A medida que se despliegan las vacunas contra la Covid-19 en España, se desmadeja la composición de los grupos con prioridad para recibir los sueros de los distintos fabricantes, al menos, de los que tienen su producto autorizado por la Unión Europea.
De entre los 15 colectivos especificados originariamente, hay uno para el que todavía no hay ni una sola vacuna probada: la población infantil. Todos los preparados que se encuentran actualmente disponibles están dirigidos a población mayor de 18 años. Solo una de ellas, Comirnaty, desarrollada por Pfizer y BioNTech, tiene rebajada la edad hasta los 16.
Evidentemente, era algo que las farmacéuticas tenían que solucionar y, en la actualidad, hay varios ensayos en marcha para comprobar la eficacia y seguridad de las vacunas en grupos más o menos amplios de menores de edad. De momento, solo Pfizer pidió la autorización de su vacuna en Estados Unidos para adolescentes entre 12 y 15 años a principios de mes, y hará lo mismo este miércoles ante al Agencia Europea del Medicamento. Para el resto, todavía pasarán algunos meses antes de que se presenten resultados y las indicaciones de estos productos puedan incluirles.
Pero, ¿es necesario? Es la pregunta que plantea un estudio publicado en JAMA Network Open, revista de la Asociación Médica Americana. En el mismo se plantea que una estrategia de rastreo de infecciones asintomáticas en niño de moderado éxito puede controlar la expansión del virus aunque la cobertura vacunal entre los adultos no alcance el 50% de la población. Es decir, se conseguiría un efecto similar al de la inmunidad de grupo.
Se trata de un modelo teórico que, no obstante, ha tenido en cuenta numerosas variables: desde el número reproductivo efectivo del virus hasta la eficacia de las vacunas frente a la Covid-19 grave (95%) y su capacidad para evitar el contagio (50%).
Rastreo de infecciones asintomáticas
Los investigadores, liderados por Alison P. Galvani, de la Escuela de Salud Pública de Yale, tomaron como referencia el censo de Estados Unidos para estratificar y determinar la amplitud de distintos grupos de edad y analizaron diversas hipótesis de población vacunada, desde ninguna en absoluto hasta un 60% de cobertura. Calculaban, además, que el 10% de la población ya tendría una inmunidad preexistente por haber pasado la enfermedad.
Así, con una cobertura vacunal del 40% de los adultos (al ser grupos prioritarios los de más edad, supusieron un 80% de vacunados entre los mayores de 50 y un 22% entre adultos de hasta 49 años) solo sería necesario detectar una de cada 10 infecciones asintomáticas en niños en los siguientes dos días al contagio para mantener la tasa de ataque (es decir, la población infectada en todo un año) por debajo del 5%. En caso de que se tardara tres días en detectarlas, habría que elevar la cifra de identificaciones a una de cada 7.
En el caso de aumentar la cobertura al 60% de los adultos, solo sería necesario detectar el 6% de infecciones asintomáticas en los siguientes tres días al contagio.
“En un escenario en que las vacunas solo están disponibles para adultos, nuestros resultados muestran que si solo uno de cada 10 niños infectados fuese identificado dentro de los dos días siguientes a la infección”, indican los autores, “la tasa de ataque global podría reducirse a menos del 5%”.
Vacunar a los niños no es imprescindible
Con el 70% de las personas vacunadas en España a finales de verano, tal y como ha anunciado repetidamente el Gobierno, todavía faltarán meses antes de que se presenten resultados de la eficacia de los preparados contra la Covid-19 en niños, por lo que la estrategia propuesta en el estudio "puede ser una buena opción", reflexiona Ángel Hernández Merino, miembro del Comité Asesor de Vacunas de la Asociación Española de Pediatría.
"La vacunación infantil va a depender de tres cosas", apunta. "Que haya vacunas seguras y eficaces; que el control de la transmisión del virus en la comunidad necesite de controlar y reducir la transmisión infantil, y que se logre demostrar que la vacunación frena esta transmisión".
El punto importante es el segundo. "En septiembre será el momento de reflexionar cómo está la transmisión comunitaria, si hemos conseguidos el objetivo de reducirla. En ese caso, no va a ser necesario vacunar a los niños".
Esto no quiere decir que se frenen los ensayos. "Las vacunas infantiles hay que hacerlas y tenerlas preparadas. Llegando el caso, si no necesarias, hay que guardarlas".
Al igual que ocurre con la población adulta, Hernández apunta a posibles grupos de niños de condición vulnerable que puedan necesitar esa vacuna, como aquellos inmunosuprimidos. "Si hay vulnerabilidad y riesgo de infección, se puede plantear la vacunación selectiva".
El pediatra apunta que, más allá de la vacuna de Pfizer para adolescentes, el resto de preparados y edades no tendrán sus resultados antes de fin de año, por lo que las autoridades sanitarias dispondrán de varios meses para tomar su decisión última.
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