"Me toca la luna. ¡Oh!, qué vergüenza", exclama el personaje de Dolores Preciados en la novela Pedro Páramo como eufemismo para indicar que le ha bajado la regla. El ciclo ovárico se ha vinculado antropológicamente con las fases de nuestro satélite al coincidir con una perodicidad aproximada de 28 días. Sin embargo, un nuevo estudio que publica Science Advances señala que los ritmos circadianos internos de la mujer cumplen un papel de regulación mucho más importante que los procesos externos.
El estudio, liderado por René Ecochard, investigado de los Hospices Civils y la Universidad de Lyon, ha revisado los datos de más de 3.000 mujeres europeas y norteamericanas, con información registrada sobre más de 30.000 ciclos menstruales. "Además, los autores aplican técnicas estadísticas específicas para el análisis de patrones en cronobiología", valoran Francisco Domínguez y Roberto González-Martín, investigadores en IVIRMA Global Research Alliance-Instituto de Investigación Sanitaria La Fe (IIS La Fe) en Valencia, en declaraciones a Science Media Centre.
El objetivo fue doble. Por un lado, determinar si las variaciones en la ritmicidad mensual del ciclo menstrual podrían estar regidas por algún tipo de reloj circadiano desconocido, como los que rigen a diario nuestra vigilia-sueño", explica Cristina Carrasco, profesora e investigadora de la facultad de Medicina y Ciencias de la Salud de la Universidad de Extremadura. El segundo objetivo, añade, fue comprobar si dichas variaciones "podrían estar sincronizadas con un proceso externo tan determinante para otros sucesos naturales como es el ciclo lunar".
[Esta es la única manera de comprobar si tu regla es realmente dolorosa]
Aplicando métodos de análisis numérico de ritmos circadianos, prosigue Carrasco, los autores concluyeron que había indicios de la existencia de un reloj endógeno que regularía las discrepancias entre ciclos menstruales largos y cortos. "Tal y como señalan los investigadores, el mecanismo podría ser parecido al que pone en marcha nuestro organismo para corregir la descompensación en el ritmo sueño/vigilia tras un viaje intercontinental, el famoso jet lag", explica la investigadora.
La relación con los ciclos lunares fue más tenue. "Se observó que las mujeres europeas menstruaban de manera más frecuente con luna creciente, mientras que las norteamericanas lo hacían en luna llena", apunta Carrasco. Una posible explicación podría ser la "reminiscencia evolutiva a partir de especies acuáticas que, como sucede hoy en día, dependen de las mareas para reproducirse". Sin embargo, el estudio cuenta con la limitación de la antigüedad de los datos europeos, obtenidos entre 1960 y 1990.
Además, de ampliar el estudio a mujeres de "ambos hemisferios y distintas latitudes", se podría tratar de deteminar la influencia de "otros mecanismos externos más allá de las fases lunares", valoran Domínguez y González-Martín. Medir los efectos de la contaminación lumínica sería otro factor interesante, afirman. "De descubrirse algún mediador (melatonina o la luminoterapia) que interviniera en el funcionamiento del ovario, podrían tener utilidad para mejorar la respuesta en tratamientos en los que se aplican bajas dosis de hormonas".
"Llama la atención que, a estas alturas de nuestra historia como especie, aún no conozcamos con detalle la fisiología reproductiva de las mujeres", reflexiona por su parte Carrasco, que aboga por alejarnos de la "visión androcentrista" que ha "imperado en la Medicina moderna". Reforzar la investigación actual sobre salud femenina, concluye, contribuirá a alcanzar "los objetivos 3 y 5 de Desarrollo Sostenible —'Buena salud y bienestar' e 'Igualdad de Género', respectivamente— promulgados por la Organización Mundial de la Salud".