El sentido del olfato es, probablemente, uno de los que tenemos más desatendidos. Y si no que se lo pregunten a los que han experimentado la anosmia —la pérdida de este sentido— tras haber pillado el famoso coronavirus. Es, precisamente, cuando lo perdemos, cuando nos damos cuenta de lo necesario que es: comer pierde la gracia si no podemos oler la comida a la vez y también dejamos de percibir el olor específico de las personas. Todos tenemos uno personal y, de hecho, tiene mucha importancia para relacionarnos.
Así lo afirma un reciente estudio israelí publicado en la revista Science Advances y va más allá: continuamente estamos registrando el olor de las personas y lo tenemos en cuenta para elegir a nuestros amigos. Concretamente, los autores de este estudio aseguran que los amigos que conectan desde el primer momento suelen tener olores corporales muy similares. Si bien muchos ya éramos conscientes del olor especial que cada persona tiene, no sospechábamos que tomáramos decisiones tan importantes en función a ellos.
"Los mamíferos terrestres que no son humanos se olfatean entre ellos para determinar quién es amigo y quién, enemigo", explican los autores en su estudio. "Los humanos también nos olfateamos entre nosotros, pero la función de esta actividad es todavía desconocida". Ahora bien, se ha comprobado científicamente que los seres humanos nos hacemos amigos de otros a los que nos parecemos —desde las aficiones hasta los patrones mentales— y, por eso, los autores se preguntaron si hacíamos lo mismo con nuestros olores.
Capturar nuestro olor
Para comprobar si estaban en lo cierto reunieron a 20 parejas de amigos que eran del mismo sexo y no tenían una relación romántica. En concreto, buscaron amigos que hubieran creado un vínculo casi de manera instantánea; es decir, amistad a primera vista. Después, los científicos se dispusieron a captar su olor corporal y, para que fuera lo más puro posible, modificaron los hábitos y costumbres de los participantes para que estos no interfirieran en su olor personal.
Lo primero que les pidieron a los participantes es que no comieran nada que pudiera alterar su olor corporal —principalmente, alimentos como el ajo y la cebolla—, tampoco podían utilizar ni loción para después del afeitado, ni desodorantes y debían lavarse con un jabón sin perfumes. Después de este plan, el laboratorio les dejó una camiseta limpia con la que debían dormir para impregnar bien su olor corporal en ella. Finalmente, se analizó el olor de estas camisetas, aunque, por suerte, no tuvieron que hacerlo los propios científicos.
La encargada de realizar el examen olfativo de las camisetas fue una nariz electrónica. Esta tecnología cuenta con varios sensores que detectan los diferentes olores y buscan similitudes entre ellos creando patrones. Para comprobar que las similitudes que detecta la nariz electrónica son captadas también por las personas, los autores contaron con la ayuda de 24 voluntarios. Este experimento concluyó que las personas que eran amigos tenían un mayor grado de similitud en su olor corporal entre ellos que con desconocidos aleatorios.
¿Qué fue primero?
Los autores de este estudio intentan explicar este fenómeno a través de tres posibles explicaciones. La primera de ella es la que dio pie al estudio: el olor entre dos amigos es similar porque inconscientemente elegimos como amigos a quienes huelen como nosotros. La segunda es una explicación alternativa: que el olor entre dos amigos se va pareciendo cada vez más a fuerza de comer en los mismos sitios o vivir en la misma zona. Por último, los científicos reconocen que esta similitud se debe a un factor todavía desconocido y que conduce a la amistad.
Básicamente, estas explicaciones llevaron a los científicos a plantearse si el olor determina la amistad o la amistad cambia nuestro olor corporal haciéndolo similar. Para solucionar esta cuestión realizaron otro experimento al que invitaron a participar a 132 voluntarios que eran desconocidos entre ellos. Primero dejaron su olor corporal en una camiseta y después fueron emparejados para jugar a un juego en el que debían imitar con mímica los movimientos de la persona que tenían enfrente.
Al finalizar, rellenaban un cuestionario sobre cómo se habían sentido jugando y cómo había sido la conexión con el compañero que les había tocado. Los resultados sorprendieron a los científicos: las personas que tenían un olor similar habían sentido una buena conexión entre ellos en el 71% de las ocasiones. Los autores del estudio afirmaron con estos resultados que encontrar a una persona con un olor similar al nuestro nos hace sentir bien y puede ser una de las razones por las que nos aventuremos a conocer a una persona nueva.