Teresa Romero, diez años después del ébola: "Me despertaba llorando por la muerte de Excálibur"
"Estuve años yendo al psiquiatra por lo que decían de mí" / "La preparación que yo tuve fue una charla de 20 minutos" / "Me sentí juzgada y maltratada ya durante mi ingreso" / "El único EPI que había cuando me atendieron fue una bata un poco más gorda" / "El sacrificio de Excalibur me sigue pareciendo un horror".
25 agosto, 2024 01:38En algunos aspectos, la vida de Teresa Romero ha cambiado mucho en los 10 años que han pasado desde que fue la primera persona contagiada de ébola fuera de África. Cambió su puesto como auxiliar de enfermería en el hospital Carlos III por el servicio de farmacia en La Paz y, desde hace un año, trabaja en un centro de salud de Getafe, donde ha conseguido plaza tras una oposición.
Otros aspectos, sin embargo, siguen muy presentes. Romero recuerda con frecuencia esos días ingresada y el escrutinio al que le sometió la opinión pública con cada detalle, sobre lo que debía de hacer o no. Tampoco se olvida del sacrificio de su perro Excalibur aunque es ahora Alma la que le hace compañía.
Este agosto se han cumplido diez años de la repatriación de Miguel Pajares, el misionero contagiado de ébola que murió a los pocos días. Un segundo misionero, Manuel García Viejo, llegó en septiembre. Romero formaba parte del equipo que atendió a ambos y que, recuerda, solo recibió una charla de 20 minutos antes de hacerlo.
Fue en octubre cuando empezó a sentir fiebre. Las pruebas dieron positivo en ébola el 6 de octubre de 2014 y fue ingresada en el mismo hospital donde trabajaba. Romero, con 44 años en aquel momento, estuvo ingresada 30 días (25 en aislamiento) con una fiebre altísima y empapada en sudor. El 1 de noviembre reapareció en silla de ruedas: apenas podía moverse.
Poco a poco comenzó a ser consciente de todo lo que había pasado mientras estaba aislada y semi-consciente. Las sospechas que se lanzaron sobre su actuación, el sacrificio de su perro Excálibur, sentirse en el centro de un huracán mediático sin comerlo ni beberlo.
Han pasado diez años pero los recuerdos pesan. Romero confiesa sus nervios en la entrevista, le cuesta sacar algunos temas: se queda en silencio varios segundos, suspira y arranca dubitativa.
Las secuelas físicas pasaron, con las psicológicas ha costado más. No podía ver pacientes, estuvo en tratamiento psicológico "hasta que los médicos decidieron que no me hacía falta", aunque reconoce recaídas.
En este décimo aniversario de su involuntario salto a la fama también es el momento de mirar al futuro. Casi de forma simbólica, ha vaciado su casa: primero se irá de vacaciones con su pareja, Javier Limón, y su perra Alma, y luego acometerá una reforma completa de su vivienda. Diez años después, es hora de mirar al futuro.
¿Te acuerdas con frecuencia de aquellos días del ébola?
Sí, es una cosa que no se me va a olvidar. Ayer llamé a una de las personas que me atendieron cuando empecé a encontrarme mal. Le pedí que me explicara todo, estuvimos tomando algo, me estuvo explicando… Respondiendo a tu pregunta, claro que me acuerdo, no se me va a olvidar.
Hasta ese momento, del ébola sabías lo que sabíamos todos por lo que habíamos leído en periódicos y visto en televisión.
Eso es.
Sentiste el mismo caos que luego vimos en los inicios del Covid.
El mismo no. Aquí habría una diferencia: en el Covid hubo muchísimos casos y en mi caso hubo pocos, tres. Pero fue un poco el "esto es nuevo, vamos a ver qué hacemos, probar con esto y lo otro".
Con el ébola yo recuerdo una improvisación en mi hospital. Cuando vinieron los misioneros recuerdo perfectamente que primero iban a ingresar en La Paz, pero que no se podía, entonces que mejor en el Carlos III. Son hospitales distintos y entonces había un poco de discusión con eso, dónde se metía a ese paciente.
No había nada preparado a tal efecto. Sí que había unas habitaciones preparadas para enfermedades como la tuberculosis, con presión negativa, para impedir que el aire que está en el interior salga al exterior.
Eso era lo que teníamos, y una esclusa muy pequeñita para quitarse el EPI y ya está. La preparación que yo tuve fue una charla de 20 minutos, varios compañeros nos enseñaban el EPI y lo que se podía hacer con él. Eso fue mi formación, tal cual.
¿Cómo te sentiste en ese instante, a punto de atender al primer misionero que llegó? ¿Te sentías abrumada?
