Los niños que se mudan más de una vez entre los 10 y los 15 años tienen un 61% más de posibilidades de sufrir depresión en el futuro.

Los niños que se mudan más de una vez entre los 10 y los 15 años tienen un 61% más de posibilidades de sufrir depresión en el futuro. Europa Press

Salud

El riesgo de las mudanzas en la infancia: niños abocados a la depresión en la vida adulta

Un estudio con más de un millón de personas afirma que cambiar de residencia más de una vez es un factor de riesgo mayor que la pobreza para la salud mental.

22 julio, 2024 01:46

La depresión es uno de los trastornos mentales más prevalentes. La OMS calcula que la sufre el 3,8% de la población mundial (unos 280 millones de personas). Se trata de una enfermedad compleja y con diversas causas entre las que se encuentran factores psicológicos, socioeconómicos y biológicos. Una gran investigación realizada con una cohorte de adultos en Dinamarca ha encontrado que haberse mudado con frecuencia durante la infancia supone un riesgo elevado para sufrirla en la adultez. Incluso, por encima de residir en un barrio de renta baja. Los resultados se publicaron el pasado miércoles en la revista JAMA Psychiatry.

Quienes se habían cambiado de barrio o de ciudad tenían un riesgo más elevado, vivieran o no en un barrio favorecido o desfavorecido, que sus coetáneos que habían residido siempre en la misma casa. En el caso de la mudanza a otra localidad, la situación era todavía más problemática. Por lo tanto, los autores teorizan que no mudarse durante la niñez puede ser un factor protector contra el desarrollo posterior de esta enfermedad. 

Estos datos no son algo nuevo, cuenta Marina Díaz, vicepresidenta de la Sociedad Española de Psiquiatría y Salud Mental (SEPSM). La especialista habla de la Escala Paykel, que se emplea para medir acontecimientos estresantes en adolescentes. En ella, aparece la mudanza como uno de los factores con mayor puntuación.

[¿Neurotransmisores o pobreza? El 'relato' de la depresión enfrenta a psiquiatras y psicólogos]

Los autores han observado que otros estudios realizados en Europa, América del Norte y China han afirmado que los niños que se mudan con más frecuencia desde que nacen hasta la mitad de la adolescencia tienen más probabilidades de experimentar después resultados adversos. Entre ellos, intentos de suicidido, criminalidad violenta y abuso de sustancias. También se han visto mayores tasas de muerte natural y no natural en las investigaciones que han hecho un seguimiento hasta la mediana edad.

Cambiar la residencia implica estrés, cambio e incertidumbre, cuenta Díaz. Es una situación en la que los menores están acostumbrados a un ámbito determinado y esa seguridad desaparece. Puede significar iniciar una vida completamente nueva con cambio de colegio y de grupo de amigos incluido. "Al final conlleva cierto desarraigo y cambios en los vínculos o en las relaciones interpersonales que se tienen hasta ese momento", expone la psiquiatra. Además, en el caso de los niños que lo viven más de una vez, los efectos negativos y el riesgo se van acumulando.

El estudio, realizado en colaboración por las universidades de Aarhus (Dinamarca), Manchester (Inglaterra) y Plymouth (Inglaterra) ha empleado una cohorte de 1.096.916 individuos nacidos en Dinamarca entre el 1 de enero de 1982 y el 31 de diciembre de 2003, y que residieron en este país durante la infancia. Los investigadores encontraron que 35.098 personas de este grupo (alrededor del 2,3%) habían recibido un diagnóstico de depresión en un hospital psiquiátrico.

Los adultos que se mudaron más de una vez entre los 10 y los 15 años tenían un 61% más de posibilidades de sufrir depresión en la adultez que sus coetáneos que no lo habían hecho. Se trata de una edad complicada y clave, detalla Díaz, porque la relación con los padres es muy significativa. Es el momento en el que los niños comienzan a mirar y a buscar referentes fuera de casa y construyen las relaciones interpersonales de manera distinta. Si no se pueden establecer en un sitio fijo, pueden sentir la carencia de un grupo de apego, de iguales con los que desarrollarse.

Una de las afirmaciones de los autores es que no es la mudanza en sí lo que supone un riesgo, sino más bien el cambio de vecindario lo que tiene consecuencias negativas. Díaz destaca que también hay que tener en cuenta la predisposición y el riesgo del que parte la persona. "Es un camino de doble sentido", afirma. La psiquiatra desarrolla que factores como el desarraigo, la falta de vínculos y de apoyo social, incertidumbre son un riesgo para una peor salud mental. "Si, además, hablamos de alguien vulnerable, ese peligro".

El peso del capital social

Esta investigación también muestra que el capital social tiene más peso que el económico cuando se trata de salud mental. Díaz explica que vivir en un determinado estrato social implica una posición determinada, una seguridad y una estabilidad aunque éste sea deficitario. Además, como seres humanos, las relaciones interpersonales con los iguales y los progenitores "son la base", añade. En una mudanza, puede ser que los padres también estén estresados y no puedan prestar atención a sus hijos. Esto, sumado a la pérdida de vínculos, puede determinar una peor salud mental a la larga, dice la vicepresidenta de SEPSM.

Otro de los hallazgos del estudio es que vivir en un sitio fijo durante la infancia puede indicar que la familia es estable o que los individuos tienen unas raíces más fuertes en sus vecindarios. Al final se trata de tener un soporte social consistente, seguro y mantenido en el tiempo, expone Díaz. Todo suma y este tipo de relaciones "desde luego ayudan a mejorar la salud mental".

La psiquiatra da algunos consejos para que los niños puedan lidiar con una mudanza, o varias, lo mejor posible. Lo más importante es prestarles atención y apoyo extra, sobre todo si son más vulnerables o si cuentan con algún factor de riesgo de desarrollar depresión. Los padres deberían hacer un seguimiento de la adaptación de su hijo a ese nuevo entorno y hablar con los profesores sobre cómo es su integración académica. "Se trata de hacer una un acompañamiento y tener una presencia más cercana con ellos". También propone que se les involucre todo lo posible en el proceso. Esto, además de hacerlos sentir partícipes, les ayuda a comprender lo que ocurre y reduce la incertidumbre.