Hace solo unos años, estudiar qué nos hace felices sonaba un poco ingenuo, reservado a libros de autoayuda y gurús de las soluciones mágicas. Las convulsiones de la última década y media, sin embargo, han puesto el concepto de felicidad en la picota e impelido a redoblar los esfuerzos para analizar, científicamente, nuestro bienestar.
Tanto es así que el número de artículos que contienen la palabra 'happiness' –felicidad en inglés– en la base de datos PubMed, la mayor del mundo sobre medicina, registra un aumento espectacular en los últimos años. A principios de siglo apenas superaban los 200; en 2012 ya superaron los mil. La pandemia ha impulsado la cantidad de trabajos: 2.070 en 2021 y 2.232 el año pasado, el récord. En 2023, por cierto, ya van cerca de un millar.
"La presión por ser felices ha aumentado mucho desde los años de la crisis económica de 2008 y se mantiene hasta nuestros días", explica Edgar Cabanas, investigador de la Universidad Autónoma de Madrid y coautor, junto a Eva Illouz, de Happycracia: Cómo la ciencia y la industria de la felicidad controlan nuestras vidas.
Es en momentos de incertidumbre como los que siguieron a la Gran Recesión cuando "esta insistencia se hace más aguda", cuenta el psicólogo. "Son buenos momentos para mercaderes de la felicidad de toda índole, que ofrecen recetas simples para problemas complejos y prometen que la coyuntura política y económica no importa, que nuestras circunstancias no importan, pues la felicidad depende única y exclusivamente de la persona".
[La ciencia desmonta la 'psicología Mr. Wonderful': la presión por ser feliz lleva a la tristeza]
Mensajes como 'si quieres, puedes', continúa, "a la postre hacen más mal que bien, pues tienden a hacer injustamente responsables a las personas por cómo se sienten, cuando, en realidad, sentirse mal en circunstancias adversas es lo más normal del mundo".
Por ejemplo, con la pandemia, los estudios sobre la felicidad se han disparado al tiempo que se trastocaba uno de los mitos más recurrentes sobre la felicidad. "Al salir de la Covid, las personas que peor lo han hecho, y esto no es algo habitual, son los jóvenes menores de 30 años", advierte Víctor Raúl López, catedrático de Economía Aplicada en la Universidad de Castilla-La Mancha y uno de los impulsores del Observatorio de Intangibles y Calidad de Vida, el primer estudio periódico nacional sobre felicidad, que dio sus primeros pasos en 2020.
"Antes no era así, nos comportábamos como en una V", continúa. Esto es, el grado de satisfacción con la vida de una persona iba bajando conforme se adentraba en la vida adulta para repuntar de nuevo a partir de la jubilación. "En España no ha sido así: [el indicador de felicidad] se ve prácticamente plano y luego sube a partir de los 50 años. Los jóvenes eran bastante infelices".
[El dinero sí da la felicidad, pero "si eres miserable no te ayudará", según un estudio]
Otro mito derribado es el del teletrabajo. "Nos adelantamos desde un principio a lo que está pasando ahora: la gente no lo quería. En momentos puntuales se ha visto que está bien, pero en otros quieres estar relacionándote con tus compañeros".
Actualmente, López se encuentra trabajando en la actualización del observatorio, en el que se puede participar rellenando una encuesta. Los estudios sobre los factores socioeconómicos de la felicidad llevan realizándose desde finales del siglo pasado, refinando cada vez más su visión de la satisfacción con la propia vida. "Se intenta ir más allá del PIB, que es un indicador excesivamente cuantitativo y economicista".
De ahí vienen indicadores famosos como el Índice Mundial de la Felicidad que realiza cada año el Instituto Gallup y en el que dominan casi sin discusión los países de la órbita eslava. Este año, Finlandia, Dinamarca e Islandia han ocupado el podio, con España cayendo cuatro puestos hasta el número 32.
Este índice se basa en cinco variables que no aluden tanto al concepto individual de felicidad como el social: los años de vida vividos con salud, el PIB per cápita, el apoyo social, la libertad existente para tomar decisiones y la ausencia de corrupción.
Más felices en pueblos que en ciudades
El observatorio de la Universidad de Castilla-La Mancha va más allá y observa los tres entornos en el los que nos movemos: residencial, familiar y laboral.
Así, los resultados indican que los adultos casados son las personas más felices con diferencia, los viudos lo son algo más que los divorciados y los solteros son los más infelices de todos. Las personas que viven en municipios de menos de 5.000 habitantes están más satisfechas con sus vidas que las de las grandes ciudades, excepto si la población no llega ni al millar de individuos.
Además, el paro y la precariedad son claros predictores de infelicidad pero, a partir de cierto nivel económico, las diferencias no son tantas. La estructura familiar también es importante pero, lamenta López, no existen datos fiables que le permitan comparar el peso que tiene con otros países. De momento, han incluido a Rumanía en el comparador y pretenden hacerlo en EEUU próximamente para observar qué factores son los que importan a unos y a otros para sentirse satisfechos con su existencia.
¿Hay factores que nos permiten explicar por qué somos más felices o no que nuestro vecino más allá de nuestro estado civil o nuestro trabajo? Estamos entrando en un terreno espinoso en el que las respuestas ya no están tan claras aunque la psicología lleva décadas intentando desentrañarlas. Entre otras razones, porque no existe una definición única de felicidad.
