El debate sobre la ley trans está sacando a la luz los datos sobre el colectivo, o más bien la falta de ellos. La OMS estima que entre el 0,3% y el 0,5% de la población mundial es trans; en España se calcula que hay entre 5.000 y 10.000, cifras probablemente infraestimadas. Es difícil cuantificar la población del colectivo, entre otras, porque todavía persiste el miedo a la estigmatización. Lo que sí se conoce es que su número está aumentando pero las razones, hoy por hoy, siguen sin estar claras.
Celso Arango, expresidente de la Sociedad Española de Psiquiatría y Salud Mental, advertía en este periódico de un "boom", en los últimos tres años, de adolescentes que acuden a la consulta cuando en las décadas anteriores habían sido solo cuatro o cinco.
Estudios publicados recientemente sobre la actividad de las unidades de identidad de género en distintos servicios de salud son los que dan cuenta de este aumento. En Inglaterra, la demanda de este servicio ha crecido más de un 150% en siete años. En España, los ejemplos son múltiples: en el valenciano Doctor Peset ha aumentado un 1.050% en una década; el Clínic de Barcelona reporta números similares entre 2006 y 2016.
[Un informe inglés advierte de una explosión de casos de niños trans: un 154% más en siete años]
En Madrid, la prevalencia de transexualidad pasó de 4,3 por cada 100.000 habitantes en 2007, cuando se creó la Unidad de Identidad de Género del Hospital Ramón y Cajal (la primera de la comunidad), a 22,1 en 2015 debido al efecto acumulativo de los diagnósticos, según un estudio publicado en 2018.
Ese mismo estudio indicaba que la prevalencia en la región, mayor que en otros territorios europeos, podría deberse a la alta accesibilidad a la unidad y la ausencia de listas de espera, así como "la permisividad social y el clima y la apertura de España, especialmente en Madrid".
Antonio Becerra, coordinador de dicha unidad hasta 2019, era el primer autor de ese trabajo. "Cuando hicimos el estudio se había publicado una ley en la comunidad que pretendía acercar a las personas trans a la atención primaria, por lo que pensábamos que iba a suponer un descenso de la atención. Ocurrió todo lo contrario", explica a EL ESPAÑOL.
Identidad sin disforia
Endocrinólogo de formación, Becerra apuntaba en un editorial de la revista de la Sociedad Española de Endocrinología y Nutrición publicado en 2020 varias posibles razones: mayor atención prestada a las personas trans en los medios de comunicación, el acceso a la información que supuso la irrupción de internet, o la despatologización y desestigmatización gradual de la medicina y la sociedad, respectivamente.
"También está la disforia de género de rápido comienzo", afirma. Este concepto es una figura central en el debate social sobre el fenómeno trans: se refiere a niños y adolescentes que, sin ningún aviso, manifiestan ser trans.
La disforia de género de inicio rápido es utilizada por activistas contra la ley trans para alertar de que hay un 'contagio social' entre los adolescentes, algo así como una moda en la que ser trans sería deseable. El problema es que, como apunta el propio Becerra, "no está demostrado que sea una entidad".
El concepto apareció por primera vez en 2018 y ha sido fuertemente criticado desde entonces porque la autora que lo creó se basó en encuestas on-line a padres en tres webs de marcado carácter anti-trans. No recabó la experiencia de los propios niños sino la percepción de los padres.
Por eso, las todopoderosas asociaciones americanas de Psiquiatría y de Psicología conminaron el año pasado a no utilizar este concepto ni al diagnóstico ni en un entorno clínico. "No hay estudios empíricos seguros de la ROGD [siglas de disforia de género de inicio rápido en inglés] y no ha sido sujeto de procesos rigurosos de revisión por pares que son estándar para la ciencia clínica".
Clara de Castro, psiquiatra infantil del Hospital Sant Joan de Déu, es la primera autora del estudio que ha cuantificado la experiencia de la Unidad catalana de Identidad de Género a lo largo de 18 años. "Se habla más de la identidad transgénero sin tanta disforia", es decir, el malestar asociado a sentirse del género opuesto al asignado al nacimiento. "Es decir, que hay formas menores de identidad que están saliendo ahora, pero no puedo decir si hay contagio social o no".
A este respecto, De Castro (y el resto de expertos consultados por este medio) aclara que "el género no es un tema binario, es un espectro". Por eso aventura que pueden estar apareciendo distintos grados de intensidad en la identificación con un género y que, en la adolescencia, "igual que uno explora su sexualidad puede explorar su identidad de género".
También recuerda que el colectivo transexual ha estado muy estigmatizado y ligado a la marginalidad. "Los transexuales que decidían vivir en sociedad como tales tenían mucha dificultad para conseguir trabajo y podían acabar en la prostitución. Cuando un tema no es aceptado por la sociedad, las personas viven en la clandestinidad: o no salen del armario y forman una familia normativa o, si salen, lo hacen en unas condiciones muy difíciles".
Marcelino Gómez, coordinador de la Unidad de Identidad de Género del Doctor Peset, ya explicó a EL ESPAÑOL que el 'contagio social' le parecía "muy simplista" y abogaba por un origen multifactorial: "Mayor visibilidad, mayor oferta de servicio y asistencia en cercanía, leyes autonómicas protectoras, etc."
Más mujeres, menos hombres
Los estudios publicados por Becerra, De Castro y Gómez reservan otra sorpresa. El perfil de la persona que acudía a la consulta también había cambiado: de adultos cuyo sexo asignado en el momento del nacimiento era masculino a adolescentes cuyo sexo al nacer era femenino. Y, si es difícil discernir una causa para el aumento de las consultas, especular sobre este cambio en el demandante es ya un auténtico reto.
"Es muy difícil demostrar qué puede estar pasando", aventura Antonio Becerra. "Puede que las adolescentes entiendan que socialmente es más importante ser hombre que mujer, pero esto yo no lo puedo decir porque es una hipótesis".
También advierte de posibles confusiones con el síndrome de ovario poliquístico, en la que la mujer tiene niveles elevados de hormonas masculinas. "Es una entidad de endocrinología muy antigua que no tiene por qué provocar esa masculinización de la identidad". O una posible confusión de orientación lesbiana con identidad masculina. "No es lo mismo orientación que identidad, pero ambas son una escala de grises. No hay una norma".
De Castro no se atreve a aventurar la causa de este cambio de perfil, pero sí ofrece datos ante un posible miedo al arrepentimiento tras este aumento de casos. Si los estudios de hace dos décadas hablaban de un porcentaje elevado de abandono del proceso de afirmación de género, los más actuales cifran este abandono –cuyas causas van más allá del arrepentimiento– en un 2%.
"Antes, en muchos diagnósticos solo era necesario que los niños cumpliesen conductas típicas del otro género para plantear que pudieran ser niños trans. En el DSM-V (la 'biblia' de la psiquiatría) se habla de disforia como un malestar asociado a la condición de transexualidad, pero para poder hablar de esta el niño tiene que reconocerse niña, o la niña tiene que sentirse niño. Es decir, tiene que manifestarlo [explícitamente]".
Esto es, antes solo bastaba con la apreciación de los padres (como en la disforia de inicio rápido). Ahora, los criterios para determinar la incongruencia, disforia o diversidad de género implican que sea el propio protagonista quien lo reconozca. De Castro recuerda: "La identidad de género va más allá de las conductas sociales".
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