Rodeada de un aura de mitos y verdades, la testosterona, catalogada como la hormona de la 'virilidad' -aunque no exclusiva del hombre- es vital para el mantenimiento de la salud y el bienestar en los hombres.
Mientras que la menopausia en las mujeres marca una caída repentina y significativa en la producción de hormonas como el estrógeno y la progesterona en un período de tiempo relativamente corto, en los hombres la reducción de la testosterona es más gradual. Comienza alrededor de los 40 años y tiene una tasa de descenso anual de cerca del 1-2%.
Este proceso, conocido como andropausia o hipogonadismo relacionado con la edad, es más sutil. Pero tiene implicaciones a largo plazo, incluyendo enfermedades cardiovasculares, síndrome metabólico, obesidad y sarcopenia (pérdida de masa muscular).
A pesar de estos conocimientos, solo el 20% de los pacientes con déficit de testosterona y con síntomas asociados (disminución de la libido, fatiga, pérdida de masa muscular o trastornos del ánimo) reciben terapia de reemplazo con testosterona según datos publicados en el último congreso de la Asociación Francesa de Urología (AFU).
Esta cifra tan baja es sorprendente, y contrasta llamativamente con el aumento del consumo de andrógenos fuera del ámbito médico, en el mundo del ocio y el fitness, donde se busca mejorar la estética y el rendimiento físico.
Un informe del Centro de Control y Prevención de enfermedades (CDC) de 2013 ya indicaba que el 7% de los estudiantes de secundaria en EE.UU. había consumido suplementos de testosterona sin prescripción médica al menos una vez, lo cual plantea preocupaciones significativas para la salud pública.
¿A qué se debe esta dualidad?
Probablemente las causantes sean el infradiagnóstico y la reticencia a utilizar la terapia de testosterona en el ámbito clínico, influida por el miedo a posibles efectos adversos. Históricamente, la testosterona ha sido objeto de controversia, particularmente en relación con la salud cardiovascular y el riesgo de cáncer de próstata.
Esta preocupación se originó en estudios que sugerían un posible aumento en el riesgo de eventos cardiovasculares como el infarto de miocardio y el accidente cerebrovascular. Además, desde la década de 1940, gracias al Premio Nobel Charles B. Huggins, ha sido reconocido el papel de la testosterona como "combustible" que impulsa el crecimiento de las células tumorales en el cáncer de próstata.
En respuesta a estas preocupaciones, la FDA en 2015 exigió que los fármacos con testosterona incluyeran advertencias sobre la falta de datos de seguridad a largo plazo y solicitó ensayos clínicos más amplios para establecer su seguridad.
Recientemente, el estudio TRAVERSE ha arrojado luz sobre estas incógnitas. Ha mostrado que en hombres con síntomas asociados a niveles bajos de testosterona y enfermedades preexistentes cardiovasculares, diabetes o síndrome metabólico, el tratamiento con testosterona no aumentó el riesgo de ataques cardíacos o accidentes cerebrovasculares. También confirmó que la testosterona no incrementa el riesgo de cáncer de próstata en este grupo de pacientes, respaldando las directrices de asociaciones científicas como la Asociación Americana de Urología AUA).
Aunque los hallazgos de TRAVERSE son alentadores, es importante resaltar que el cribado sistemático de testosterona baja en la población general no se recomienda. Sin embargo, puede ser relevante para pacientes con condiciones específicas: obesidad, diabetes, enfermedades cardiovasculares y depresión. Ciertos medicamentos, como los corticosteroides y antipsicóticos, también pueden reducir los niveles de esta hormona, lo que justifica una evaluación más detallada en ciertos contextos.
Es vital que los pacientes busquen asesoramiento profesional si sospechan de un déficit de testosterona. La terapia de reemplazo, cuando se indica y se administra correctamente, puede mejorar significativamente la calidad de vida en varios aspectos, como la fatiga, el estado de ánimo y la función sexual. Pero el uso de testosterona en personas con niveles normales, especialmente con fines estéticos o de rendimiento, sigue siendo desaconsejado debido a los riesgos para la salud y la falta de evidencia que respalde los beneficios a largo plazo.
El doctor Miguel Sánchez Encinas es jefe del Servicio de Urología del Hospital Universitario Rey Juan Carlos, en Móstoles (Madrid), y jefe de equipo de Urología en Hospital Ruber Internacional.