"Soy la mujer más mayor del mundo y no tengo problemas de salud. Puede que tenga la clave de la inmortalidad". Aunque Maria Branyas no concede entrevistas, se mantiene de lo más activa en su cuenta de Twitter (que maneja su hija). Ahí narra anécdotas y andanzas de toda una vida y presume de un título que ya quisieran muchos para sí. En enero de este año, tras la muerte de la francesa Lucile Randon, de 118 años, se convertía en la persona más longeva del mundo. Y cuando dice que tiene la clave de la inmortalidad no bromea. Al menos, posee la del envejecimiento saludable.
Tras ser una de las protagonistas del proyecto Branyas, diseñado para determinar cómo ha afectado la Covid a personas residentes en centros geriátricos, Manel Esteller, director del Instituto de Investigación contra la Leucemia Josep Carreras y catedrático de Genética de la Facultad de Medicina de la Universidad de Barcelona, ha puesto en marcha junto a ella un estudio para desentrañar los misterios que esconde esta superanciana de Olot.
"De forma preliminar, cuando miramos sus células, vemos que son más jóvenes de lo que pone su DNI. Si tiene 116 años, sus células están alrededor de los 106. Diez años menos", confiesa el investigador al otro lado del teléfono a EL ESPAÑOL. "A veces se puede aprender mucho de las excepciones a la regla".
Singularidades de este tipo hay para lo bueno y para lo malo. En el peor lado de la balanza, Esteller nombra el caso de las progerias, "niños de ocho o nueve años que tienen unas enfermedades que les hacen envejecer muy pronto". Esto es una enfermedad genética extremadamente rara (se le estima una incidencia de uno de cada siete recién nacidos) y que acelera el envejecimiento en menores, al punto de que su promedio medio de vida son los 13 años. En el otro lado, están los sujetos como Maria, como dice el investigador, "casos que estadísticamente son altamente improbables que existan". Podría ser la aproximación más cercana a la palabra milagro.
"Una mezcla adecuada"
"Con personas como Maria se puede aprender muchísimo del envejecimiento, dar con los mecanismos que le han hecho vivir más que la media: genéticos, epigenéticos, ambientales, etc. Una mezcla adecuada que se ha conjuntado para hacer esa supervivencia tan avanzada", añade Esteller. "Por eso estamos estudiándola".
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Para la realización del estudio, se han tomado muestras biológicas de Maria Branyas, procedentes de su saliva, sangre y orina. A través de ellas es posible estudiar cómo es su genoma, qué expresión tienen sus genes y qué cambios epigenéticos han sufrido. Esto son modificaciones químicas que acumula el ADN durante toda la vida y que determinan qué genes están activos o inactivos. Esteller los define como algo parecido al acento en las palabras. Su presencia o no puede cambiar completamente el significado de un término. Lo mismo ocurre con el ADN.
Todo ello centrado en aquellos genes relacionados con el envejecimiento. Si no, vaya tarea titánica. Aun así es ardua. Hasta la fecha se han visto unos 200.
Esteller, que recientemente ha sido nombrado uno de los científicos más importantes del mundo por la Universidad de Stanford precisamente por su trabajo en epigenética, apunta a que lo que descubran estas células podría tener un papel muy importante en el anhelo más universal: vivir más y mejor.
Puede ser la vía para descubrir fármacos que reviertan el envejecimiento o que ataquen las enfermedades asociadas a la edad. "Maria no ha tenido cáncer, alzhéimer o patología cardiovascular, enfermedades que casi todo el mundo tiene con edad avanzada. ¿Cómo es posible? Ella nos dará las pistas", avanza.
La dieta (como ese yogur diario natural que nunca falla) y el peso del entorno en general también tienen mucho que decir en este asunto. El investigador es uno de los pocos afortunados que ha podido tener una charla larga y tendida con la centenaria. Conocer su trayectoria vital puede ser fundamental para dar con las claves de un envejecimiento saludable. Y, oigan, como añadido, puede saber de primera mano cómo era la vida hace 116 años, algo que sólo sabe ella en todo el mundo.
Narra la mujer, muy dada a la chanza en su cuenta de Twitter (su biografía reza: "soy vieja, muy vieja, pero no tonta"), que cuando era joven las playas no eran el destino de vacaciones que creemos ahora, sino lugares inhóspitos y territorios salvajes, donde sólo había pescadores y campesinos. Vean si ha cambiado el mundo.
"Maria es muy especial", dice con verdadero afecto Esteller. Todavía le queda mucho camino por recorrer en su investigación, pero con todo lo expuesto, adelanta algunos de los secretos que ha aprendido con ella. "Si miramos su familia y hacemos un árbol genealógico, vemos que tienen tendencia a vivir un poco más, pues hay varias personas de 90 años", esboza el investigador. "Hay algo hereditario", remacha.
El legado de la eternidad
También habla de resiliencia, de un fenómeno científico que parece ser la traducción literal del dicho "lo que no te mata, te hace más fuerte". Así lo explica: "Se cree que la gente que sobrevive a catástrofes desarrolla una ventaja adaptativa. Personas que han sobrevivido a grandes hambrunas o guerras, algo les cambia que les hace sobrevivir más". La vida de esta supercentenaria, por suerte o por desgracia, ha estado marcada por varios de estos momentos.
De padres españoles que emigraron primero a San Francisco (California) y luego a Nueva Orleans (Luisiana), sobrevivió allí a un terremoto de grandes magnitudes y luego a un incendio. Más tarde, de vuelta a España, se topó con la Guerra Civil española.
Con una vida más movida que la de Amelia Garayoa —la protagonista de la novela Dime quién soy— Maria cree que ya no puede esperar nada más. Lo cuenta ella misma: "Cuando el doctor Esteller me preguntó 'qué espera de la vida', mi respuesta fue muy clara, 'la muerte'. Con la entrega de las muestras de ADN y de mi sangre ya puedo morir en paz. Es mi última contribución a la sociedad".