Sabemos desde hace tiempo que los distintos parámetros toman distintos ritmos en esta pandemia. La quinta ola nos ha dejado este fin de semana los mejores datos en cuanto a contagios desde el primer lunes de julio, con 25.726 nuevos casos diagnosticados, que serían 27.195 si añadiéramos los datos que Castilla y León ha dado en sus informes locales. Hablamos de un número respetable, pero que no deja de ser un 31,39% menos que el lunes pasado. La bajada es en picado.
Si echamos un vistazo a las incidencias, nos encontramos con un fenómeno parecido. La incidencia acumulada en 14 días pasa en una semana de 549,06 casos por 100.000 habitantes a 415,90. Se trata de una bajada del 24,25%, aunque recordemos que nos faltan los datos de Castilla y León. En los últimos siete días, y, aquí sí, contando todas las comunidades, se han notificado 80.232 nuevos casos por los 106.444 que se detectaron en los siete días anteriores. Seguimos en bajadas muy similares, en este caso, del 24,62%.
Desde que el 27 de julio alcanzáramos el máximo de incidencia con más de 700 casos por 100.000, llevamos veinte días sin bajar. Aun con los decalajes habituales, en 20 días debería haber dado tiempo a que los hospitalizados en planta y en UCI empezaran a mostrar caídas similares, pero el caso es que estas bajadas se están haciendo un poco más de esperar. Obviamente, ante tamaño descenso en los contagios, hay una correspondiente bajada también en los ingresos y en el número total de ingresados. Dicho 27 de julio, teníamos en España 9.522 hospitalizados totales. El pasado lunes, sin ir más lejos, eran 10.411. Ayer, eran 9.356.
Observamos, pues, una bajada semanal del 10,13%, que no está mal, pero es un poco más baja de lo que nos gustaría. Ahora bien, el verdadero problema lo tenemos con los casos más graves. Si hacemos la misma comparación, vemos resultados diferentes: el 27 de julio, teníamos 1.534 pacientes en estado crítico (585 en Cataluña); el pasado lunes, eran 2.031, y ayer seguíamos en 1.931 (558 en Cataluña). La bajada es de apenas un 4,92% semanal. Aquí, de nuevo, vamos muy lento, mucho más de lo que nos gustaría. Fuera de la comunidad presidida por Pere Aragonès, de hecho, solo se han liberado siete camas en toda una semana.
¿A qué se debe esta dificultad en el descenso de pacientes críticos que, probablemente, conlleve un retraso también en la bajada del número de fallecidos? No parece casual que, al observar la incidencia por edades, nos encontremos con unas bajadas brutales entre los más jóvenes, pero una cierta estabilidad entre los mayores de 70 años, aunque también se perciba un pequeño descenso. Vamos a comparar por franjas: de 12 a 29 años, teníamos hace una semana 1.200 casos por 100.000 habitantes; este lunes, son ya solo 840. Es un descenso del 30%, prácticamente idéntico al que vemos en las franjas de 30 a 39 años.
A partir de los 40, la cosa va bajando en porcentaje, aunque también en volumen, como es lógico en grupos ya casi completamente vacunados. De 40 a 49 años, el descenso es del 20,9%; de 50 a 59 años, del 18,83%, y de 60 a 69 años, del 20,63%. El verdadero cambio se aprecia a partir de los 70 años y, sobre todo, a partir de los 80. En la franja de 70 a 79 años, el descenso es del 11,79% y en la de mayores de 80, un 9,97%. No hablamos de incidencias residuales o anecdóticas: de hecho, entre los más ancianos se supera el nivel de riesgo extremo, con 264,08 casos por cien mil habitantes.
¿Con qué nos estamos encontrando, entonces? Con que la incidencia general nos da un dato muy matizable. Baja a mucha velocidad, pero baja, sobre todo, entre los jóvenes, quienes, salvo enormes complicaciones, y mal que le pese a determinados comunicadores, apenas entran en el hospital y mucho menos en una unidad de cuidados intensivos. Mejor no probarlo a ver qué pasa, pero esta es la realidad. Sin embargo, la bajada entre los mayores, que sí son los que más riesgo corren de una complicación por muy vacunados que estén -según el último informe semanal del Instituto Carlos III, los mayores de 70 años supusieron el 36,26% de ingresos hospitalarios, el 38,12% de los críticos y el 80,88% de los fallecidos- es mucho más moderada y se nota, claro.
Con más de 2.150 fallecidos en lo que llevamos de quinta ola -aproximadamente, un mes y medio- es urgente que veamos una bajada clara en la incidencia entre los mayores. Hasta que no la veamos, no podemos esperar bajadas radicales en los parámetros más graves. Hay una equivalencia casi total entre la reducción de la incidencia en los que ya han cumplido 70 años y la bajada general de la hospitalización. Es curioso y a la vez lamentable ver cómo nos ha vuelto a pasar lo mismo de siempre: nos sorprendemos de los contagios entre jóvenes y les quitamos importancia… y sistemáticamente esos contagios acaban afectando a ancianos con sistemas inmunes ya muy delicados.
Podría mandar un mensaje optimista de cara a la posible repetición de una situación así en otoño o en invierno, pero la verdad es que no tengo confianza ninguna de que esto cambie. Si la convivencia veraniega con el virus era inevitable -que puede que lo fuera-, al menos deberíamos haber mandado un mensaje de prudencia con respecto a nuestros mayores. No haberlo hecho e incluso haberles proporcionado una cierta sensación de falsa inmortalidad -son vacunas, medicamentos, no elixires mágicos- nos ha costado bastante caro.