La sabiduría ancestral transmitida de generación en generación encierra evidencias científicas que a veces se tardan siglos en desentrañar. Un ejemplo muy reciente lo encontramos en una investigación llevada a cabo por miembros del Instituto de Biología Computacional de la Universidad George Washington. Su objetivo: poner a prueba la denominada como 'hipótesis de la abuela'.

En antropología, la 'hipótesis de la abuela' hace referencia a la elevada longevidad en la especie humana de las hembras que, al contrario de los machos, no son fértiles toda la vida. Las venerables abuelas otorgan una ventaja evolutiva a la comunidad, al dedicarse a ayudar con los cuidados y transmitir conocimiento. Y esos dos aspectos se aplican también al lavado corporal.

Y si alguna vez hemos pensado que nuestras yayas exageraban al exigir que dejásemos impoluto hasta el último recoveco, la ciencia corrobora que acertaban. Dejar áreas clave por lavar da lugar a un microbioma menos saludable, según su trabajo publicado en Frontiers in Microbiology. Para ello, se tomaron muestras de la comunidad de microorganismos que habita en la piel humana de personas sanas según las diferentes áreas corporales, de las axilas al ombligo y hasta detrás de las orejas.

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Como explica Keith Crandall, director del Instituto de Biología Computacional y profesor de bioestadística y bioinformática en la Universidad George Washington, su abuela siempre le decía que "se frotara detrás de las orejas, entre los dedos de los pies, y en el ombligo". Y resulta que estas áreas pueden albergar bacterias totalmente diferentes a las que se encuentran en otras áreas del cuerpo, precisamente por pasarlas por alto durante el lavado.

Para llegar a tal conclusión, los investigadores analizaron a 129 estudiantes de posgrado y pregrado, recogiendo muestras de sus pantorrillas, antebrazos, pliegues de las orejas, intersticios entre los dedos de los pies y el ombligo. A continuación se les enseñó a secuenciar el ADN de estas muestras, comparando las áreas grasas y descuidadas con las muestras tomadas en las áreas secas y más limpias.

Y, efectivamente, tanto Crandall como su abuela tenían razón: las áreas que se limpiaban con más regularidad tenían un microbioma mucho más diverso y contenían una colección de microorganismos potencialmente más saludable que las áreas más desatendidas.

"Las regiones de piel seca (antebrazos y pantorrillas) eran más uniformes, más ricas y funcionalmente distintas a las regiones sebáceas (detrás de las orejas) y húmedas (ombligo y entre los dedos de los pies)", explica. Además, "dentro de las regiones de la piel, la diversidad alfa y beta bacteriana también varió significativamente durante algunos de los años comparados, lo que sugiere que la estabilidad bacteriana de la piel puede depender de la región y de la persona".

Como también sucede en el microbioma intestinal, el microbioma de la piel está formado por microorganismos útiles y beneficiosos para el organismo humano, pero también existen microorganismos perjudiciales. Alterar ese equilibrio necesario, y declinar la balanza hacia los microorganismos dañinos, puede ser peligroso. De hecho, como explica el mismo Crandall, esa sería la base de algunas enfermedades de la piel como los eczemas o el acné.

La relación entre la salud del microbioma y la salud humana aún sigue precisando de más investigación, aunque los autores sugieren que este nuevo trabajo podría ser un buen punto de referencia para futuras investigaciones.