A Miguel Guerrero se le acumula el trabajo con los medios. La pandemia ha roto el tabú de la salud mental y profesionales como él, coordinador de la Unidad de Prevención e Intervención Intensiva en Conducta Suicida (UPII) Cicerón, en Málaga, son cada vez más demandados para explicar la realidad que hay detrás de los 11 suicidios que se registran, de media, en nuestro país cada día.
Pero si la Covid ha servido para hablar de estos temas, la realidad en la Administración va muy por detrás. Guerrero, que atiende a EL ESPAÑOL con motivo del Día Mundial para la Prevención del Suicidio que se conmemora este domingo, se muestra muy crítico con las buenas palabras pero las escasas acciones que se han llevado a cabo, incluyendo la línea de atención a la conducta suicida, 024, una iniciativa necesaria pero insuficiente y de la que sabemos cómo está funcionando.
Hablar con Guerrero es ir derribando, uno por uno, los mitos que todos tenemos alrededor del suicidio. Es comprender por qué la forma en que hablamos del tema influye en aquellas personas para las que el suicidio no es una idea abstracta sino una opción. Después de leer esta entrevista, seguro que usted también se plantea cómo ha tratado este tabú hasta ahora.
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Se habla mucho de salud mental tras la pandemia, pero ¿se está haciendo algo o solamente es palabrería?
Es de los pocos efectos 'positivos' que podríamos decir que ha tenido. Se ha publicado el impacto en la población general de los problemas de salud mental, los problemas emocionales tras la pandemia, etc.
A nivel político parece que han rentabilizado este problema, también ha coincidido con que personajes famosos han publicado en sus perfiles que tienen problemas de salud mental con la intención de normalizarlos y eso es positivo. Todo lo que sea hablar de la salud mental ayuda a normalizarla.
La sospecha es que no se esté hablando, primero, todo lo bien que se debiera, y segundo, que se están confundiendo o metiendo dentro del problema de la salud mental realidades diferentes. Se está normalizando el que sintamos ansiedad, nerviosismo, problemas del sueño, incluso síntomas depresivos, ¿no? Pero las personas con trastorno mental grave –esquizofrenia, trastorno bipolar, trastornos de personalidad, psicóticos, de estrés postraumático, incluso la conducta suicida– todavía no están bien abordados.
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Eso una es una primera realidad. Después, es verdad que muchas comunidades autónomas han actualizado los programas de salud mental que tenían, que estaban bastante olvidados. Han reaccionado ante esta situación haciendo propuestas, pero la realidad es que, a día de hoy, no ha habido una dotación de recursos extraordinaria, no ha habido una política de salud mental novedosa, todavía existen dificultades de accesibilidad a la terapia, la ratio de los profesionales que trabajan en salud mental sigue estando muy por debajo de la media europea, sigue habiendo problemas de inequidad…
La preocupación por la salud mental, ¿es algo de derechas, de izquierdas o no tiene ideología?
En teoría no debería de tener ideología porque es un problema de salud. La salud mental necesita estar despolitizada, pero la realidad es que la política lo inunda todo. En Estados Unidos parece que la salud mental es más sensible a las políticas progresistas, de izquierda, y en el lado de los conservadores como que cuesta todavía más abrirse.
En España esa división no está tan clara pero es verdad que, tradicionalmente, hay dos visiones diferentes de la salud mental, una más politizada hacia la derecha, digamos, más biológica, más tradicionalista… y otra más de la psiquiatría social, de los factores determinantes socioeconómicos, del progreso, de los derechos humanos incluso. Esa división se sigue viendo. A nivel práctico, eso no se traduce en la clínica, afortunadamente.
Si solo se pudiera hacer una cosa para combatir el suicidio, ¿qué es lo que habría que hacer?
Esa es una pregunta difícil porque el suicidio es un problema tan complejo que una única solución no se ajustaría a la realidad. Si atendiéramos a la evidencia empírica, a los estudios, la estrategia de prevención que más eficacia tiene –y paradójicamente es en la que menos se invierte– es la limitación de acceso a métodos letales.
Por ejemplo, en el puente Golden Gate de San Francisco se puso un malla arquitectónica para evitar que las personas se precipiten. En el metro de Viena pusieron señales luminosas que lanzaban mensajes de SOS cuando la gente se acercaba demasiado a la vía. También se han limitado las prescripciones de los fármacos, con menos comprimidos para evitar que la gente los acumulara. Todo ese tipo de medidas demuestran una eficacia muy alta en la prevención del suicidio, pero curiosamente no se invierte en ellas.
