Cuesta hablar de normalidad o de trabajo ya terminado cuando en la última semana las comunidades autónomas han notificado otras 634 defunciones, para un total de 4.787 desde la primera semana de julio. Creo que eso es lo primero que hay que apuntar, aunque solo sea como muestra de empatía.
Ahora bien, dicho esto, los números de este lunes en España son muy buenos: 7.804 casos se añaden al total del Ministerio en el último fin de semana. Hablamos de la cifra más baja desde el 21 de junio con una tendencia que sigue siendo muy positiva: el descenso con respecto a lo notificado el pasado lunes es del 19,03%, pese a partir de una base de por sí muy baja.
Como consecuencia, las incidencias acumuladas siguen desplomándose: en los últimos catorce días se han registrado 116,13 casos por cien mil habitantes, y en los últimos siete, menos aún de la mitad: 45,26 casos por cien mil habitantes. Hablamos de unos descensos semanales del 34,29% y el 33,21% respectivamente, es decir, el ritmo no solo no para, sino que se acelera respecto a otras semanas.
Es la mejor noticia que podemos recibir en un momento delicado: justo cuando muchos ciudadanos han vuelto a sus puestos de trabajo y sus hijos han vuelto a los colegios. Aunque, de haber un “efecto vuelta al cole”, lo veríamos más bien en las próximas dos semanas, bueno es que no haya ni el más mínimo rastro del mismo.
Ahora bien, si los casos están cayendo a mínimos y los hospitalizados también -4.652 en toda España, un 19,45% menos que el pasado lunes, la cifra más baja desde el 14 de julio, hace justo dos meses-, ¿por qué tarda tanto en caer el número de fallecidos, prácticamente estable desde hace un mes, cuando llevamos seis semanas en descenso constante de casos?
Bueno, la primera explicación es obvia: es el parámetro que más tarda en caer. Con todo, es cierto que estamos hablando de un decalaje demasiado largo, así que deberíamos buscar otras explicaciones que nos ayuden un poco.
Si nos vamos a los datos del informe epidemiológico semanal del Carlos III (la última actualización es de la primera semana de septiembre), vemos que la razón de tasas más alta, aunque sea inferior a uno, se da en los grupos de mayores de 90 y de 80 a 89 años. En ese mismo período, RENAVE consigue fechar 434 nuevos fallecidos, sin especificar día exacto. Haciendo el cálculo pertinente, nos sale que 346 son mayores de 70 años, es decir, un 79,72% del total.
Eso, insisto, en la última semana. Si contamos desde el 21 de junio, inicio de la quinta ola para el ministerio, los mayores de 70 años suponen un 79,64% de los fallecidos. Cuatro de cada cinco fallecidos en esta nueva oleada han sido ancianos, igual que en todas las anteriores.
¿Qué es lo que ha cambiado realmente? Que se han contagiado menos por estar prácticamente todos vacunados. Por eso es tan importante estar seguros de cuánto aguantan los efectos de las vacunas en las poblaciones de edad avanzada, con mayor probabilidad de problemas inmunitarios y patologías preexistentes.
Si el número de contagios se disparara en esas poblaciones, el número de hospitalizados y el de fallecidos se dispararía a su vez. Los jóvenes son un problema como vectores: se contagian entre sí y van a ver a los abuelos, pero, por sí mismos, no presentan una alarma social. Según los citados datos del Ministerio, de los 896.301 casos detectados entre menores de 50 años, solo el 1,76% requirió de hospitalización; el 0,15% entró en la UCI, y el 0,00016% (140 personas en total) fallecieron.
Como se puede ver en el gráfico inferior, los menores de 49 años (896.301, recordemos) aportan el 42,93% de hospitalizados en esta ola y el 4,07% de los fallecidos. Mientras tanto, los mayores de 70 años (61.523 casos, es decir, casi quince veces menos) representan el 32,38% de hospitalizados… y el citado 79,64% del total de defunciones.
Ya que no sabemos exactamente cuándo ni en qué proporción pueden perder eficacia las vacunas, solo podemos monitorizar con atención la transmisión del virus en estas franjas de riesgo, sabiendo de su alta mortalidad al contraer el virus.
El último informe diario del Ministerio, cifra los casos entre mayores de 80 años en 124,88 por cien mil habitantes. Es la cuarta franja de edad con mayor incidencia, por encima en cualquier caso de la media total. Solo los jóvenes hasta 29 años presentan una mayor transmisión del virus… pero su tasa de incremento baja más rápidamente.
Si miramos los datos de residencias que da el IMSERSO, nos encontramos con una marcada bajada en los casos en esa primera semana de septiembre y una reducción de las defunciones, que llegaron a ser más de cien semanales durante todo el mes de agosto.
Aquí tenemos la gran explicación a la lentitud del descenso de número de muertos en España y la gran amenaza de cara al futuro, viendo la placidez del presente: mientras en general hemos vuelto al número de casos de mediados de junio, en residencias tenemos treinta veces mayor incidencia que entonces. Aún queda camino por hacer y focos que apagar.
Mucho se ha comentado sobre un posible cambio de parámetros para medir la gravedad de la pandemia. A mí, la incidencia me sigue gustando mucho… siempre que se reparta por edades, como se está haciendo ya prácticamente en todos lados. Esa incidencia por edades nos va a alertar de por dónde van a ir los demás parámetros antes de ver el aumento de facto.
Si se ve una subida enorme en menores de veintinueve años, difícilmente se verán hospitales llenos… pero sí habrá que proteger a los mayores de setenta y estar atentos a sus propias incidencias. Una subida en esa franja de edad sí indicaría un problema potencialmente grave. Confiemos en detectarla a tiempo y seguir investigando en la necesidad de una dosis de recordatorio en estos grupos. Nos jugamos miles de vidas en el intento.