La primera oleada de la Covid-19 llega a España como goteo: el primer caso oficial, un turista alemán, se registra en la isla de Gomera el 31 de enero. Fernando Simón director del Centro de Coordinación de Alertas y Emergencias, pronuncia una frase que le perseguirá: “España no va a tener, como mucho, más allá de algún caso diagnosticado”. Una veintena de españoles repatriados de Wuhan pasan la cuarentena en el Hospital Gómez Ulla de Madrid, acondicionado para el máximo riesgo biológico.
Pese a detectar focos locales, como en reuniones y ceremonias en La Rioja y País Vasco, y el crecimiento exponencial de casos en marzo, el fin de semana del 8 es el último en el que se permitirán grandes eventos. A partir de ahí los hechos se precipitan: el 9 de marzo se contabilizan más de 1.200 nuevos casos, varias CC.AA. suspenden las clases y se insta al teletrabajo. Cataluña confina localidades como Igualada. El 14 de marzo, el presidente del Gobierno Pedro Sánchez decreta el estado de alarma y el confinamiento de la población. El 16 se anuncian más de 10.000 nuevos casos; para final de mes, se rozan los 100.000.
Tras una cascada de cancelaciones, el Mobile World Congress de Barcelona se convierte el 12 de febrero en el primer gran evento que deja de celebrarse tras la pandemia. Dos semanas después, Canarias confina a centenares de visitantes por brotes en hoteles. Otros miles abandonan las islas a toda prisa, entre ellos Özlem Türeci y Uğur Şahin, los inmunólogos alemanes que ya trabajan en BioNTech en una vacuna de ARN mensajero. Italia declara la pandemia y confina municipios en regiones del norte, pero España llama a la calma: todavía se considera que la mortalidad es “similar a la de la gripe”.
Oficialmente, la primera ola dejará 246.272 contagios -uno de cada 5 entre sanitarios- y más de 28.000 muertos, pero son cifras lastradas por el infradiagnóstico: la sobremortalidad en esos días apunta a 45.000 víctimas. Se instalan camas UCI provisionales, se improvisan Equipos de Protección Individual (EPI) con bolsas de basura y cinta aislante, se fabrican respiradores caseros, se importa material sanitario a cualquier precio y se prueban fármacos compasivos, incluyendo un gran ensayo con hidroxicloroquina en Cataluña sin éxito. Las furgonetas llenan las morgues de campaña como el Palacio de Hielo de Madrid.
Los españoles pasan 42 días confinados, pendientes de los ‘partes’ televisivos y la ‘curva’ a doblegar. Son días de teleconferencias, redes sociales, aplausos sanitarios y dolor por los seres queridos en aislamiento. Escasean los guantes de plástico en el supermercado, ya que todavía se teme el contagio por contacto. El 26 de abril, los niños pueden salir una hora a un kilómetro de cas; el 28, se aprueban las ‘fases’ sucesivas de desescalada, con franjas horarias por edades y la reapertura progresiva de los espacios públicos y negocios. El 21 de mayo se impone la mascarilla en exteriores, y el fin del estado de alarma se adelanta un mes después, entre declaraciones de “nueva normalidad” y de “salvar el verano”.
El desconfinamiento trae consigo una incidencia por debajo de los 10 casos por 100.000 habitantes a 14 días, algo que no volverá a repetirse y que dispara en esos días el optimismo tras un trimestre traumático. España celebra un emotivo homenaje de Estado a las víctimas de la Covid al que asiste Tedros Adhanom Ghebreyesus, director general de la Organización Mundial de la Salud (OMS). "España ha demostrado que con liderazgo político y acción, apoyándose en la ciudadanía, la Covid-19 puede ser controlada”, elogia.
Es un verano optimista con playas parceladas para mantener la distancia de seguridad, la principal medida de prevención junto a la mascarilla. También se confía en el nuevo arsenal de ‘tests’ desarrollados a marcha forzada, que incluyen las PCR ambulatorias y los serológicos. El Gobierno encarga un macroestudio de anticuerpos al Instituto Carlos III que revelará que el 10% de los españoles se infectó en 2020. Pero España falla en la tercera pata de la estrategia de supresión de la Covid, el rastreo de contactos, que recae principalmente en una Asistencia Primaria exhausta y sin recursos.
Para cuando llega una muy meditada ‘vuelta al cole’, con ‘grupos burbuja’ y mascarillas en clase, España se acerca a los 250 puntos de incidencia. Durante el verano se ha presentado una nueva realidad en los focos de Aragón y Cataluña: el coronavirus está mutando en lo que conoceremos como ‘variantes’. En paralelo, hasta tres vacunas en desarrollo -Pfizer-BioNTech, Moderna, AstraZeneca y Janssen- anuncian excelentes porcentajes de eficacia, y el ministro de Sanidad, Salvador Illa, anuncia que las primeras vacunas empezarán a llegar en diciembre.
