Cuando escogió la carrera de Medicina, su madre pensó que lo hacía porque era la más larga y así retrasaba todo lo posible el momento de ponerse a trabajar. Si es por trabajar, no ha parado de hacerlo desde entonces, lo que le ha llevado a figurar en el selecto club del 1% de investigadores más citados del mundo. Cuando hablamos con Ana María Cuervo (Barcelona, 1966) son las 7 de la mañana en Nueva York pero ella lleva activa desde las 3 de la madrugada.
Siendo médica, jamás ha visto un paciente. "Soy demasiado empática, no sería buena", confiesa, reconociendo que ella quería estudiar Matemáticas pero su familia le animó a buscar algo con más salidas. A partir del segundo año en la Universidad de Valencia se interesó por uno de los grupos de investigación que había en la facultad y le picó el gusanillo. Hoy, 35 años después, es una de las máximas autoridades mundiales en el estudio del envejecimiento y sus aportaciones pueden cambiar para siempre la forma que vemos –y tratamos– el alzhéimer y otras enfermedades degenerativas.
El equipo de Cuervo en la Escuela de Medicina Albert Einstein de Nueva York ha presentado recientemente unos prometedores resultados de una nueva terapia para el alzhéimer ensayada en ratones. La propia investigadora reconoce que es pronto para echar las campanas al vuelo y no quiere dar falsas esperanzas, pero este paso es importante porque supone un nuevo enfoque para una patología tan devastadora.
Esta terapia se basa en los procesos de autofagia en las células, es decir, de limpieza de desechos, que sirven para generar energía o fabricar nuevas moléculas. "Es el sistema de reciclaje más perfecto del mundo y ocurre cada día en todas las células de tu cuerpo".
No hay un único proceso de autofagia. "Igual que en casa limpias con el plumero, la escoba o el mocho, las células tienen distintas formas de limpiar", explica con sencillez la científica. De entre todas estas formas de limpiar, ella lleva estudiando durante décadas una en concreto: la autofagia mediada por chaperonas, que "selecciona solo lo que está dañado y lo elimina de uno en uno. Es lenta pero muy precisa: su capacidad no es tan grande como cuando lo metes todo en una bolsa de basura y la llevas al contenedor, pero la ventaja es que no toca nada que todavía sea funcional".
Este sistema juega un importante papel en la gestión de residuos de las neuronas, pero su capacidad va disminuyendo conforme pasa el tiempo, permitiendo que se acumulen proteínas disfuncionales como las tau y beta amiloide, características de la enfermedad de Alzheimer. Aunque no se conocen las causas de esta demencia sí se sabe que hay personas que contienen mutaciones en su material genético que las hace proclives a padecerla: "Los síntomas aparecen tarde, lo que sugiere que el organismo es capaz de lidiar con ello mientras eres joven y tienes un buen sistema de limpieza".
Más allá del alzhéimer
El equipo de Cuervo desarrolló un fármaco que añade efectivos al equipo de limpieza, recuperando esa funcionalidad perdida con los años. "es oral, cruza muy bien la barrera que separa el cerebro del resto del cuerpo [uno de los principales escollos de los fármacos contra el alzhéimer] y no tiene toxicidad", comenta con orgullo. Ya están planteando su estudio en seres humanos, si bien para hacer grandes ensayos necesitarán el soporte económico de una gran compañía farmacéutica.
Lo mejor de todo es que este sistema puede aplicarse a otras patologías neurodegenerativas como las enfermedades de Parkinson y Huntington ya que, en lugar de atacar las manifestaciones visibles, están abordando uno de los mecanismos clave en el envejecimiento del cuerpo. Esto también implica mayores esperanzas de una buena traslación a humanos de los fármacos experimentados en ratones, otra barrera tradicional de la investigación del alzhéimer: "En los modelos animales les estamos metiendo una gran cantidad de proteínas tau o beta amiloide, por lo que no damos tiempo al proceso de envejecimiento. Los fármacos que se han probado en modelos animales son súper rápidos y no han tenido en cuenta el componente de envejecer".
