La creciente tensión que se está viviendo en China por la inflexibilidad de su estrategia anti-Covid ha estallado con una serie de manifestaciones a lo largo y ancho del país, y plantea un dilema a sus represoras autoridades: no dar el brazo a torcer y seguir alimentando un malestar poco visto en las últimas décadas o abrir la mano y permitir que el virus campe a sus anchas en un país menos preparado de lo que parece para hacer frente al virus. Las proyecciones más serias hablan de un colapso hospitalario y un millón y medio de muertos si la desescalada de medidas no es exitosa.
El incendio, el pasado jueves, de un edificio de viviendas en Urumqi, ciudad al noroeste del país (más cercana a las capitales de Kazajistán y Mongolia que a Pekín) y capital de la región autónoma de Xinjiang, ha dinamitado la paciencia de una población que no ve un final a la estricta política de 'Covid cero' que el máximo mandatario chino, Xi Jinping, estableció hace casi tres años.
Diez personas murieron en el incendio. La población de la ciudad –que vive en régimen de semiconfinamiento desde agosto– achacó las muertes a las dificultades que encontraron los equipos de rescate para entrar en el edificio que, parece ser, estaba bajo aislamiento tras la detección de un caso de Covid. Y dijeron basta.
La sucesión de protestas en ciudades como Shanghai y Pekín ha sorprendido a todo el mundo, con atrevidas proclamas políticas contra Xi Jinping fruto del hartazgo. Son tres años de aislamientos, cuarentenas, calles vacías, PCR diarias para poder entrar en sitios y hacer vida normal… con un resultado innegable: el control de la enfermedad ha sido un éxito, pero a un precio excesivamente alto.
En un país de escasa transparencia los datos nunca son fiables. Partiendo de ahí, el portal de la Universidad de Oxford Our World in Data recoge que el pasado 23 de noviembre se produjo el récord de contagios diarios de toda la pandemia: 55.616 en un país de 1.400 millones de habitantes. En España se llegaron a notificar 180.000 casos en un solo día: el pasado 12 de enero.
La locomotora da un frenazo
El total de muertes relacionadas con la Covid reportadas por el gigante asiático apenas supera las 5.000, por más de 115.000 españolas. Es decir, por cada millón de habitantes, en España se calculan 2.437 defunciones por 3,67 en China. Incluso, ahora mismo en nuestro país se producen más de una decena de muertes diarias asociadas al virus.
"China ha tenido una política de 'Covid cero' superdura. Supongo que lo han podido hacer porque es una dictadura, pero han tenido menos incidencia y menos mortalidad que España y la Unión Europea", reconoce Joan Caylá, portavoz de la Sociedad Española de Epidemiología.
Caylá recuerda que políticas similares han sido exitosas en tiempos pasados. "Fue muy efectiva con la peste negra, la fiebre amarilla, etc. Si en la Antigüedad venía un barco sospechoso, lo ponían en un lazareto y lo observaban a ver qué pasaba hasta que fuese seguro".
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Para el epidemiólogo el tema estará en si van a poder mantener esa política durante mucho más tiempo. No parece que sea así: la otrora locomotora mundial registró un crecimiento del Producto Interior Bruto del 0,4% en el segundo trimestre de 2022, el peor resultado desde el primer trimestre del 2020, cuando los expertos vaticinaban un 1%. Estos números, en un país acostumbrado a cifras espectaculares en las últimas décadas, dan cuenta de que la situación actual no puede ser mantenida durante mucho tiempo.
La llegada de ómicron supuso un cambio de paradigma en el control de la pandemia a nivel mundial. Los países se dieron cuenta de que había que pasar a una estrategia de convivencia con el virus porque era imposible contenerlo. Aquellos que habían seguido políticas estrictas al estilo chino –como Australia, Nueva Zelanda, Japón o Corea del Sur– vivieron fuertes oleadas de Covid desde el último invierno pero acabaron conjugando la protección y el control con una normalización de las actividades.
