La psicóloga Junibel Lancho apenas llevaba un mes al otro lado del teléfono cuando atendió su primer suicidio en curso. "Esa fue dura", dice sobre aquella "llamada a tres" de febrero de 2018 que comenzó de la peor forma posible: "No quería que llamáramos a nadie, no quería que fuéramos salvarla".
Después de hablar mucho con ella, las dos voluntarias terminaron convenciéndola y les dio la dirección. Lancho aún no logra comprender cómo fueron capaces de saber qué es lo que decía. "Se estaba mareando y ya no se le entendía nada". El siguiente objetivo era que no se quedara dormida. Si lo hacía, los bomberos tendrían que tirar la puerta abajo y hubiera sido "más traumático".
Consiguieron que se fuera hacia la puerta y abriera a la Policía. "Le dimos la enhorabuena porque lo hizo muy bien". Luego llegó un equipo del SAMUR y es en ese momento cuando "se corta la llamada". Habían evitado el sucidio. La sensación era extraña porque, al igual que les sucedió en otros muchos casos, no sabían qué había pasado después. Eran pocas las veces que les llamaban al cabo de un tiempo para darles las gracias.
Desde 1996, Lancho es la directora clínica del Hospital de Día Lajman de Madrid, donde tratan a personas con trastorno mental grave. "Aun teniendo experiencia, cuando levantas el teléfono y te dicen 'dime algo que me ayude porque quiero suicidarme', convulsionas mucho por dentro, lógicamente".
"No en mi turno"
El teléfono que atendía Lancho era el primero que se creó expresamente para prevenir el suicidio en España, donde unas 4.000 personas se quitan la vida cada año. La idea surgió precisamente un 10 de septiembre, Día Mundial para la Prevención del Suicidio, de hace ahora siete años.
"Nos dimos cuenta que debíamos hacer algo", explica a EL ESPAÑOL Ana Lancho, presidenta de La Barandilla. Esta asociación llevaba a cabo distintas acciones divulgativas cuando no se hablaba del suicidio "en ningún sitio". Aun así, el teléfono, que surgió a principios de 2018, era "un reto muy grande" porque no se había hecho antes. Y además, no contaban con ningún tipo de ayuda institucional.
"Cuando me contaron lo que iban a hacer, dije '¡madre mía, qué proyecto!'". Quien habla en esta ocasión es la psicóloga Ana Font Redondo. Se incorporó como voluntaria al poco tiempo de que se creara esta herramienta. Su comienzo no fue fácil: "Tenía un miedo horrible a que sonara el teléfono. Que no suene en mi turno, por favor". Del aquel miedo se pasó al "respeto y la responsabilidad" que te da el saber que puedes evitar una muerte autoinfligida.
No tenían unas preguntas más recurrentes que otras. Lo que hacían era "no juzgar, no decirles 'cómo se te ocurre hacer eso'". En la mayoría de las ocasiones no se lo habían contado a nadie. Y si lo habían hecho, no se les había dado la debida importancia. También han tenido casos en los que no se lo habían dicho ni siquiera a su propio psicólogo porque les daba "vergüenza".
Aferrarse a la vida
Con la escucha activa es como la persona se va abriendo más. Pero es ahí cuando comienza la parte "más difícil" de la llamada: "Encontrar algo que les pueda enganchar a la vida en ese momento". Los conocidos como "factores protectores" van desde una mascota hasta las llaves de un vecino. "Era una señora mayor que, como decía ella, se quería ir de este mundo pero tenía las llaves de su vecino y no sabía qué iba a pasar con el vecino", relata Font. "Una cosa que parece tan absurda te vale para el momento".
Para que la persona "se abra y te cuente" también es imprescindible el tiempo. Lancho recuerda la llamada de una señora de 58 años de Andalucía (su sede está en Madrid pero daban atención a nivel nacional): "Me dijo 'tengo preparada una botella de whisky y todo un arsenal de medicación. Dime algo para no tomármelo'".
