Los tampones son, junto con las compresas, de los métodos más usados por las personas que menstrúan. En España y Francia se estima que los usa casi la mitad de esta población y en Estados Unidos entre el 52% y el 83%, según varias investigaciones. A pesar de llevar décadas en el mercado, los estudios sobre ellos son muy escasos. Los expertos de varias universidades de Columbia, Berkeley y Michigan (Estados Unidos) han encontrado la presencia de metales tóxicos en estos productos sanitarios. Los autores de la investigación han mostrado su preocupación ante la posibilidad de que estos componentes.
El motivo de esta preocupación, además de los posibles efectos adversos que puede tener esta exposición, es la fácil y rápida absorción que caracteriza al tejido vaginal, que puede permitir la filtración de estas sustancias al torrente sanguíneo. Las sustancias químicas absorbidas por esta vía no se metabolizan ni se eliminan a través del hígado y entran directamente al sistema circulatorio, advierten los científicos.
Algunos de los metales encontrados fueron arsénico, vanadio, cadmio, zinc y plomo. Los tres últimos en mayores concentraciones que los demás. Esta presencia puede deberse a los procesos agrícolas para obtener las materias primas para elaborarlos (algodón y otros tejidos) o a su incorporación durante la fabricación.
Para la investigación, el equipo utilizó 60 muestras de 14 marcas, 18 tipos y 5 absorciones distintas. Los productos analizados procedían de Estados Unidos, la Unión Europea y Reino Unido. Los resultados variaron según las características y la composición. Los tampones orgánicos (elaborados con algodón) tenían una menor concentración de plomo y zinc que los no orgánicos (de algodón y fibras artificiales), pero contenían más hierro y arsénico, entre otros. Los investigadores no encontraron diferencias entre los tampones que utilizaban aplicador y los que no.
La composición también cambia según el fabricante. Se vio una presencia mayor de cobre, níquel y selenio en estos productos sanitarios si eran de marca blanca, pero tenían menos zinc. También se observaron diferencias respecto al lugar de origen: los que se habían comprado en la UE o en Reino Unido tenían una concentración más baja de estas metales que los adquiridos en Estados Unidos.
En todas las muestras analizadas se vio la presencia de plomo. Los científicos advierten en el texto de que no hay un nivel seguro de exposición a este metal y por pequeña que sea puede tener efectos negativos en la salud. Se almacena en los huesos, donde reemplaza al calcio y puede retenerse durante décadas.
También tiene consecuencias inmunológicas, renales y cardiovasculares, entre otras. "Incluso una exposición de bajo nivel puede provocar impactos neuroconductuales en adultos y niños, incluida la disminución de la función cognitiva, como deterioro de la atención, la memoria y la capacidad de aprendizaje", cuentan los autores.
Algo que ha llamado la atención de los investigadores es la poca regulación que hay en la fabricación y distribución de los tampones. En general, exponen, en los tres territorios analizados (Estados Unidos, la Unión Europea y Reino Unido) son casi inexistentes las leyes para proteger a los consumidores de contaminante potenciales. Asimismo, ninguno de estos gobiernos exige a los fabricantes que analicen los productos para detectar sustancias químicas nocivas, incluidos los metales, antes de ponerlos a la venta.
Los autores han destacado que este es el primer estudio en evaluar las concentraciones de metales en los tampones y han reconocido que no pueden especular sobre su daño potencial para la salud de las personas que menstrúan. Otras investigaciones anteriores han indagado en los riesgos de otras sustancias químicas encontradas en los tampones, pero, en general, las conclusiones fueron discrepantes. De cara al futuro, hacen hincapié en que es "fundamental" comprobar el potencial que tienen estas sustancias para filtrarse a la sangre y su absorción a través del tejido vaginal.