Uno de cada ocho adultos que se ha contagiado con el coronavirus SARS-CoV-2 sufre síntomas de Covid persistente. Esta es la conclusión de un amplio estudio realizado en Países Bajos que publica la revista The Lancet, y realizado durante las primeras oleadas de la Covid-19 en Europa, entre marzo de 2020 y agosto de 2021. El 12,7% de las personas que contrajeron la enfermedad en ese periodo presentaban por lo menos un síntoma compatible con la Covid persistente hasta ocho meses después, generalmente cardiopulmonar (dolor de pecho o al respirar), musculoesquelético (dolores), sensorial (pérdida de olfato y/o gusto) o general (fatiga).
La diferencia del estudio con otros anteriores, subrayan los autores, es que se han tenido en cuenta la prevalencia de estos síntomas en personas que no contrajeron la Covid, para excluir otras causas ligadas a la pandemia, como el estrés, o el efecto de la estacionalidad. "Necesitamos datos con urgencia para determinar la escala de los síntomas duraderos de la Covid-19", explica la profesora Judith Rosmalen de la Universidad de Groninga, que ha liderado el estudio. "Sin embargo, la mayoría de las investigaciones no han comparado la frecuencia de estos síntomas en personas que no han pasado la Covid, ni se han centrado en los casos particulares", valora.
"Nuestro estudio aborda los síntomas que se asocian más a menudo con la persistencia de la Covid, como son los respiratorios, la fatiga y la pérdida del sentido del olfato y el gusto. Pero también los hemos medido en la población que no pasó la enfermedad, para determinar hasta que punto se pueden considerar preexistentes y para estimar con fiabilidad la probabilidad de sufrir Covid persistente", prosigue Rosmalen. El estudio contó con 76.422 voluntarios, con una edad media de 53,7 años. Esto implica que estuvieron expuestos a variantes tempranas -alpha- y no habían completado en su mayoría la pauta de vacunación al término del estudio.
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Los síntomas se desglosaron en una lista de 23 manifestaciones diferentes, que los participantes debían declarar en un cuestionario que se envió 24 veces durante la duración del estudio. Se consideró como 'positivos' los casos que fueron confirmados tanto por un test como por un diagnóstico médico ya que, como precisan los investigadores, las pruebas masivas no estaban disponibles en ese momento. 4.231 participantes, el 5,5%, contrajeron Covid-19, y sus datos se contrastaron con los de otras 8.462 personas del grupo de control compatibles en criterios de sexo y edad.
De este modo, los investigadores identificaron los que denominaron los 'síntomas nucleares' (core symptoms) de una Covid persistente, caracterizados por mantenerse de tres a cinco meses tras el pico de la enfermedad. Estos eran los siguientes: dolor de pecho; dificultad para respirar; dolor al respirar; dolor muscular; pérdida de olfato y/o gusto; hormigueo de manos y pies; hinchazón de garganta; cambios de temperatura; pesadez de brazos y piernas; y muy especialmente, fatiga crónica. Según el estudio, los síntomas alcanzaban el punto álgido a los tres meses y no disminuían.
Por otro lado, la fiebre, el dolor de cabeza, las náuseas y mareos, la tos húmeda o seca, o los síntomas gastrointestinales (diarrea, dolor de tripa) no dieron muestra de persistir pasada la fase aguda de la Covid. Otros, como el dolor de espalda y el muscular, también mostraron un crecimiento destacable en el grupo de control, lo que apunta a posibles causas ambientales. Los tres síntomas principales de la Covid persistente serían la pérdida de olfato -anosmia- y gusto -ageusia- (7,6%), el dolor muscular (7,3%) y la fatiga (4,9%).
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Sin embargo, como admite la propia Rosmalen, el estudio presenta tres importantes limitaciones. En primer lugar, dada la dificultad para realizar tests en la primera ola, algunos participantes en el grupo de control podrían ser en realidad positivos asintomáticos. Segundo, los cuestionarios no tuvieron en cuenta síntomas que ahora se asocian a la Covid persistente, como los psicológicos, psiquiátricos y neurocognitivos que recoge el Ministerio de Sanidad de España en su definición de la enfermedad. Y tercero, debido a su fecha, no se tuvo en cuenta los efectos tanto de las variantes posteriores, de beta a ómicron, como de las vacunas.
Un problema "infravalorado"
La estimación de un caso de Covid persistente por cada ocho infecciones "cuadra perfectamente" con lo observado en España. "Especialmente durante las primeras olas de la pandemia", valora la Dra. Pilar Rodríguez Ledo, vicepresidenta primera y responsable de Docencia y Educación Médica de la Sociedad Española de Médicos Generales y de Familia (SEMG), para EL ESPAÑOL. Si bien "la intuición" invita a pensar, "con cautela y a falta de confirmación", que el avance de la vacunación y las siguientes variantes han atenuado el porcentaje de síntomas persistentes, el "número absoluto" de casos ha seguido creciendo por la multiplicación de contagios.
La anosmia, por ejemplo, fue un síntoma "muy frecuente en la primera ola", pero ha ido descendiendo en las siguientes olas. Mientras, la astenia -cansancio- y los neurocognitivos -'niebla mental'- son ahora los más prevalentes, "una afectación de hasta en un 70%" según Rodríguez Ledo. El problema de base, sin embargo, radica en que no se está haciendo una "valoración correcta" de las repercusiones de enfermar por Covid, algo debido en parte a la ausencia de "registros adecuados". La retirada de medidas como la mascarilla hace recordar a la especialista a "las abuelas y el sarampión", cuando se juntaba a los niños para que "se contagiaran en cuanto antes".
"La Covid se está asociando a un número de muertes no desdeñable. Estamos infravalorando que hay un número absoluto de muertes que no es baladí, y que muchas personas arrastran una situación en la que no vuelven a su vida normal. ¿Un 12% es mucho o poco? Como seres humanos, lo valoramos en función de lo que nos toca", reflexiona Rodríguez Ledo. "De cara a la planificación sanitaria, hay que valorar que hay un grupo de personas que ha perdido su salud y arrastrará una carga de enfermedad por un tiempo desconocido. La salud es dinero, y perdemos efectivos en edad fértil y activa en un país ya de por sí envejecido", concluye.