No pensé en nada especial. Era un trabajo que tenía que hacer. El primero que vino fue Miguel [Pajares]. Yo entré un sábado por la mañana, recuerdo perfectamente los compañeros que había. Ahí estábamos nosotros solos, estaba el supervisor de guardia de ese día pero no había un coordinador, una figura de más responsabilidad. Ese día no vi a nadie.
Entré a las ocho de la mañana, nos reunimos los compañeros con el supervisor de guardia que nos dio las directrices, como que no podíamos decir nada –aunque ya lo sabíamos por ser secreto profesional– de lo que allí sucedía en la calle.
Luego, organizamos los turnos: pues yo entro de ocho a diez, yo de doce a una, yo de dos a tres… Entrábamos siempre de dos en dos, siempre.
Miedo no sentí, respeto sí. Yo no entraba nunca con miedo.
¿Ingresaron conscientes los misioneros?
[Resopla] El día del ingreso yo no estuve trabajando. Cuando entré, no recuerdo que Pajares me dijera nada especial pero sí recuerdo que, cuando ya me iba de la habitación, me pidió agua y se la di, así que algo consciente sí que tenía que estar. El resto no lo sé porque solo entré unos minutos.
García Viejo, con el que yo me contagio, no ingresó consciente. Estaba bastante grave.
¿Pensaste en el ébola cuando notaste los primeros malestares?
[Varios segundos de silencio, suspira] Aunque se te pase por la cabeza, la primera reacción del ser humano es negarlo.
Hemos vivido lo mismo con la Covid, negábamos que lo fuera.
Yo tardé bastante en contagiarme de la Covid. En cuanto noté el primer síntoma de Covid sí que pensé que lo era.
Teníamos un grupo de Whatsapp con los compañeros de trabajo. Lo puse en el grupo y todos dieron la misma respuesta: no puede ser, mi sobrina también está mala… Cada uno decía una cosa, nadie se lo tomó en serio.
¿Qué es lo más duro que recuerdas de los días ingresada?
Muchas cosas. Empezando por la sed que tenía. Tenía un edema pulmonar y los médicos me recomendaron beber medio litro de agua al día, no más. Yo tenía muchísima sed. Físicamente, fue lo peor.
El aislamiento, el estar sola, la muerte del perro, despertarme por las mañanas llorando por la muerte del perro… La poca empatía, hacer mi trabajo y que no se reconociera sino todo lo contrario… Todas esas cosas fueron bastante negativas en su día.
Te sentías juzgada.
Mucho. Lo poco que me pudiese llegar [durante el ingreso], me sentía juzgada y maltratada.
Realmente, no me enteraba de nada. El móvil me lo quitaron mis propios compañeros porque me entraban llamadas de periodistas. Jesús Cintora me entrevistó, lo recuerdo. Los compañeros sabían que me estaba entrevistando, así que entraron en mi habitación, cogieron mi móvil y se lo llevaron, y ya me quedé sin comunicación.
Me decían que la televisión estaba estropeada, lo que era mentira, me tenían muy aislada del mundo, cosa que agradezco muchísimo…
¿Cómo te enterabas de las cosas?
No me enteraba de nada, solo si ellos querían contarme algo, pero no se entretenían mucho. A ver, tampoco me interesaba, la verdad: era yo luchando contra un virus, con eso ya tenía bastante. ¿Qué me podía preocupar a mí del exterior si estaba medio muriéndome? Nada era más importante que salir de esa situación.
Todos recordamos las imágenes cuando sales del ingreso, en silla de ruedas. Ahí es cuando empiezas a tomar consciencia del revuelo que se ha montado.
[Se queda en silencio, suspira] Yo qué sé… Recuerdo pasar del ascensor al salón de actos del hospital y había un montón de periodistas y de fotógrafos esperando. Acto seguido entré en el salón de actos y di un discurso. La percepción mía en esos momentos no la recuerdo muy bien.
Sí que estaba en un nivel bajo de fuerzas, tanto a nivel mental como físico. En ese momento, cualquier cosa que me dijesen, aunque fuese un soplido, cualquier tontería me afectaba un montón, estaba muy receptiva. En el sentido mediático no recuerdo nada llamativo.
Hace dos años se desestimó la demanda que interpusisteis por el sacrificio de Excalibur. ¿Cómo ves aquello con el paso del tiempo?
Con el paso del tiempo lo veo exactamente igual. Es decir, yo mantengo la esencia de hace 10 años. No porque hayan pasado 10 años lo blanco es negro y lo negro es blanco.
A mí me sacrifican un perro, querido por mí y mi pareja, sin haber tomado otro tipo de medidas como aislarlo, como ocurrió en EEUU con el de una enfermera que también se contagió de ébola. Comparando esos dos casos, sigo manteniendo que podían haber hecho el esfuerzo.