Duró una hora pero "vio salidas y, al final, lo que te dices es hoy has hecho lo más grande porque no me voy a suicidar". También logró que un joven detuviese el coche en una cuneta después de decirle "me voy a estrellar". O el de otro chico que les llamó desde lo alto de una azotea en Plaza Castilla (Madrid). Pudieron pararlo y que la Policía le rescatara.
Aunque la Fundación ANAR es la que está especializada en la atención a menores, en La Barandilla también recibieron llamadas de adolescentes. "Recuerdo una en la que la madre no estaba", cuenta Lancho. "Llegó y le pedí permiso para que hiciéramos una llamada a tres. Y se resolvió porque la madre no estaba enterada de muchas cosas. En adolescentes, los padres muchas veces no se enteran de qué es lo que les pasa a sus hijos".
"Tienes que saber diferenciar"
En cierta medida, un factor protector para ellas era no cuestionarse cómo termina, pues había llamadas en las que escuchaban "no sé por qué he llamado, no creo que puedan hacer nada por mí" y les colgaban. Sí que se preguntaban si lo estaban haciendo bien: "En una llamada avisamos al SAMUR y debieron llegar porque al día siguiente la persona llamó. Igual se estaba acordando de toda mi familia, pero me vale, es mi tarea", dice Font, quien aprovechó los primeros meses de confinamiento por la Covid-19 para detener su labor como escucha.
"Llega un momento en el que dices tengo que parar un poco, también quiero leer novelas. Ahora mismo, todo lo que me aparece en el móvil está relacionado con el suicidio". Además de las charlas que mantenían entre los propios voluntarios, ella optaba por hacer bisutería —"algo totalmente diferente"— para intentar no darle vueltas a las llamadas. Como apunta Lancho, cuya herramienta de desconexión era la meditación, "tienes que saber diferenciar" aunque tengas formación en prevención del suicidio.
En su caso, sin embargo, no interrumpió el voluntariado por la pandemia. Aunque en los dos meses del confinamiento no recibieron apenas llamadas, tal y como ya sospechaban: "En ese momento la gente estaba arropada, en casa, había menos soledad", que era "la base de todas las llamadas", junto con "el dolor y la desesperanza".
Una medida a mejorar
En mayo de 2022, el Ministerio de Sanidad puso en marcha la Línea 024 de atención a la conducta suicidia. En La Barandilla decidieron entonces, tras cuatro años y más de 7.000 llamadas, detener el suyo, y ofrecer terapia a personas que no pueden permitírsela. Aun así, estuvieron unos meses funcionando en paralelo. Había quienes les llamaban porque desde el teléfono gestionado por Cruz Roja les decían "llamad a La Barandilla".
La institución humanitaria asumió de manera provisional la gestión de esta línea. Tras celebrarse la convocatoria abierta, Cruz Roja fue el proyecto ganador en la convocatoria abierta, con un presupuesto de 4,6 millones de euros, aunque Sanidad estimó el valor del contrato en 10,8 millones.
Lancho reconoce que impugnaron el concurso porque las bases no eran correctas. Aunque finalmente se echaron para atrás, critica el hermetismo que existe alrededor de esta herramienta: "Tengo entendido que los horarios son maratonianos y que limitan el tiempo de llamada".
"Es el único anuncio que siempre tiene abierto Cruz Roja, junto con el de los servicios genéricos", añade Font. Este periódico ha intentado hablar con trabajadores de la Línea 024. Algunos han decidido declinar la invitación, y otros no han contestado hasta el momento de publicación de este reportaje.
Desde La Barandilla también lamentan que no se les pidieran asesoramiento, como tampoco hicieron con el Teléfono de la Esperanza, los dos únicos que hasta 2022 atendían este tipo de llamadas en España. Ni siquiera participaron en el Comité Asesor que se reunió una vez para el desarrollo de la línea. "No es que estemos en contra del 024", aclaran, "pero las cosas se podían haber hecho de otra manera".