Con la [medida] que yo me quedaría, por ser la más universal, sería la alfabetización del suicidio. Que toda la población tuviera un conocimiento responsable de cómo poder afrontar una crisis suicida, tanto si la vivo yo en primera persona, como si la vive una persona alrededor mía. Conocer las señales de alarma, los indicadores y factores de riesgo, qué recursos utilizar si una persona está en peligro…
¿Y qué es lo que no hay que hacer para prevenir el suicidio?
Primero, ignorar el problema, mirar para otro lado. No hay que minimizar ni banalizar el suicidio. Si desde 2008 es la principal causa de muerte no natural en el país, no tiene sentido que no haya un tratamiento específico, especializado, dentro de un Plan Nacional.
Yo creo que ese es el gran error que comete la política sanitaria de España con respecto al suicidio, no haberse posicionado de una manera contundente para poner en marcha todas las estrategias de prevención que funcionan.
En Madrid hubo mucha burla cuando se pusieron las mamparas en el Puente de Segovia. ¿Existen otras iniciativas en España para poner barreras arquitectónicas al suicidio?
A mí lo que me preocupa es que no haya un mapa de puntos negros igual que se hizo en el tráfico. La DGT señalizó muy bien cuáles eran los tramos de carretera en España donde mayor mortalidad había. ¿Qué hicieron después? Poner en marcha algún tipo de estrategia de prevención: mejorar la vía, mejorar la señalización, incluso la modificación física de la vía, si había que quitar un túnel… Se actuó y luego se monitorizó y vieron que descendían los accidentes de tráfico.
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En el suicidio la metáfora es la misma, Marcos: identificar cuáles son los puntos negros, los puntos de mayor concentración de suicidios y actuar en función de cada realidad. En algunos casos será un puente pero en otros puede ser otra cosa.
Pero como esto no está organizado ni sistematizado… Si coincide que en mi población cercana he visto que lo han puesto, bien: si sirve para ese puente, ¿por qué no para el puente de Mijas? Y reírse forma parte de ese estigma que tiene la salud mental. La gente no conoce el sentido de esa medida y, por lo tanto, se mofa. Y, seguramente, ha conseguido reducir el número de suicidios.
En 2021 Madrid era la comunidad con la tasa más baja de suicidios. No todo será por las mamparas del Puente de Segovia.
Ten en cuenta que influye mucho el sistema de registro que tenga la comunidad. Puede ser, efectivamente, que haya menos incidencia de suicidio, pero también puede ser que haya una peor notificación.
Es verdad que chirría que Madrid, una comunidad donde hay tanta población, donde hay tantas dificultades, tenga una tasa tan sumamente baja, pero en cualquier caso, tener un observatorio nacional público ayudaría a homogeneizar ese sistema de registro y hacer comparación entre comunidades.
O sea, que es posible que las cifras que se están dando de suicidio…
… estén subnotificadas. No es que Madrid esté encubriendo datos, ni mucho menos, ni vaya a pasar de ser la última a la primera. Pero la tasa de mortalidad tampoco debería ser el único criterio para trabajar la prevención del suicidio.
Hay otro tipo de indicadores en que merece trabajar para la prevención del suicidio. Pero ciertamente es así a nivel estadístico, Madrid es una de las comunidades que tiene menos tasa de suicidios. Puede ser por muchos factores pero al no estar investigado, todo son hipótesis y conjeturas.
Asturias y Galicia son las comunidades con mayor tasa de suicidio porque, se dice siempre, tienen una población muy envejecida y uno de cuatro suicidios es en personas mayores de 70 años. Pero después de estas dos les siguen Canarias, Andalucía y Castilla y León.
Fíjate que también se había hablado de la influencia del clima, de la latitud… Pues ya ves tú, Galicia y Andalucía son las antípodas del clima.
Cuando quieres analizar de manera pormenorizada el suicidio, ayuda mucho el microscopio. Normalmente solemos ver cifas macroscópicas pero es mucho más eficaz cuando se analizan áreas concretas. Porque dentro de la misma comunidad, si cierras el zoom, ves muchas desigualdades: no es lo mismo el interior que el litoral y la costa, por ejemplo.