Nos pareció mal en su día y, hoy por hoy, nos sigue pareciendo el mismo horror. Han pasado diez años y dicen que el tiempo lo cura todo, y es cierto, me ha ayudado bastante el tiempo y la terapia que he hecho. Pero la esencia, la raíz, sigue igual.
¿Sigues yendo a terapia?
No lo he dejado, los médicos ya me veían bien y dejé de ir. He tenido que ir a terapia a raíz de toda la exposición, de todo el contagio, de todos los juicios que se hicieron sobre mi persona, muchas veces muy equivocados, muy dañinos, que me hicieron muchísimo daño…
Tuve secuelas psicológicas, tuve que ir a terapia con una psiquiatra, fui mucho, durante muchos años. Al principio iba una vez a la semana, estaba como una hora hablando todo el rato de lo mismo, era increíble. Ahora, a lo mejor, voy y no tengo mucho que decir, afortunadamente.
Gracias a estas personas, he podido salir del pozo. Hace poco tuve una recaída y tuve que volver, pero ya estoy mucho mejor, estoy bastante mejor.
Sigues sin querer ver pacientes.
Es muy fácil de entender. Cuando el personal sanitario vivió la pandemia de la Covid, yo me veía reflejada en ellos porque les estaba pasando lo mismo que a mí. Yo todo eso ya lo había vivido. Es muy duro decirlo pero es la realidad: los médicos y enfermos tienen una relación de ayuda con el paciente pero para mí, con lo que me pasó, se extinguió.
Con la Covid, a mucha gente le ha podido pasar esto y más cosas. Es a lo que nos tenemos que enfrentar los sanitarios en algún punto de nuestra carrera. Y a veces lo tenemos que hacer con unas condiciones complicadas.
Has hablado de las secuelas psicológicas. ¿Pero y las físicas?
Ahora mismo no. Sí que es cierto que, a los pocos días de haber salido del aislamiento, estás súper débil, se me cayó muchísimo el pelo, no podía agacharme, tuve un ojo con una niebla, como una telaraña, durante un mes. ¿Qué más? Bastante cansada… Pero lo psicológico es lo peor.
¿Temes enfermar de cualquier cosa?
Sí, por ejemplo, durante la pandemia de la Covid tenía muchísimo miedo, muchísimo. Pero yo seguí yendo a trabajar. Veía a mis compañeros en peores condiciones, enfrentándose a la Covid en primera persona. Yo estaba en la farmacia, con las pastillas, tengo menos riesgo de contagio.
Gracias a los compañeros que se fumaban un cigarro todas las mañanas después de estar toda la noche en el hospital, gracias a eso iba cogiendo fuerzas para seguir yendo a trabajar. Ellos actuaban con total normalidad.
Javier Limón: Ha sido la primera en ponerse mascarilla y la última en quitársela. Ir a un restaurante o a un bar y siempre en la terraza. En el transporte público iba todo el mundo sin mascarilla y ella se la ponía. Cuando sale algo en la televisión, aquí hay silencio absoluto. Ya sea mpox, la fiebre del Nilo o lo que salga.
Durante la crisis del ébola conocimos a Fernando Simón. ¿Habéis coincidido?
Coincidimos en un evento en el Hospital de La Paz hablando del ébola. Él estaba allí, estábamos en un ambiente relajado, le vi, le saludé y nos hicimos un selfie. No he hablado más con él.
¿Cómo juzgas su labor en la pandemia de Covid?
Bien, positivamente. Me parece que actuó bastante bien, se explicó correctamente, podía haber utilizado términos más técnicos pero creo que se le entendió bastante bien. Ha podido ser muy criticado, porque dijo que podía venir uno o dos casos [risas].
Ahora estamos viviendo crisis de virus tropicales casi de forma continua. ¿Crees que la del ébola sirvió de algo?
Sí, estoy convencida porque nos concienció de que podía pasar en la puerta de nuestras casas, a nuestros amigos, nuestros compañeros, nuestra familia. A raíz de eso se empezó a preparar algo en serio el tema de las infecciones tipo ébola, fiebres hemorrágicas, etc.
De hecho, se crearon siete unidades de alto aislamiento en España, se crearon protocolos, se organizaron grupos, se hicieron simulacros, se formó a la gente… Los EPI que se compraron para el ébola y luego caducaron sirvieron para la pandemia de Covid. Las técnicas que se habían aprendido para las fiebres hemorrágicas son totalmente válidas para un caso de Covid. Estoy segura de que sirvió y servirá.
La persona que fui a ver ayer me lo dijo, que gracias a mi caso se han espabilado y se han empezado a hacer cosas, comprar material, etc. Es muy terrible que en un hospital haya un EPI. Cuando me atendieron en el hospital de Alcorcón no había un EPI de ébola sino una bata algo más gorda. Cambia de la noche a la mañana el tener preparado algo y formada a la gente en ese tema.