hace inexcusable. Otros en los que es una mera tradición evitable. Si está en este último supuesto, lo mejor es que salte un año la costumbre.
4. Evitar los espacios cerrados
El problema de la Navidad, y centrémoslo en la cena de Nochebuena, la de Nochevieja, la comida de Navidad, la de Año Nuevo o la de San Esteban allí donde sea costumbre, no es que nos reunamos sino cómo nos reunimos. La estampa típica navideña es una mezcla intergeneracional, todos apiñados en un salón, comiendo y hablando a la vez a gritos, con los niños cantando y las ventanas bien cerradas por el frío que hace en estas fechas. Bien, eso igual se puede cambiar.
Evitar los espacios cerrados es un consejo útil durante todo el año y no deja de serlo ahora. Sé que es complicado reunirse al aire libre con el termómetro bajo cero, pero, si por lo que sea es posible, habrá que intentarlo. Y si nos vamos a reunir bajo techo -lo más probable, no nos engañemos- seamos prudentes: intentemos llevar la mascarilla el mayor tiempo posible, tengamos cerca el gel hidroalcohólico y elevemos la voz lo justo y necesario. Porque yo me convenza de que son unas navidades normales o deben serlo… el virus no tiene por qué estar de acuerdo conmigo.
5. Ni comer ni cenar
Esta es una cuestión importante. Supone un cambio radical en nuestros hábitos. En España nos reunimos para comer o para cenar. Como mucho, si la cosa se tuerce, para merendar. Eso supone un riesgo tremendo porque es necesario quitarse la mascarilla y un escenario en el que estamos una hora o más todos con las mascarillas quitadas es peligrosísimo. El aperitivo, los platos, los cafés, una copita, fulanito quiere fumar… Es mucho tiempo compartiendo aire.
Sin embargo, si quedamos para pasar un rato juntos sin necesidad de quitarnos la mascarilla más que de forma esporádica puede tener sentido. Si el asunto es vernos, veámonos, compartamos los momentos y recordemos un año infausto, pero sin necesidad del marisco, el pavo o lo que sea norma en cada casa. Sé que a su vez esto es un nuevo palo económico para determinados sectores, pero ese es otro debate.
6. Ventilar siempre
Hemos pasado todo el domingo viendo imágenes preocupantes de aglomeraciones de gente comprando regalos y viendo las luces, como cualquier otro año. Y, sin embargo, por preocupantes que sean, hay que tener en cuenta que la probabilidad de contagio en exteriores es muy pequeña. Mucho menor, desde luego, que en interiores. Por eso, si hemos decidido mantener las celebraciones en un domicilio, es importante que dejemos una ventana abierta constantemente para que entre aire nuevo y otra para que salga. Es imprescindible, de hecho.
Sabemos ya que el virus se contagia por aerosoles y que esos aerosoles se quedan suspendidos en el aire independientemente de la distancia que exista en el momento de emitirlos. Con las nuevas corrientes, esas micropartículas se van arrastrando hacia el exterior y dejan de ser un problema. Aun siendo conscientes de que hace frío y que las soluciones en ese sentido tendrán que ser ingeniosas, conviene no jugársela.
7. Evitar el jolgorio
Las pequeñas victorias. Los pequeños objetivos. Cada segundo de “normalidad” que le robemos a 2020 ha de ser celebrado como un triunfo. Si conseguimos reunirnos con cinco seres queridos, bienvenido sea. Si son nueve, estupendo. Si puedo hacerlo en mi casa o en casa de los abuelos, adelante. Si me puedo llevar a los niños a ver las luces, pues vale. Yo no lo recomiendo, pero lo entiendo.
Ahora bien, insisto en que no hace falta que todo sea “como antes”. Si nos vamos a reunir en un interior, con demás familiares y con dudas acerca de la ventilación mientras nos comemos un lechazo, al menos evitemos las panderetas, las borracheras, los ataques de entusiasmo etílico, los villancicos a voz en grito y las discusiones sobre política de punta a punta de la mesa. Seamos moderados. Seamos alemanes.
Puede que todo esto no baste y puede que incluso saltándose alguna norma evitemos el contagio. Son muchos hogares celebrando a la vez y hay que ser genérico. Celebren pero con cuidado. Festejen pero con sentido. No piensen que el virus sabe que es 24 de diciembre o que es 1 de enero. Los riesgos son exactamente los mismos, procuren que sean las mismas las precauciones.