La frecuencia cardíaca fetal, fetocardia o latido fetal son los nombres que recibe uno de los momentos más importantes para la gestación. Ocurre en la sexta semana de embarazo, y su detección confirma que el embrión ha desarrollado un corazón propio que está bombeando sangre. El primer indicio de este latido se puede detectar con una ecografía; a partir de la octava, novena o décima semana se puede emplear otro instrumento, el doppler, para amplificar el sonido. Madres y padres pueden de este modo escuchar latir el corazón del feto.
La importancia del latido fetal es determinante para la viabilidad del embarazo. Su aparición coincide con la organogénesis, la aparición incipiente de las estructuras que van a dar lugar a los órganos vitales aunque el embrión no mida más de cuatro milímetros en ese momento. También impulsa la formación del tubo neural que será la base del sistema nervioso y la médula espinal. Es posible que la ecografía registre el latido fetal pero se tarde más de lo habitual en poder escucharlo por doppler. Sin embargo, si sigue sin registrarse para la semana doce, cuando el corazón debería estar completamente formado, se consideraría un indicio de muerte fetal.
La forma más directa de control por parte de los profesionales de la salud, tanto durante la monitorización como en los trabajos del parto, es mediante estetoscopio. La frecuencia cardiaca fetal es muy intensa y va de los 110 a los 160 latidos por minuto, oscilando entre los cinco y 25 latidos por minuto. Las alteraciones del ritmo cardiaco indican cambios de actividad en el interior del útero, y en caso de volverse anormales, pueden indicar un problema de sufrimiento fetal. En última instancia, se puede decidir inducir el parto o realizar una cesárea.
También pueden producirse alteraciones del ritmo cardiaco que indiquen arritmias fetales, algo que ocurre en el 2% de los embarazos y que tiende a corregirse por sí solo. Hablaremos de taquicardia fetal si la frecuencia es superior a 170 o de bradicardia fetal si es inferior a 120- 100. No obstante, los movimientos fetales pueden producir un aumento de la frecuencia cardiaca de hasta 200 latidos por minuto.
Si el latido fetal supera los 240 latidos por minuto o se mantiene la frecuencia por encima de los 200 latidos de forma continuada, se realizaría el diagnóstico de taquicardia fetal. Puede ocurrir por múltiples motivos relacionados con una conducción anormal de la sangre, por falta de oxígeno (hipoxia fetal) o por niveles elevados de catecolaminas en la madre. Estas moléculas se relacionan con estados de ansiedad, dolor, fiebre, infección intraamniótica. También pueden ser efectos secundarios de determinados tipos de fármacos.
En un pequeño porcentaje de casos, finalmente, las arritmias ocurren por malformaciones congénitas del feto. Se puede tratar con fármacos, o con una intervención denominada ablación por radiofrecuencia, que consiste en la colocación de dos catéteres en el corazón del niño. Uno de ellos rodeará la zona cardiaca que genera la taquicardia, y al calentarse, impedirá que los impulsos eléctricos generados por esta zona pasen a las áreas sanas.
En casos de arritmias severas, finalmente, se puede valorar la implantación de un marcapasos. En el caso de que se trate de una malformación congénita, "puede implicar la práctica de sucesivas intervenciones a lo largo de los primeros años de vida del niño", informa Sanitas.