Los contagios durante los festivos de otoño, mientras, obligan a aprobar un nuevo estado de alarma. Para noviembre, algunos puntos como Jaén alcanzan una IA de 1.200, inaudita hasta la fecha, lo que obliga a aprobar un toque de queda nocturno. Esta segunda ola termina con 1.456.116 contagios y 18.322 muertes, mientras Europa sufre una mortalidad superior a la de primavera y cancela las reuniones familiares. El éxito relativo convence a España de que puede abrir la mano en Navidad, a pesar de un último cambio de paradigma: se ha reconocido que el coronavirus se transmite principalmente por aerosoles, no por gotículas, y los lugares cerrados con poca ventilación son los más peligrosos.
El año termina con una inyección literal de triunfalismo: la nonagenaria Araceli Hidalgo se convierte en la primera vacunada contra la Covid en España con la fórmula de Pfizer-BioNTech y pronto le siguen los ancianos en las residencias, el grupo que sufrió la peor mortandad. Año Nuevo, sin embargo, se torna aciago: la transmisión se ha disparado durante los encuentros navideños y para el 14 de marzo, aniversario del primer estado de alarma, se han producido 1.492.734 contagios y 25.778 muertes, la mayor mortalidad desde la primera ola.
El crecimiento es fulgurante: para mediados de febrero, cuando Sanidad considera que la tercera oleada está en remisión, la mayor parte de las UCI del país están en tensión. En cuestión de semanas, los españoles han aprendido a confiar en las vacunas, y las dosis tanto de Moderna como de AstraZeneca han comenzado a sumarse al arsenal vacunal. Se pisa el acelerador para proporcionar una primera dosis a los más mayores y los grandes dependientes, los más amenazados por el repunte de contagios.
Pero la vacunación se estanca: las farmacéuticas no logran cumplir con sus compromisos con Europa frente a la demanda de terceros países. El objetivo de alcanzar la “inmunidad de rebaño” -la cobertura vacunal de un 70% de la población- antes de verano de 2021 parece inalcanzable transcurrido el primer mes, cuando solo un 3,6% ha sido inmunizado. Además, varios estados -España incluida- ponen en duda que AstraZeneca sea adecuada para mayores de 65 años contra el criterio de la OMS.
Con una tecnología más tradicional que las de ARN mensajero, AstraZeneca se destina a personal esencial como policías y sanitarios, pero hay rechazo: la farmacéutica anglo-sueca solo garantiza un 70% de protección frente a más del 90% de las más vanguardistas. Mientras, un fenómeno de picaresca sacude a España: el de quiénes se saltan la cola y usan sus prebendas para vacunarse cuando no les toca. Cerca de 300 directivos, ediles y altos cargos acaban protagonizando este sonrojante retablo.
La cuarta etapa en la evolución de la pandemia en España según el criterio de Sanidad arranca con un mazazo: queda suspendida la vacunación con AstraZeneca, tras detectarse problemas de trombos en varios países europeos. Algunos se enteran en la misma cola. Finalmente, tras un dictamen favorable de la Agencia Europea del Medicamento (EMA), se recupera para el grupo de entre los 56 y 65 años, y se asigna un nuevo antígeno, el de Janssen que desembarca a finales de abril, para los mayores que aún esperan.
Aunque los efectos secundarios son extremadamente raros, las reacciones graves a la vacunación con AstraZeneca existen y preocupan a Sanidad. El ministerio encarga el estudio CombiVacs que concluye, en solo un mes, que la pauta heteróloga es segura: se puede recibir una segunda dosis de Pfizer aunque se trate de antígenos distintos. Ante la polémica, se permite elegir a los ciudadanos, algo posible gracias al desembarco de dosis que triplica el ritmo de vacunación, llena los puntos masivos o “vacunódromos” y hace recuperar a Pedro Sánchez el objetivo de vacunar al 70% antes de verano.
Las restricciones en vigor desde el invierno han permitido mantener el control durante la Semana Santa. Pero el avance de la vacunación cambia las reglas del juego. La protección de los mayores alivia a las UCI y dobla el pulso a la mortalidad, pero la IA se dispara en las edades más jóvenes, pendientes de inmunizar. Por otro lado, hay señales de alarma: Reino Unido, que lleva la delantera en dosis administradas, está sufriendo un gran repunte de casos mientras la denominada ‘variante india’ que recorre el mundo.