La ventaja de la científica catalana es que su enfoque ha sido estudiar el envejecimiento y luego aplicar lo sabido a esta enfermedad. Esa ha sido la revolución de las últimas décadas: el estudio de las causas subyacentes a hacerse mayor. Una revolución en la que el laboratorio de Cuervo ha sido protagonista. "Hace como ocho años, los grupos de investigación a uno y otro lado del Atlántico decidimos reunirnos y definir los procesos celulares relacionados con el envejecimiento: nosotros sacamos siete y los europeos nueve, pero el número no importa. Empezamos a colaborar y eso ha dado mucho juego".
Veranos en Boston
Ese espíritu de colaboración ha marcado su carrera desde el principio. Aunque lleva asentada las últimas tres décadas en Estados Unidos, todo surgió de una manera casual. "Cuando estaba haciendo la tesis, hubo un grupo en Boston que empezó a publicar algo parecido. En vez de competir con ellos, mi director de tesis tuvo una idea genial: llamarles y ver si querían colaborar con nosotros". Lo que al principio fue pasar los veranos en la ciudad de la coste este de Estados Unidos acabó siendo, por razones prácticas, una estancia permanente al otro lado del charco.
Pese a todo, ella no cree que haya que ir al país norteamericano para triunfar investigando. "En España hay grupos que son referencia mundial en el envejecimiento". Con un marido valenciano, también investigador, que fantasea con la jubilación en una playa levantina, y a pesar de que el acento de su castellano ha tomado una musicalidad yanki, Cuervo no se quiere desligar de lo que pasa en su país de origen. Por eso su laboratorio cuenta con muchos investigadores españoles –"son muy demandados porque son increíblemente creativos"– y participa en las juntas científicas de diversos organismos de investigación "para contribuir con ideas, revisando cosas, etc."
Lo que no busca, sin embargo, es 'okupar' una plaza en un centro español trabajando ya en la Albert Einstein. "He sido un poco reacia a tener laboratorios en ambos lados porque no me parece justo que alguien como yo, que tiene oportunidades de financiación en Estados Unidos, también moje en la poca financiación que hay en España, aunque agradezco en el alma las muchas ofertas que me han hecho".
La polémica del aducanumab
El trabajo de Cuervo no es el único que está abriendo puertas en el mundo de las enfermedades neurodegenerativas. Recientemente, la agencia reguladora de medicamentos de Estados Unidos dio una muy polémica aprobación a aducanumab, el primer fármaco autorizado para tratar la enfermedad de Alzheimer en 18 años. Y lo ha hecho con una fuerte oposición de la comunidad científica, que no ha visto beneficios significativos en los datos aportados por Biogen, la farmacéutica que ha desarrollado el medicamento, para obtener el visto bueno.
La cuestión es que aducanumab se ha mostrado eficaz eliminando las placas de beta amiloide del cerebro de las personas con distintos niveles de demencia. Con todo, esto no parece haber frenado el deterioro cognitivo de esos mismos pacientes. La aprobación del fármaco está condicionada a un nuevo estudio clínico que revele la eficacia real de este preparado.
Ana María Cuervo rompe una lanza a favor tanto de la FDA como del medicamento, aunque en un principio se mostró escéptica. "Al revisar el ensayo se dieron cuenta de que la selección de pacientes no había sido la ideal, y eso pasa por muchas veces tienes que reclutar para el estudio a quien sea, y no puedes ser muy pejiguero".
La científica confía en que, conforme pase el tiempo, se encuentren más personas de los subgrupos que pueden resultar beneficiados y comprobar la verdadera eficacia del fármaco. "Mi idea es que dentro de cinco años se revisarán los datos de gente a la que se le haya prescrito el fármaco y sugerirán que hay un efecto positivo real. Como no parece tener ningún efecto tóxico, se trata de esperar y ver a qué grupo se puede beneficiar".
Optimista por naturaleza, Cuervo confía en cambiar la visión del envejecimiento que tenemos. Al contrario que algunos gurús del transhumanismo, lo ve como un proceso inevitable pero que no tiene que implicar necesariamente pérdida funcional. "Cuanto más nos concentremos en las enfermedades y en que modulando el envejecimiento podemos cambiar su curso, van a salir muchas más formas de terapia. Incluso podremos combinarlas: hay mucha gente estudiando los telómeros, la epigenética, otros factores… Cuanto más podamos hacer para frenar ese deterioro funcional, tendremos un mejor ángulo en todas las enfermedades".