China, el más estricto de todos, decidió aguntar. Tuvo una primera oleada de ómicron la pasada primavera, con un pico de 29.000 casos. Las nuevas subvariantes son incluso más difíciles de contener y el país ha vivido desde el verano un goteo de casos (y, por tanto, de confinamientos) desde el verano, hasta alcanzar la forma de ola creciente este noviembre.
Un gigante con pocas camas
El problema es que el gigante asiático no está preparado para hacer frente a una oleada de contagios: su red hospitalaria es menor que la de los países que le rodean, con 3,6 camas de cuidados intensivos por cada 100.000 habitantes. Corea del Sur tiene 10,6 camas; Japón, 7,3.
Además, hay más de 1.200 millones de chinos con la pauta de vacunación primaria completada, pero solo 800 millones han recibido refuerzos; la mayoría de ellos, antes del verano. Entre los mayores de 80 años, la población más vulnerable, apenas se alcanza un 40% de dosis de refuerzo. Por otro lado, el país ha usado sus propias vacunas, con unos resultados de eficacia más pobres que las utilizadas dentro de la Unión Europea.
La baja inmunidad de la población, ya sea por no haber pasado la Covid o no haber recibido una dosis vacunal de refuerzo, hace que las proyecciones de los efectos de levantar las restricciones no sean nada halagüeñas. En mayo, la revista Nature vaticinaba que la demanda de UCI multiplicaría por 15 la disponibilidad de camas y el colapso hospitalario causaría alrededor del 1,55 millones de muertes.
Los autores, procedentes del Ministerio de Educación de Shanghai, habían desarrollado un modelo basado en el brote de ómicron en la ciudad para extrapolarlo al país. A pesar de los nada halagüeños resultados, apuntaban asegurar el acceso a las vacunas y terapias antivirales, así como el mantenimiento de intervenciones no farmacológicas (como la mascarilla y la distancia de seguridad) "podría ser suficiente para prevenir el desbordamiento del sistema sanitario, sugiriendo que estos factores deberían ser puntos de énfasis en futuras políticas de mitigación".
La consultora de salud Airfinity ha hecho una estimación más reciente de la carga que tendría que soportar el país, basándose en el brote de ómicron generado en Hong Kong en los primeros meses de 2022: entre 1,3 y 2,1 millones de muertes.
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Louise Blair, jefe de Vacunas y Epidemiología de Airfinity, apunta que los esfuerzos de Hong Kong por vacunar a los vulnerables antes de levantar restricciones solo moderó el impacto de la ola, "su protección ha sido mejorada por la inmunidad híbrida de la infección masiva a una ola mucho menos impactante y mortal".
Jeffrey Lazarus, jefe del Grupo de Investigación en Sistemas de Salud y codirector del Programa de Infecciones Víricas y Bacterianas de ISGlobal, se muestra tajante. "No tiene sentido una estrategia de cero Covid, pero tampoco aceptar un nivel de transmisión alto sin tomar medidas de control, como en España".
Lazarus estaba entre los más de 380 firmantes de un documento publicado a principios de noviembre en Nature sobre cómo debían conducir los distintos países del mundo al final de la pandemia. Información, colaboración y vacunación eran algunos de los ejes que establecían para finiquitar la Covid como problema de salud pública.
La receta que aplicaría para China es similar: vacunas, mascarillas, ventilación y campañas de información para que la gente "entienda que, si tiene síntomas, vale la pena testarse y aislarse. No tener miedo pero estar bien preparado".
El epidemiólogo advierte de que, si China se obceca en el 'Covid cero', "las manifestaciones en la calle seguirán y la gente no creerá en las medidas de control que se tomen una vez levantadas las restricciones".
Antes de eso, y dada la capacidad de China para proporcionar tecnología y equipos para controlar la expansión del virus, opta por facilitar el uso de medidores de CO2 en interiores y promocionar la mascarilla. Y recuerda: la pandemia no se ha acabado y, si queremos que la gente se prevenga de la mejor manera, hay que ponérselo fácil. "Estoy en Sitges, en un congreso, y me han dado cinco mascarillas altamente protectoras para estos días".
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