Dentro de Andalucía hay dos áreas que triplican la media nacional de suicidio. Si los recursos son limitados, tendrá interés centrarse precisamente en esas zonas. A lo mejor no es necesario la misma intensidad en Jaén, en Málaga, que en Huelva. Pero esto cuesta mucho verlo cuando se mezcla con la política.
Mirando las cifras de la Unión Europea, España, Italia y Grecia son las que tienen las tasas más bajas. ¿El Mediterráneo tiene ese factor protector del clima del que hablabas?
No creo que sea por una posición geográfica ni por una situación climática, sino también tiene que ver una cuestión histórica. Los países de Europa que más tasas tienen son los exsoviéticos, que tuvieron profundos cambios, transformaciones sociales, vivieron en un régimen político muy específico… Estamos hablando de Ucrania, Rusia, Letonia, etc. La realidad política y económica de esa zona no ha sido afortunadamente la de los países del Mediterráneo, que han estado en otra estructura diferente.
Pero volvemos a lo mismo. No siendo España uno de los países con mayor tasa en Europa, sí hay zonas que la triplican, como te he dicho. Por ejemplo, la comarca de Antequera triplica la media nacional, y posiblemente dentro de Europa es una de las zonas de máxima incidencia, junto con Alcalá la Real. Tampoco tendríamos que hacer esta mirada macroscópica de países, sino que dentro de cada país habrá que haber la realidad que hay.
Las redes sociales, ¿afectan negativamente a la salud mental de los jóvenes o son un chivo expiatorio?
Las redes sociales son una herramienta que nos puede gustar más, nos pueden gustar menos, pero son una realidad que ha venido para quedarse. El tema es el uso que se les da.
Tienen aspectos positivos que han servido para mejorar la salud mental de los jóvenes porque han tenido un efecto preventivo: conectarse con los demás, evitar el aislamiento, mejorar el conocimiento de la información, mejorar el ocio, etc. pero evidentemente también tienen sus riesgos.
Los riesgos que tienen las redes sociales son poco conocidos en el ámbito científico y, sobre todo, para los educadores, los padres y los propios jóvenes.
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Yo pongo el ejemplo de cuando la gente fumaba y no tenía ningún tipo de información de que fumar era tan dañino. Sin embargo, hoy en día todo el mundo tiene claro que fumar tiene unas consecuencias de salud a corto, medio y largo plazo.
Con las redes sociales esto todavía no pasa porque faltan estudios rigurosos sobre cuál es el verdadero impacto que pueda tener en diferentes grupos de edad.
Uno de los mitos que se ha derribado en los últimos años es el de hablar del suicidio. Antes los medios éramos muy reticentes. Pero ahora que se ha empezado a hablar, la tendencia sigue en aumento.
Siendo justo, no podemos comparar la cantidad de años donde ha habido un silencio mediático absoluto sobre el suicidio con ese deshielo a partir de la pandemia. Los países que pusieron en marcha planes de prevención del suicidio tardaron casi diez años en empezar a notar los efectos.
Y luego es verdad que, ante el aumento de las publicaciones sobre el suicidio, la siguiente pregunta es sobre la calidad de esas comunicaciones. ¿Tienen ese efecto preventivo Papageno o tiene ese efecto Werther que todavía se está dando? Muchas publicaciones siguen incumpliendo las recomendaciones y las normas de las principales guías de la OMS o la que ha puesto en marcha Papageno recientemente sobre comunicación responsable.
Hay que informar de una manera más responsable, más ética, y no solo cuando haya el Día Internacional de la Prevención del Suicidio, que está muy bien, o el Día del Superviviente, que también está muy bien, o el día en que se suicida una persona relevante y famosa, sino que se hable de manera continua para ayudar a la población a desmitificar y normalizar la conducta suicida.
¿Cómo impacta en la salud mental de personas en riesgo cuando un famoso se suicida? El caso de Verónica Forqué, ¿fue un cambio respecto a cómo se trata el tema?
