El pasado mes de julio se ha caracterizado tanto en España como en Europa por la presencia de una excepcional ola de calor. Las consecuencias de este sofocante verano se han podido apreciar en la cantidad de incendios que se han producido en nuestro país, pero también en los habitantes. El calor extremo puede aumentar nuestro riesgo de sufrir determinadas enfermedades e, incluso, de morir.
Tal y como se explica en este artículo de EL ESPAÑOL, el Instituto de Salud Carlos III ha estimado que en nuestro país se han producido 2.124 defunciones atribuibles al calor entre el 1 y el 29 de julio, produciéndose el pico más alto a mitad del mes. En este sentido, los mayores de 65 y las personas que padecen enfermedades cardiovasculares, obesidad excesiva, enfermedades respiratorias o el consumo de ciertos medicamentos. Sobre este último factor se ha publicado un artículo en la revista Nature Cardiovascular Research.
El estudio ha sido realizado por investigadores de la Escuela de Salud Pública de la Universidad de Yale, en Estados Unidos, y ha estado liderado por Kai Chen, profesor asociado de Epidemiología y director de Investigación, Cambio Climático y Salud. El estudio encontró que los pacientes cardiovasculares que tomaban antiagregantes plaquetarios y betabloqueantes tenían más riesgo de sufrir un infarto agudo de miocardio ligado al calor. Sin embargo, apenas se observaron diferencias entre las personas que no tomaban estos dos tipos de medicamentos; no se observó relación entre su medicación y la mayor prevalencia de ataques cardíacos relacionados con el calor.
Calor y corazón
Ambos tipos de medicamentos son prescritos frecuentemente a personas que tienen enfermedades cardiovasculares: los primeros sirven para prevenir frente a la aparición de trombos y los segundos hacen descender la presión arterial. Aunque estos medicamentos son muy frecuentes, los autores del estudio explican que todavía es necesario realizar más investigaciones sobre este problema para diseñar soluciones acordes.
Según el estudio, investigaciones anteriores han probado que el calor y el frío pueden disparar el riesgo de sufrir un ataque cardíaco —además de otros factores como la contaminación del aire—. De hecho, se teme que el aumento de temperatura provocado por el calentamiento global pueda elevar la carga sanitaria para atender estas enfermedades. Los expertos han calculado que a partir del aumento de temperatura general de entre dos y tres grados podría observarse este fenómeno.
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Para realizar este estudio, los autores estudiaron a una población de 2.494 personas que habían sufrido un infarto entre los meses de mayo y septiembre entre 2001 y 2014 en la ciudad de Augsburgo, en Alemania. Posteriormente, observaron los días en los que se habían producido estos episodios cardiovasculares con el tiempo meteorológico de aquel día y la medicación que habían consumido en él.
Más investigación
Tras comparar todos estos datos, los científicos observaron que la probabilidad de sufrir un infarto agudo de miocardio no fatal —es decir, que no terminaba con la muerte del paciente— era más elevada con las personas que habían tomado antiagregantes plaquetarios y betabloqueantes. Ahora bien, esto no es el único dato preocupante con el que se toparon: la edad parecía también tener mucho que ver con los malos resultados.
Según se explica en el artículo, en los pacientes más jóvenes —que tenían una edad comprendida entre los 25 y los 59 años— este efecto era mayor que en los pacientes más mayores —aquellos entre los 60 y los 74—. Estos pacientes tenían también una menor prevalencia de enfermedades coronarias preexistentes. Es decir, los pacientes jóvenes parecen ser más vulnerables, aunque sean los mayores de 65 una de las principales poblaciones de riesgo ante el calor.
Los autores explican que es necesario realizar más investigaciones en este sentido y una de las razones es que la naturaleza de sus datos no les permite descartar que el mayor riesgo de esta población se deba a que, en realidad, son pacientes más graves. Que los consumidores de betabloqueantes y antiagregantes plaquetarios tengan un perfil más severo de su enfermedad cardiovascular y, por tanto, sean más vulnerables.