Volvemos a Edgar Cabanas. "No existe ninguna definición consensuada de felicidad, ni entre la comunidad científica y académica, ni entre la gente de a pie. Tampoco hay una definición compartida entre las diferentes culturas, ni estas culturas han tenido siempre la misma visión sobre la felicidad humana a lo largo de sus historias. Digamos que, sea lo que sea la felicidad, tiene fuertes componentes históricos, culturales y sociales".
La genética de la felicidad
De ahí la dificultad de establecer qué papel juega nuestro acervo genético, nuestra crianza y nuestro entorno en el bienestar individual. Es muy probable que haya oído hablar de que la genética supone un 50% de nuestro 'capital de felicidad', mientras que el entorno supone un 10% y el 40% restante está al albur de nuestras decisiones individuales.
Estos porcentajes tan bien definidos proceden de un estudio de 2005 liderado por Sonja Lyubomirsky, de la Universidad de California en Riverside y autora de varios libros sobre la felicidad. Ese 40% de 'actividad intencional' abrió la puerta a los partidarios de la psicología positiva y a los gurús que afirmaban que teníamos un gran potencial en nuestras manos para cambiar nuestra vida, sin importar nuestras circunstancias.
Críticas posteriores han tachado estos porcentajes de arbitrarios. El trabajo de Lyubomirsky se alimentaba de investigaciones anteriores, de los años 80 y 90, que asignaban a los factores genéticos y del entorno unos porcentajes demasiado heterogéneos como para resumirlos en unos números tan inmaculados. Los factores genéticos, además, se basaban en estudios en gemelos donde podrían darse sobreentendidos como que, al nacer en la misma familia, los hermanos habían pasado por las mismas experiencias vitales y criados de la misma manera.
[Los nacidos por gestación subrogada son tan felices como los niños concebidos de forma natural]
"El debate sobre el papel que juega la genética viene de lejos y los datos son muy poco concluyentes", apunta Cabanas. "Si, como se ha demostrado, aspectos como la depresión tampoco tienen una base genética concluyente, es muy probable que tampoco la felicidad la tenga, más teniendo en cuenta que sabemos definir y consensuar mucho mejor qué es la depresión que la felicidad".
Gonzalo Hervás, profesor de Psicología de la Universidad Complutense y expresidente de la Sociedad Española de Psicología Positiva, explica a EL ESPAÑOL cómo la genética se relaciona con la felicidad principalmente mediante dos rasgos de la personalidad: la estabilidad emocional y la extraversión.
"Cuando la estabilidad emocional es baja, genera más reacciones de todo tipo ante las cosas y se acaba asociando a menor autoestima, más miedos a cosas variadas, mayor sentimiento de inseguridad, etc. y eso afecta al bienestar porque repercute en muchas situaciones cotidianas".
La extraversión juega un papel diferente. "Está asociada a la vitalidad, la motivación para buscar elementos de disfrute en el día a día, y eso hace que la persona mantenga un estado anímico más alto". Además, la sociabilidad genera un entorno con mayor número de apoyos y recursos, por lo que este rasgo, "por muchas vías, acaba generando una sensación de bienestar".
Hervás apunta que la cantidad y calidad de las relaciones es el gran factor de la felicidad, "salvo en los casos de precariedad económica". Es decir: el dinero no da la felicidad pero su ausencia la quita. Y aquí todos los estudios parecen concordar.
De hecho, uno de ellos, publicado el año pasado, se atrevía a dar una cifra concreta: 75.000 dólares (unos 70.000 euros). Parece una cantidad muy elevada pero hay que tener en cuenta que se realizó en EEUU, donde el coste de la vida es mayor y el ciudadano tiene que pagarse de su bolsillo, entre otras cosas, la sanidad.
Por cierto, sobre este último aspecto también incide Hervás. "Los efectos de la salud sobre el bienestar son complejos. En ocasiones puede tener mucha influencia pero no siempre". Todo dependerá de la funcionalidad de la persona y del nivel de dolor que sufra. Pero el psicólogo resume: "Antes se decía que la felicidad es salud, dinero y amor. Con el amor claramente se acertó, pero con los otros dos factores no tanto".
Algo parecido concluye el autoproclamado "mayor estudio hecho nunca sobre la felicidad", con más de 80 años de trayectoria. El Estudio Harvard sobre el Desarrollo en Adultos se puso en marcha en 1938: empezó con 724 participantes y continúa en la actualidad con sus más de 1.300 descendientes, siguiendo sus trayectorias vitales y entrevistándolos sobre sus perspectivas, sus miedos y su nivel de satisfacción.
El último director de este proyecto, Robert Waldinger, y su codirector, Marc Schulz, han publicado este año Una buena vida, libro que recopila los hallazgos de ocho décadas de estudio para el gran público. La clave está, apuntan sus autores, en nuestras relaciones sociales.
Tampoco es necesario ser muy exigente con esto. "Como norma general, consideramos que necesitamos mantener por lo menos una o dos relaciones buenas", explicaba Waldinger a EL ESPAÑOL el pasado abril.
El norteamericano hace un apunte sobre un mito de los ya mencionados en este texto: la V de la felicidad. Adolescentes y adultos jóvenes tienen un alto nivel de infelicidad por su mayor nivel de soledad percibida, pero a partir de los 45-50 años nuestra satisfacción aumenta, un resultado similar al constatado en el Observatorio de la Universidad de Castilla-La Mancha. A algunos mitos de la felicidad ya no les queda mucho tiempo.