"Las mujeres se enamoran de ti, tú de ellas y, cuando las criticas, lloran". Estas palabras fueron expresadas en 2015 por el Premio Nobel de Medicina y Fisiología Tim Hunt. Con ellas, creía que estaba argumentando con vehemencia y razón por qué no debían existir los laboratorios mixtos. Más de 4.000 años de historia de la civilización, pero el machismo persiste en nuestra sociedad, incluso entre aquellos que deberían ser garante de progreso.
La historia está llena de científicos que no amaban a las mujeres. Muchas veces han sido ellos los que han contribuido a su maltrato y menosprecio, afirmando en nombre de la ciencia y la evidencia que son el sexo inferior. Sobre esto, tiene mucho que decir el padre de la evolución.
Charles Darwin (1809–1882, Inglaterra) es el autor de una de las teorías científicas más importantes y de mayor trascendencia en la historia de la humanidad. Con su libro On the Origin of Species by means of Natural Selection, or the Preservation of Favoured Races in the Struggle for Life (1859) atribuye a la selección natural el porqué las especies habían llegado a ser lo que eran, algo que hasta entonces había sido explicado mediante hechos divinos.
Los 1.250 primeros ejemplares del libro se vendieron el mismo día de su publicación. Estaba claro el naturalista iba a tener un hueco en la historia, Su palabra, irónicamente, sería tomada como la de Dios entre la comunidad científica. Ahí empezó el problema.
En 1871 publica The Descent of Man and Selection in Relation to Sex (La pendiente del hombre y selección en lo referente al sexo, en español), en la que expone los argumentos de por qué el hombre había aparecido en la Tierra por medios exclusivamente naturales. Pero no sólo eso. También era un tratado sobre la inferioridad de la mujer.
En él, defiende que se diferencian mentalmente de los hombres de una manera que no podía explicar, pero que, según él, era verificable empíricamente si se observaban los logros que habían conseguido ellos frente a ellas. Así lo escribió: "La diferencia fundamental entre el poderío intelectual de cada sexo se manifiesta en el hecho de que el hombre consigue más eminencia en cualquier actividad que emprenda de la que puede alcanzar la mujer (tanto si dicha actividad requiere pensamiento profundo, poder de raciocinio, imaginación aguda o, simplemente, el empleo de los sentidos o las manos".
Tendencia en la época
"Las ideas que Darwin y otros muchos eruditos de su época tenían sobre las mujeres eran creencias muy arraigadas en el imaginario colectivo, que anteriormente ya fueron filosofadas por teóricos tan ilustres como Rousseau, Diderot o Montesquieu", se explica al respecto en el artículo Darwin, los antropólogos sociales y las mujeres.
Fuera o no fruto de la tónica de la época —hay que recordar que contemporáneos como Bachofen, Morgan, McLennan y Engels defendían que el papel de la mujer era fundamental para el desarrollo de la civilización—, el mismo artículo corrobora que este manifiesto lo que hizo fue aportar al androcentrismo de la antropología social en particular y de las ciencias sociales en general un lenguaje científico que permitió situar con una base empírica y positivista el concepto 'sexo' dentro del ámbito de la naturaleza, "ratificando las tesis misóginas teorizadas por los filósofos del siglo XVIII y XIX".
"Este lenguaje científico, que parte de la diferente fisiología de hombres y mujeres para confirmar la natural desigualdad de los sexos, permitiría a los antropólogos de la época explicar con una base científica la universal subordinación de la mujer al hombre, una subordinación que, al darse en todas las sociedades que habían llegado al estado de civilización, se convertiría en la mejor posición a la que las mujeres podían aspirar", remacha el trabajo.
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Para Darwin las características femeninas están asociadas con estados menos evolucionados, más imperfectos y más inferiores. "En la hembra [...] se dice que la formación de su esqueleto está entre el niño y el hombre", escribe. Y si tiene algún atributo "positivo", éste está claramente asociado a civilizaciones inferiores. "Se admite por lo general que en las mujeres están más fuertemente marcados que en los hombres los poderes de intuición, percepción rápida y quizás de imitación; pero al menos algunas de estas facultades son características de las razas inferiores y, por tanto, de un estado pasado e inferior de civilización", prosigue.
Al respecto de esta última frase, como bien puntualiza el libro Las "mentiras" científicas sobre las mujeres (Catarata), "el sexismo de la teoría darwiniana se mezcla con su racismo".
Homo frontalis, Homo parietalis
Todas estas diferencias manifiestas en su obra provocaron que muchos darwinistas creyeran que machos y hembras eran tan distintos que debían pertenecer a otra clasificación en la escala evolutiva. El biólogo Jerry Bergman así lo cuenta en su biografía The Dark Side of Charles Darwin (El lado oscuro de Charles Darwin, en castellano): "Algunos evolucionistas clasificaron los sexos en dos especies distintas, los machos como Homo frontalis y las hembras como Homo parietalis".
Como dilucida Bergman, la selección natural era la base del darwinismo y la inferioridad de la mujer humana para él y todos sus acólitos constituía una prueba importante y un testigo principal de esta teoría. Las mujeres eran inferiores porque no tenían que competir en guerras, que era un gran mecanismo para eliminar a los más débiles. Los varones también eran cazadores —un estudio reciente ha confirmado que las mujeres también lo eran—, otra actividad que acababa con los hombres más débiles. Si no se exponían a los mecanismos de selección natural, era fácil para ellos deducir que son más débiles que aquellos que sí lo hacían.
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Esto último es relevante porque también le permitía justificar el confinamiento de las mujeres en la esfera privada. Salir al exterior, laborar, podía ser peligroso para ellas. Ojo, también para la humanidad. Según el científico, la naturaleza tierna y cariñosa de la mujer debía reservarse para el ámbito de la casa. De lo contrario haría que se fuera indulgente con quienes, según la teoría de la evolución social, debían desaparecer, ya que sólo sobreviven los más adecuados.
Darwin consiguió justificar desde un hecho empírico, la evolución, un reparto de roles que, como se ha mencionado antes, ya había sido teorizado por filósofos anteriores. "La mujer está hecha para complacer al hombre", ejem, Rousseau. Su pensamiento, por desgracia, llegaría a influenciar a una larga lista de científicos que no amaban a las mujeres.