Una de las razones en favor de la eutanasia es que es una solución más humana y menos traumática para aquellos que optan por poner fin a su vida debido a un sufrimiento físico constante causado por una enfermedad incurable, frente a la violencia del suicidio convencional. Sin embargo, los datos nos muestran que se trata de dos caminos diferenciados que apenas se influyen mutuamente.
Hasta ahora no había estudios que compararan ambos pero un análisis de dos décadas de suicidio asistido en Suiza ponen de relieve las diferentes realidades de uno y otro en la población con cáncer: a pesar de la cada vez mayor aceptación de esta práctica, el suicidio convencional no ha disminuido.
Un matiz: en Suiza la eutanasia es ilegal pero el suicidio asistido no. Es decir, un médico no realiza el proceso sino que es la propia persona, acompañada de profesionales experimentados, quien se administra el producto con el que terminará con su vida. A efectos prácticos, son lo mismo.
Esta despenalización –mientras la eutanasia solo esté legalizada en un puñado de países como Países Bajos, Bélgica, Luxemburgo, Canadá o España– convirtió al país centroeuropeo en el centro del 'turismo de la muerte', en que extranjeros que desean acabar con su vida (y tienen el suficiente dinero para el viaje) acuden al país para hacerlo.
Uwe Güth, del servicio de Cirugía de Mama del Brust-Zentrum de Zurich, y su equipo han analizado solo los casos registrados entre residentes en un periodo de 20 años. Entre 1999 y 2018 hubo 30.756 muertes por suicidio: 22.018 convencionales y 8.738 asistidos.
La aceptación progresiva del suicidio asistido prácticamente ha duplicado el número de casos anuales cada cinco años hasta culminar en 2018, cuando hubo 1.176 y supusieron el 1,8% del total de muertes registradas en Suiza.
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La enfermedad oncológica es el diagnóstico principal cuando se recurre a la eutanasia en los países en que la práctica es legal y lleva asentada largo tiempo (en España son las neurológicas pero la ley de eutanasia entró en vigor hace tan solo dos años). En Suiza supone el 41% del total de suicidios asistidos y la edad se sitúa en torno a los 72 años frente a los 81 del resto de diagnósticos.
Se desconoce si había enfermedades asociadas en más de la mitad de los suicidios convencionales. Entre los que sí se recogía esa información, la mayor parte (73%) correspondía a trastornos mentales. En solo 832 casos había asociación entre el acto del suicidio y el cáncer. Curiosamente, la edad de estas personas era similar a las que optaban por la asistencia y 20 años mayor que en el resto de casos: 72 años frente a 52.
Mientras la opción asistida iba duplicándose cada lustro, el suicidio convencional en personas con cáncer solo pareció disminuir a principios de los 2000. El número de estos cayó un 17%, se mantuvo estable en el siguiente lustro y aumentó un 10% después. En general, el número de casos anuales se mantuvo estable a lo largo de las dos décadas.
"Debemos concluir que la situación y las motivaciones para los suicidios convencionales asociados al cáncer parecen ser claramente distintos de aquellos suicidios asistidos asociados al cáncer", sostienen los autores en el estudio, que ha sido publicado en la revista Cancer Medicine.
Dos poblaciones diferentes
Miguel Guerrero Díaz, responsable de la Unidad de Prevención e Intervención Intensiva de la Conducta Suicida (UPII) Cicerón, en Málaga, considera el trabajo muy interesante al ser el primero que compara las dos realidades pero opina que la hipótesis de la que partía –que la aceptación de la eutanasia reduciría los suicidios en pacientes con cáncer– era de "difícil cumplimiento".
"Las variables sociales, demográficas y clínicas son distintas" entre ambas opciones, así como las motivaciones. Los grupos de población son distintos; "puede existir cierta superposición, pero se trata de conjuntos poblacionales diferentes".
Un estudio publicado el año pasado advertía de que las personas con cáncer tienen el triple de posibilidades de cometer un suicidio frente a la población general. "Sabemos que padecer una enfermedad física donde se amenaza el pronóstico vital, genera grave interferencia en la vida de una persona, genera discapacidad o cursa con dolor físico crónico es un importante factor de riesgo para la conducta suicida".
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Este riesgo es especialmente alto al momento del diagnóstico, pero también en su fase final, cuando el deterioro es palpable, hay limitación de la autonomía y no se gestiona bien el dolor.
Sin embargo, optar por el suicidio asistido requiere una planificación y un análisis profundo de la situación. "Este patrón no es ni de cerca el más frecuente cuando hablamos de suicidios consumados convencionales donde la impulsividad, la transición rápida de la ideación a la acción, el acceso a métodos, la ingesta previa de alcohol, la toma de decisión aparece horas antes del acto suicida.
En este caso, el suicidio suele ser respuesta "para cesar un estado aversivo de conciencia o acabar con un sufrimiento emocional percibido como insorportable".
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En cambio, en la eutanasia la motivación suele ser distinta y tiene que ver con la pérdida del sentido de la vida, el hastío o el agotamiento físico y mental, la pérdida de funciones vitales, etc. "El suicidio tradicional tiene más de evitación y escape del dolor que una decisión meditada".
Por su parte, el psico-oncólogo de la Asociación Española Contra el Cáncer Miguel Mediavilla recuerda que un diagnóstico de cáncer por sí mismo no incrementa el riesgo de suicidio y que hay que diferenciar causas y precipitantes: puede haber detrás un factor de desesperanza, la sensación de ser una carga para los demás… pero la decisión se da tras una discusión, una situación clínica mal controlada, etc.
"Lo que siempre hay en cualquier caso de cáncer es incertidumbre", apunta. "Es probablemente la enfermedad más temida por el sufrimiento que puede causar: miedo a la pérdida de autonomía, limitaciones de los tratamientos, etc."
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Pese a ello, Mediavilla explica que hay multitud de factores que influyen en el riesgo, desde el propio pronóstico de la enfermedad hasta antecedentes previos de trastornos mentales, capacidad de comunicación con el equipo médico y el apoyo sentido por el entorno social.
"Puede haber mayor riesgo de suicidio en personas diagnosticadas de cáncer pero hay muchos factores que modulan esta circunstancia".
El psicólogo recuerda que también hay factores externos que influirán en la decisión, como el acceso a cuidados paliativos integrales, "algo muy importante en la enfermedad avanzada y en lo que hay cierta inequidad".
En la Asociación Española Contra el Cáncer disponen de un teléfono de atención 24 horas para enfermos y familiares y es gratuito: 900 100 036.
En España existen líneas telefónicas de ayuda como el 024, el Teléfono de la Esperanza (717 003 717) o el Teléfono Contra el Suicidio (911 385 385), así como diversas páginas web con recursos y guías de ayuda, como Papageno y la Confederación Salud Mental España.