Pronto empezamos a denominarla ‘delta’, cuando la OMS anuncia un índice en base a letras griegas para evitar estigmatizar países. Con ella aprendemos sobre las mutaciones de la proteína Spike o Espícula, la ‘llave’ del coronavirus para adentrarse en la célula, y cómo reducen la eficacia de las vacunas. Sin embargo, aunque la cuarta ola deja 569.000 contagios y 8.265 muertes, las elecciones en la Comunidad de Madrid han demostrado que la reapertura del ocio y el turismo no parece conllevar un grave aumento de la incidencia. El segundo estado de alarma termina el 9 de mayo con la palabra “libertad” como eslógan.
Ha llegado el verano pero no la inmunidad de grupo: nueve de cada diez veinteañeros terminan el curso sin vacunar y protagonizan confinamientos por brotes en hoteles en lugares como Mallorca. La mascarilla obligatoria en exteriores se retira el 26 de junio y las imágenes de ‘macrobotellones’ sin distancia de seguridad proliferan. La incidencia, mientras, va creciendo y España ya ha vuelto al escenario de riesgo alto al arrancar julio. Pero como los jóvenes tienden a sufrir una Covid leve, preocupa poco.
Es un error, sin embargo, pensar en una ‘ola benigna’: los niños, que hasta ahora se habían mantenido relativamente a salvo, marcan un récord de hospitalización. La mayor virulencia de delta demuestra entre los mayores vulnerables que la vacunación no es infalible, un dato que va a retorcer y amplificar un movimiento antivacunas cada vez más agresivo. Ha transcurrido medio año desde que los primeros vacunados completaran la pauta, y tanto Pfizer como Moderna ya plantean una tercera dosis. La OMS pide al mundo “más vacunas”.
En ese frente, España sufre un pequeño terremoto cuando la Agencia Española de Medicamentos y Productos Sanitarios (AEMPS) suspende el ensayo de una vacuna del CSIC. Pero pronto la farmacéutica Hipra toma el relevo. La quinta ola termina con la vuelta a las aulas con un único punto rojo, la ocupación de las UCI de Cataluña. Pero los cálculos parecen haber sido correctos: el riesgo bajo se ha alcanzado sin nuevas restricciones, solo quedan cuatro millones de españoles sin vacunar, y la ministra Carolina Darias se atreve a pensar a un horizonte sin mascarillas.
El mundo contempla a España con asombro. Mientras Europa vuelve a convertirse en epicentro mundial de la Covid debido en parte a una vacunación que renquea, The Lancet se pregunta si no habremos alcanzado al fin la anhelada inmunidad de rebaño. La pandemia no ha terminado, sin embargo, y Sanidad se apresta a cumplir las últimas condiciones que apunta Bruselas para alcanzar una ‘nueva normalidad’ de mano del ‘certificado Covid’: la dosis de refuerzo o tercera dosis para los ya vacunados, y la inmunización de los niños de 5 a 11 años, prevista los días previos a Navidad.
Pero el 26 de noviembre una nueva variante detectada en Sudáfrica obliga a ‘tirar del freno de emergencia’ y suspender los vuelos procedentes de la región. Es inútil: bautizada como ómicron por motivos lingüísticos y políticos, las docenas de mutaciones que acumula en la proteína S reducen la inmunidad otorgada tanto por la doble pauta de vacunación como por haber pasado ya la Covid. La explosión de nuevas infecciones y reinfecciones provoca picos diarios inauditos en las vísperas de las fiestas. Con la capacidad de notificación de la Asistencia Primaria superada, los tests de antígenos se agotan en las farmacias.
Se asienta la idea, sin embargo, de que ómicron causa principalmente casos leves, por lo que se regula a desgana: vuelve la mascarilla obligatoria en exteriores y se instauran ‘pasaportes covid’ para acceder a locales en determinadas CC.AA.. España termina el año con una descomunal IA de 1.775 y miles de casos detectados por antígenos en casa que no son contabilizados. Se registran 910.737 contagios y 6.026 fallecimientos únicamente en febrero: las vacunas no bastan, y el Gobierno anuncia una compra de antivirales de nueva generación para tratar a los nuevos enfermos A fecha de hoy, todavía no han llegado.
Transcurridos dos años desde la declaración de pandemia y el estado de alarma, la triste contabilidad de la Covid supera los 100.000 fallecidos oficiales, con al menos 13.000 en ‘ola omicron’. Solo 17 países entran en este luctuoso ránking. Pese a todo, la rápida caída de la incidencia aceleran los planes de desescalada. La OMS recuerda: el fin de la pandemia solo llegará cuando se vacune a todo el mundo, previniendo la aparición de nuevas variantes. España quiere contribuir con nuevas vacunas -especialmente esterilizantes, que corten la transmisión- y fármacos que reduzcan la mortalidad.