Ya hubo en los años 90 algo similar con Antonio Flores. Sobre este fenómeno, afortunadamente, sí tenemos investigación y resultados empíricos donde se han demostrado en el mundo que, cuando fallece una persona de relevancia pública, sobre todo aquellas que tienen un carisma, con el que muchas personas se identifican, se vuelve a replicar ese efecto Werther. Ha pasado históricamente con famosos como Robin Williams, Marilyn Monroe…
Cuanto más más conocido y más relevante sea esa persona, una mala información sí puede generar un riego. ¿A todo el mundo? Pues no, pero hay que entender que, en personas que en ese momento puedan estar en crisis,tomando la decisión de querer o no suicidarse, ese tipo de información puede ser un elemento más que le desestabilice.
Sobre todo por los mensajes que hay detrás: "Ha dejado de sufrir". Imagínate una persona que está pensando en el suicidio, que ve que es una manera de dejar de sufrir, esa persona se siente identificada.
Muchas veces se hace intentando suavizar un poco la información, para empatizar, pero no tenemos en cuenta que eso supone un riesgo.
Tú no te puedes dar cuenta porque no tienes por qué ser experto en todo, pero sí te puedes dejar asesorar por una persona o por un grupo de personas que sí son expertos y se van a dar cuenta de esos detalles.
Porque tú, como periodista, escribes para la población general, pero el impacto del suicidio va a estar una población muy concreta. Por ejemplo, en el suicidio de Blanca Fernández Ochoa se transmitió que era una persona con una enfermedad mental, se dijo qué fármaco era el que había utilizado y se dijo el lugar tan bonito y tan precioso donde lo había hecho.
Personas bipolares que tomen ese fármaco y que estén en esas mismas circunstancias, evidentemente, le están dando una lectura diferente a cualquier otra persona en ese momento. De hecho, en Google, al día siguiente de esa noticia se disparó la búsqueda de ese fármaco.
El 024 lleva ya más de un año desde que se puso en marcha. Atiende más de 300 llamadas al día. ¿Ha sido una sorpresa tanta llamada?
Para mí es irrelevante, entre otras cosas, porque como también es un servicio nuevo no tenemos todavía con qué compararlo. Si dentro de 10 años el 024 existe y registra 2.000 llamadas, entonces podremos ver la magnitud del impacto. Hay otros países que llevan mucho tiempo utilizando líneas de crisis y tienen un millón de llamadas al año.
El indicador de funcionamiento de ese recurso no es el número de personas que llaman sino la calidad de la atención que reciben ese tipo de personas. Porque en esas 300 llamadas no todo el mundo llama porque está en una situación de un suicidio en curso. Hay una persona que puede estar pensando en el suicidio, hay otras personas que simplemente pueden estar pensando en la muerte y han llamado, o incluso hay familiares o profesores que están llamando para pedir información para otra persona.
Lo que yo echo de menos de las estadísticas del 024 es que no se ha publicado información más específica de qué perfil sociodemográfico tienen las personas que llaman, qué tipo de actuación se ha realizado y, sobre todo, qué ha pasado después.
Si de esas 300 personas, al día siguiente, se ha conectado con un recurso especializado menos de un 25%, ¿eso significa que es una buena calidad del recurso? ¿Hemos verificado al día siguiente si la persona está en riesgo o no, si ha entrado en un recurso sanitario? Son indicadores que son mucho más pragmáticos y eso no se publica, se desconoce.
No sabemos si 024 está funcionando.
Con el indicador de número de llamadas, desde luego que no. Este recurso no está para eso. Tiene su función preventiva, que también es limitada, ojo: en reducción de mortalidad por suicidio, las líneas de intervención no han reducido las tasas de suicidio.
El objetivo de esos números no es solamente evitar la mortalidad, es evitar que las personas que están pensando en el suicidio lleven a cabo un intento. Ese es otro indicador diferente. ¿Cuántas personas que podían haber realizado un intento de suicidio no lo han hecho a consecuencia de una intervención en crisis inmediata en línea? Esa información del 024 no ha salido o, al menos, yo no la conozco.
El 024 es insuficiente.
El 024 como medida política ha quedado en mi opinión, como una medida efectista porque era la más económica, la más barata del momento, es una forma de decir "estamos haciendo algo", pero es claramente insuficiente porque las medidas aisladas de prevención del suicidio no tienen ninguna eficacia. Si fuera acompañada de otro tipo de estrategias de prevención, que son las que se integrarían en un plan autonómico, regional, nacional o europeo, entonces sí tendría potencia.
Ahora, si tú me preguntas, ¿es mejor tenerlo que no? Obviamente, sí. Yo no diría que el 024 ha fracasado, en absoluto. Es una medida, que habíamos solicitado hace mucho tiempo. Lo que pasa es que no vale con decir "pongo un recurso en línea" y ya.
