La agresión en el IES Elena García Armada de Jerez de la Frontera ha conmocionado a España. Saúl, de 14 años, ha herido a cinco personas, dos compañeros y tres profesores, con cuchillos traídos de casa. El adolescente, con síndrome de Asperger, no era conocido por ser conflictivo pero sí por pasar los recreos en soledad. Eso le hacía un blanco fácil: el día anterior le habían arrojado agua entre varios chicos para burlarse de él. Es tristemente común que un niño con Trastorno del Espectro Autista (TEA) sufra acoso, confirman tanto los especialistas como la literatura científica. La respuesta violenta, sin embargo, es la excepción, no la norma.
"No hay ninguna relación directa entre los comportamientos violentos y el TEA", explica Jesús García Lorente, director general de la Confederación Autismo España. El trastorno implica "desregulaciones" en el individuo a causa del estrés que les provoca la dificultad de manejarse en el entorno social, pero eso no les predispone a responder con conductas agresivas. Al contrario: el 60% de los niños con autismo escolarizados pasan solos el recreo como Saúl, una tendencia a la marginación que se prolonga en la edad adulta en una tasa del 90% de paro. Y carecer de mecanismos interpersonales para manejarlo aumenta su victimización.
"Los índices de acoso escolar son tristemente insoportables", lamenta García Lorente. "Hablamos de más del 50% de los que tienen discapacidad intelectual asociada". El Asperger, el rango de autismo que no limita la capacidad cognitiva, también plantea una "discriminación desapercibida" debido al infradiagnóstico: hay 60.000 personas con TEA reconocidas en el sistema escolar en España, pero "por cifras de prevalencia, extrapolando uno cada 100 nacimientos, tendríamos en torno a 85.000 casos en edad escolar". Y las "rarezas" o "manías" que convierten al niño en objeto de burla y desprecio serían en realidad problemas funcionales.
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El director de la Confederación se confiesa "preocupado" por una posible "asimilación social" del TEA con una respuesta violenta. En 2012, la atroz matanza en la escuela infantil de Newton ya provocó estigmatización del colectivo cuando se conoció el diagnóstico del asesino, Adam Lanza. La realidad es que sus barreras interpersonales tienden a llevarles al "aislamiento" del ambiente que perciben como hostil en caso de acoso. "Tenemos lamentablemente más índices de autoagresión e incluso de ideas suicidas", advierte. Eso no es óbice para que existan por otra parte casos de Asperger completamente funcionales y exitosos en su campo.
Cómo hacer frente al acoso
La Ley de Protección Integral a la Infancia ha supuesto un paso adelante al crear una figura específica contra el bullying en los centros educativos, valora positivamente García Lorente. Sin embargo, se dan grandes diferencias de implantación en lo lectivo en función de cada Comunidad Autónoma. Según el modelo, se integran en clases ordinarias, separadas o mixtas. El 30% de los alumnos con necesidades de apoyo tiene diagnosticado TEA, pero no es se puede considerar como una categoría homogénea. "No es lo mismo una persona sin discapacidad intelectual, lo que conocemos como Asperger, que alguien que además tiene sordoceguera. Imagínate".
Eso les lleva a reivindicar la adopción de distintos perfiles profesionales especializados y mayor apoyo institucional. "El 70% de los profesionales de la educación se han pagado la formación específica ellos mismos", denuncia. Además, no todas las formas de abuso son directas: la soledad en el recreo es una forma de 'abuso pasivo', explica. Y las más graves no ocurren siempre en el centro escolar sino fuera de la tutela de los responsables escolares, en "horas no lectivas" o "extraescolares". Todas esas realidades exigen por lo tanto diversas formas de abordaje, y una mayor sensibilización por parte de todos los actores sociales.
Sin embargo, la mejora en la capacidad de diagnóstico en la última década permite abordar el trastorno desde mucho antes. "No se diagnosticaba prácticamente nada en edad infantil si no había discapacidad intelectual", señala. Y se ha multiplicado también la identificación de casos tardíos que pasaron desapercibidos. "He conocido uno a los 64 años, una vida entera". Con ese objetivo, la coordinación sociosanitaria con la parte educativa debe seguir mejorando. "Es complejo. No tiene un marcador biológico, como la prueba del talón. Hay una observación que realizar, y un diagnóstico a revisar para toda la vida".