Cuando nuestra protagonista nació, tenía una mata de pelo rojo fuego, que con el tiempo ha ido cambiando de color hasta el rubio cobrizo, y la piel surcada de pecas blanquecinas. Sin embargo, no es la única característica física de esta joven alemana que llama la atención. Antes de cumplir los dos años de edad, ya era un bebé excepcionalmente alto y obeso. Desde que ha tenido memoria, la muchacha ha sentido un hambre insaciable. Pero pese al gran control sobre su apetito que había logrado desarrollar, presentaba en su adolescencia un cuadro alarmante de sobrepeso con principio de esteatosis -hígado graso- e hiperinsulinemia -diabetes.
Los especialistas del Hospital Universitario de Leipzig (Alemania) que se ocuparon del caso sospechaban de la presencia de factores genéticos. Ambos progenitores presentan obesidad, pero el padre en particular comparte los rasgos más llamativos de su hija: cabello pelirrojo que había cambiado con el tiempo, gran altura, piel pálida y pecosa, y tendencia a la obesidad desde la infancia. Aunque la había contenido durante su juventud mediante una práctica intensiva del deporte, a los 18 años ya pesaba 125 kilos. Ahora, en la mediana edad, había desarrollado diabetes.
La obesidad infantil alcanza hasta a un 40% de los niños entre los seis y los nueve años en España, pero esta nueva investigación, publicada en Nature Metabolism, introduce una nueva variable. Existe un mecanismo genético que provoca una expresión aberrante del control del apetito, y que no se detecta en las pruebas habituales de diagnóstico de la obesidad. Esta alteración se relaciona con el denominado 'gen agutí', así llamado por un gran roedor rubio de Centroamérica y el Caribe. Además de provocar obesidad, su alteración en ratones dota a su pelo de un tono dorado-cobrizo, como a nuestros protagonistas.
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La sensación de saciedad que nos proporciona la comida viene producida por la región del cerebro que controla la producción hormonal, el hipotálamo, y se efectúa mediante la activación del receptor de melanocortina 4 (MC4R). Con las muestras tomadas de la paciente, el equipo de la Dra. Antje Körner descubrió que en su caso el gen señalador de la proteína relacionada con el agutí (ASIP) se encontraba sobreexpresado en células en las que normalmente no debería encontrarse activo.
El ASIP había sido reconfigurado para manifestarse en sus células de grasa, en sus glóbulos blancos -favoreciendo la inflamación- y en neuronas hipotalámicas, lo que a su vez exacerbaba la expresión del gen. Esta actividad inhibía de forma crónica la actividad MC4R, lo que impedía a la paciente saciarse a menos que ingiriese una gran cantidad de comida, y favorecía los procesos metabólicos que desencadenan la obesidad y la diabetes. Sin embargo, esto no podía ser detectado por los marcadores genéticos habituales de obesidad, y tampoco por la conducta: la joven no caía en atracones y era cognitivamente muy consciente de la necesidad de comer menos.
A continuación, los investigadores trataron de confirmar la existencia de esta configuración genética mediante un estudio de cohorte con 1.700 niños que sufrían obesidad. Encontraron así cuatro portadores más, tres pacientes niñas y un niño. Uno de ellos, además, tenía un gemelo que también sufre obesidad pero no presenta la mutación, por lo que su caso es menos extremo. Finalmente, corroboraron con el modelo de ratón agutí -en el que el ASIP está alterado, provocándole obesidad pero también que se vuelva rubio y grande como su pariente- que se trataba de la primera variante humana conocida de la alteración.
Antes de cumplir los trece años, nuestra paciente protagonista ya medía más de un metro ochenta y llegó a pesar 156 kilos. Se le realizó una cirugía bariátrica con la que llegó a perder 40 kilos de peso. Sin embargo, con el paso de los años los ha vuelto a recuperar, aunque los investigadores aprecian que ha mejorado notablemente en sus marcadores metabólicos. Dada su mutación, la restricción calórica le acompañará toda la vida, pero los investigadores apuntan a que otros hábitos saludables beneficiosos contra la obesidad también pueden beneficiarla. Y es que, al contrario que su padre, la joven nunca había realizado ejercicio físico antes de la intervención.