El recuerdo de las anteriores desconexiones vacacionales está demasiado reciente como para obviarlo. Entramos en julio con una incidencia nacional de 8,47 casos por 100.000 habitantes cada 14 días y salimos de agosto con 205,53. Entramos en el puente de diciembre con 231,11 y a mediados de enero ya superábamos los 700. Es razonable que tengamos dudas cuando de nuevo vienen fechas de dispersión, sin colegios, con reuniones familiares y pretensión de normalidad al menos intraprovincial.
A eso hay que sumarle la incertidumbre de la falta de información. El ministerio echa hoy el cierre hasta el lunes con una incidencia a 14 días de 152,3… pero con una incidencia a 7 de 79,89, es decir, la proyección es al alza aunque no de manera escandalosa. La subida de detección de esta semana respecto a la anterior es del 24,5%, pero hay que tener en cuenta que hasta siete comunidades autónomas contaron con un festivo menos, lo que obviamente aumenta el número de tests y por consiguiente el de positivos detectados.
¿Qué nos encontraremos el lunes 5 de abril, después de tantos días sin más información que la de los informes regionales de las distintas comunidades? Difícil de saber. Aún más importante, ¿cuánto tiempo tardarán los datos, con tantos festivos de por medio, en reflejar la realidad de la transmisión del virus?
Son preguntas legítimas y que generan preocupación. Hasta ahora, las autoridades han legislado con un ojo en la incidencia acumulada y el otro en el porcentaje de ocupación de los hospitales. Ahora, tal vez, lo sensato sería fijarse sobre todo en lo segundo sin perder de vista la tasa de positividad, que nos debería dar una indicación de por dónde va la cosa.
En el peor de los casos, podríamos repetir los errores pasados y reaccionar tarde, pero lo cierto es que la legislación ya es ahora bastante estricta o desde luego lo es más que en navidades o en verano. La sensación es que, pese a la manida fatiga pandémica, somos más conscientes como sociedad de qué hacer para intentar evitar esta posible cuarta ola que en otros momentos.
En cualquier caso, aunque se disparara la transmisión y volviéramos a un escenario que triplicara o cuadruplicara la incidencia actual (y además lo descubriéramos tarde por los retrasos de notificación), es complicado pensar en unos incrementos como los que hemos visto anteriormente.
Se podría pensar que la vacunación, además, rebajaría el número de casos graves pero eso es hasta cierto punto engañoso: los muy graves, es decir, los fatales, se dan mayoritariamente entre los mayores de 80 años, que es la población más vacunada ahora mismo en todo el país. Ahora bien, los que requieren hospitalización y sobre todo los que necesitan respiradores y camas UCI pertenecen sobre todo al grupo de entre los 60 y 79 años, que representan más del 60% de los casos.
Estas franjas de edad están empezando a recibir la primera dosis de sus vacunas justo ahora en varias comunidades autónomas, lo que quiere decir que de momento no están protegidas y que, de haber un estallido, se pueden ver afectadas y colapsar los hospitales.
No habría tantos muertos como en los doce meses anteriores pero se podría generar un problema de atención y ocupación hospitalaria, sobre todo en comunidades como Cataluña o Madrid, que ya viven en el filo de las 400 camas UCI ocupadas con casos Covid desde que empezó el año. Un repunte podría complicar muchísimo el trabajo de los sanitarios ya agotados que no acaban de ver el final a todo esto.
Ahora bien, al ritmo actual (los datos de este miércoles ya hablan de casi 300.000 dosis administradas en apenas 24 horas), cada día que pase sin una subida radical es un día ganado. Incluso si la Semana Santa deja su huella, mientras lo haga poco a poco, nos dará tiempo a ir inmunizando a más y más población y no solo a los ancianos. A corto plazo, se podrían ver esos repuntes hospitalarios, pero a medio-largo, no se mantendrían, que es lo que realmente acaba colapsando un sistema sanitario. Esto, insisto, en el peor de los casos.
En el mejor escenario, España seguiría subiendo, sí, pero sin saltos bruscos. Una subida regular, que no sobrepasara nunca el 50% intersemanal y que de alguna manera escalonara el número de nuevos ingresados. Algo parecido a lo que fue la tercera ola en países como Francia o Italia cuando no se empeñaron en “salvar la Navidad” y que puede que nos suceda a nosotros ahora que hemos renunciado con mucho tiempo de antelación a “salvar la Semana Santa”.
Desde luego, el virus es imprevisible y media Europa está ahora en medio de una nueva ola incluso tomando medidas bastante drásticas, pero en principio, España está siguiendo un ritmo epidémico muy parecido al de Reino Unido, Irlanda y Portugal, donde no se observan variaciones importantes.
Con la movilidad restringida y con la hostelería cerrada o limitada en casi todas las comunidades autónomas -incluso Madrid, turistas aparte, ha legislado al respecto-, la duda que nos cabe es cómo afectarán las vacaciones escolares. No sabemos si hay relación directa o no, pero el hecho es que cuando los chavales salen del círculo de seguridad de sus colegios, la transmisión aumenta.
Si es casualidad o causalidad, aún es pronto para saberlo, pero conviene tenerlo en mente. En este mejor escenario, nos quedarían dos o tres semanas de aumento de casos hasta una cifra en torno a los 300-400 nacionales y con alguna comunidad en serios apuros, pero poco más.
Por supuesto, no es un escenario soñado, pero es que estamos en una pandemia y además toca crisis. Insisto en que es el mejor escenario dentro de lo posible: limitaríamos las defunciones al rebajar la edad de los afectados y aunque no reduciríamos el porcentaje de nuevos ingresos en relación a los casos detectados, sí caería el número total en comparación sobre todo con la tercera ola por el simple hecho de que la transmisión sería más baja.
El problema, ya digo, es que tardaremos en enterarnos, así que lo único que podemos hacer es contener la respiración y jugar con hipótesis. ¿Sería más fácil pagar a alguien para que al menos se publique el informe diario? Seguramente, sí, pero esa batalla ya está perdida. Intentemos ganar las restantes.