Tienes 14 años y es sábado por la tarde. Una semana de horrible instituto. Quedas con un par de amigos y os vais a un descampado alejado del pueblo. Habéis logrado toda una hazaña; comprar un par de botellas de Peche en el súper, a pesar de que tienen prohibido vender a menores. El plan no podía haber salido mejor, pero tú no podías haber hecho peor. Porque ese momento va a ser el que te lleve 13 años después a decir la frase: "Soy Leticia y soy alcohólica".
Quizá, esa sentencia es de las pocas que alberguen algo de verdad en un mundo lleno de tópicos, como denuncia esta joven. Cuando hay un problema con la bebida, no puedes hacer tu vida. Por mucho que se empeñe la ciencia ficción, la resaca no se pasa con un paracetamol. Y, hale, a funcionar. No. Una pastilla tampoco borra el malestar que se fragua en el interior y que lleva el nombre de vergüenza. "He tenido veces de despertarme y recordar la noche anterior y darme mucha pena", reconoce Leticia.
Su historia es una más de las que se cuentan en Proyecto Hombre o en cualquier otra institución que preste ayuda a los adictos. Éstas ofrecen la ayuda terapéutica necesaria para salir del problema. Lo que ocurre es que, cada vez, son más y más los usuarios que la reclaman. Además, como en el caso de Leticia, la población joven se está convirtiendo en un nicho muy peligroso.
"El alcohol es la segunda sustancia por la que vienen más usuarios pidiendo ayuda", denuncia Elisa Rodríguez, psicóloga en Proyecto Hombre Madrid.
Lo que dice cuadra con los datos que se tienen sobre esta realidad, porque, pese a que la encuesta que elabora el Ministerio de Sanidad sostiene que ahora hay menos adolescentes bebedores que hace 25 años, el consumo problemático de esta sustancia sí va en aumento. El propio informe refleja que 2021 registró la cifra más alta de intoxicaciones etílicas de los últimos diez años: un 44,5% de los adolescentes reconoció haber sufrido este problema en el último mes.
Peor que el cannabis
"Lo que vemos ahora es que los jóvenes entre semana no consumen, pero los fines de semana se meten un atracón. Beben en grandes cantidades, sin ningún control. Esto, fin de semana tras fin de semana, acaba formando un problema", detalla Rodríguez.
Leticia, por ejemplo, inició la relación con su adicción así, bebiendo viernes y sábados. "Comencé haciendo botellones con Peche de melocotón, luego me pasé al Martini Blanco, pero bebía tanto que aborrecía todas las bebidas alcohólicas. Con 15 años, había probado todas de botellón hasta hartarme".
Las terribles resacas, no obstante, no fueron suficiente para terminar con el problema: "De ahí pasé a tomar cañas al salir del instituto prácticamente a diario, luego a quedar con alguien para un café, pero preferir un tercio de cerveza y ya a beber sola en mi casa".
¿Pero dónde está la franja que califica esto de consumo problemático de alcohol? Rodríguez aclara que cada caso es un mundo y que, de hecho, hacer ver a padres y adolescentes que tienen una relación tóxica con la bebida es de lo más costoso. "Está tan normalizado, que este problema pasa mucho desapercibido. A los padres les preocupa el cannabis, pero cuando tratamos al hijo por esta sustancia, luego vemos un consumo de alcohol muy elevado".
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La terapeuta expresa así una queja hacia lo que considera una banalización de una sustancia que causa verdaderos estragos en la salud de la población y con la que España tiene un grave problema. Según el Informe Anual del Sistema Nacional de Salud, en 2020, se notificaron 20.017 admisiones en programas de desintoxicación de la red pública sanitaria por alcohol. Por cannabis fueron 10.587. Casi la mitad.
Camuflar una depresión
Retomando la pregunta de dónde está la barrera de consumo problemático, a ella responden las guías médicas sobre el tema. Por ejemplo, desde Proyecto Hombre, se explica que algunos de los síntomas son: pérdida de control del consumo, beber en ayunas, consumir ante acontecimientos de gran tensión, recaída a pesar de los efectos negativos, camuflar con la sustancia problemas familiares, sociales y/o laborales, comenzar a presentar olvidos y despistes y pérdida de conciencia de la realidad y negación.
"Yo comencé bebiendo con los amigos para divertirme, pero, al final, cuando tenía el problema con el alcohol, lo hacía para olvidarme de la depresión constante en la que vivía. Me levantaba un día con resaca, pensaba 'vaya asco todo lo que hago' y, para no sentirme así, bebía, pero el alcohol es un depresor, por lo que estaba en una rueda", recuerda la joven.
Leticia reconoce que su consumo problemático de alcohol le vino para evadirse de una realidad en la que, sin darse cuenta, se había metido ella sola. Porque aquí va otro tópico fuera. Esta joven no viene de una familia desestructurada y con problemas. "Mis padres me han dado siempre muchísimo cariño y la mejor educación". Tampoco había contingencias externas. El único problema venía en forma de botella y, en su última etapa como bebedora, se llamaba ron.
Afortunadamente, al ron, cerveza, whisky, etc., les dijo adiós hace unos meses, cuando puso el primer pie en Proyecto Hombre Madrid. "Me daba mucho miedo meterme en un sitio así. También sentía pena de mí misma, de haber llegado hasta este punto. Pensé, 'qué mierda, qué he hecho con mi vida', pero ahora sé que es la mejor decisión que he tomado nunca".
Alcohol más cocaína
Esta es la primera vez que Leticia recibe ayuda especializada para superar su problema, antes lo había intentado "unas tres o cuatro veces" por su cuenta. Como insiste Rodríguez, de una adicción no se sale solo. "Los profesionales estamos aquí para ayudar a todo el que lo necesite y, en el caso de adolescentes, también a sus familias, porque ellas lo pasan igual de mal o peor", detalla la terapeuta.
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Leticia, sin embargo, nunca dijo nada a sus padres. "Con todo lo que han hecho por mí, tenía miedo de preocuparles", confiesa. A ocultarles su problema, ha ayudado el hecho de vivir en un piso compartido desde hace mucho tiempo. Han sido sus amigas las que la han impulsado a recuperarse. La última etapa de la adicción ya era fatídica: "Había también cocaína. Esta sustancia te quita la borrachera y, al final, como que van de la mano. Cuando estás mal, además, sientes que te arropan, pero esto es una falsa realidad".
Ahora tiene miedo de estar viviendo en otra falsa realidad, la del subidón de llevar unos meses sin probar una gota de alcohol: "Los terapeutas me han dicho que luego viene el bajón, pero prefiero pensar en el hoy". Tampoco se acuerda del ayer, pues no lleva la cuenta de los días que lleva sobria: "Esto me parece un tópico muy grande y que no me gusta decir, porque parece que es un premio y estar sin consumir no es ningún regalo, es algo que te ganas con el día a día".
Ya puestos a derribar mitos, ¿con cuál más está dispuesta a enfrentarse? "Quiero reinventar lo de 'un adicto siempre es un adicto'. ¿Qué esperanza le das a una persona que tiene este problema y le dices eso? No me parece la mejor frase. Mejor decirles que el camino es difícil, pero que, si piden ayuda, todo se puede solucionar".