Además, en la forma en que se ha hecho, que eso sería otro problema: cómo se ha hecho el desarrollo, a qué empresa se le ha dado, los problemas de coordinación que ha habido, etc. Eso es otra cosa. Pero con el 024 el ministerio no puede decir que está comprometido con la prevención del suicidio.
España siempre lidera el consumo de antidepresivos y de ansiolíticos. ¿Esto tiene alguna relación con las estadísticas de suicidio o son problemas que van separados?
No debería utilizarse como un indicador de magnitud de la mortalidad o la morbilidad de la conducta suicida el mayor o menor uso de fármacos, pero desde luego es muy llamativo.
Para aquellos profesionales que creen que el suicidio es una respuesta a los problemas de salud mental, hay una paradoja que yo les lanzo: si hay un aumento masivo de las prescripciones de los psicofármacos, lo natural habría sido que la prevalencia de los trastornos bajara. Sin embargo, eso no ocurre. No solamente no bajan, sino que están aumentando.
Si hacemos una lectura amplia, a mí me preocupa qué modelo de sociedad y qué modelo de salud tenemos en nuestro país para que seamos los primeros consumidores en el mundo de ansiolíticos. Y yo creo que las respuestas no están en el individuo, no están en que las personas ahora somos más débiles y necesitamos medicarnos, y tampoco diría que solamente está en el médico de atención primaria o en el psiquiatra que hace más o menos prescripciones.
Creo que la respuesta tiene que estar en la política social, en los valores y la cultura que tenemos ahora mismo en nuestro país, y en las profundas deficiencias de los sistemas sanitarios, de los sistemas de salud mental, de la falta de apuestas por alternativas como la psicoterapia, de la baja ratio de profesionales, del sistema capitalista, basado exclusivamente en la producción y basado exclusivamente en el consumismo, etc.
Y luego también hay un problema de cultura personal, no vamos a excluir al individuo. Hay personas cuya demanda principal y única al sistema de salud es "dame un fármaco". No quiere cambios ni cuestionarse historias. Quiere un fármaco que actúe rápido y, como se dice en el fútbol cortito, y al pie.
Ante eso también es decisión del sanitario decirle, lo tuyo no se trata con un fármaco.
Todo el mundo tiene que tener que cumplir su responsabilidad, lo que pasa es que posiblemente esa respuesta del médico no sea por convicción, ni por conocimiento, sino por tiempo. Sabe que es mucho más rápido pasar al siguiente paciente dándole el fármaco que teniendo que advertir de los riesgos, de las consecuencias, buscarle una alternativa, etc.
Es una realidad en los centros de salud que se ponga un fármaco porque no hay otra alternativa terapéutica. Con esto no digo que haya personas que no lo necesiten, pero yo creo que todo el mundo en España está de acuerdo en que nuestra población no tiene un deterioro de salud mental como para justificar ser los primeros del mundo [en consumo de psicofármacos].
Hemos hablado de que ha caído por fin el mito de no hablar del suicidio. ¿Cuál es el siguiente que tiene que caer?
Uno que hace especialmente daño es el de la llamada de atención: la creencia popular de "el que lo dice no lo hace, el que lo hace no lo dice". En el primer caso se pueden minimizar situaciones de riesgo. Es cierto que ninguna persona sabe qué va a ocurrir, si se va a suicidar o no, a día de hoy no podemos predecirlo pero sí podemos actuar para prevenirlo y eso pasa por darle importancia.
Y luego está lo contrario, "el que lo hace no lo dice". Es verdad que hay una parte minoritaria de personas que fallecen por suicidio y no han dado una señal en absoluto, ni de riesgo, ni de alarma, ni de alerta, pero la realidad es que la mayor parte de las personas sí que hacen algún tipo de llamamiento de petición de ayuda.
Hay que educarnos para detectar esas verbalizaciones y poder habilitar un recurso de ayuda. A lo mejor ese recurso no es llevarlo a un psiquiatra sino escuchar a esta persona.
Hay otros muchos mitos. Por ejemplo, el de la enfermedad mental: pensar que solamente el suicidio le ocurre a los locos, los que tienen enfermedad mental. Este mito hace mucho daño por el estigma que conlleva.