La Audiencia de Barcelona ha condenado este lunes a Angela Dobrowolski como autora de un delito de lesiones agravadas contra su marido, Josep María Mainat. El tribunal reconoce en su escrito que la acusada eligió "una forma muy sofisticada para matar a su esposo": inyectándole una dosis extra de insulina, que fue la que le provocó una grave hipoglucemia que dejó al productor de televisión en coma.
Pese a que se ha desestimado la tentativa de asesinato, dos expertos testificaron durante el juicio que la insulina era el único medicamento de los que estaba tomando Mainat que podía provocar una hipoglucemia tan severa. Con esta sustancia es posible bajar el nivel de azúcar de 70mg/dl a 10mg/dl.
No existe, en realidad, una dosis exacta que pueda causar la muerte, ya que la insulina se mezcla con otros procesos metabólicos. Además, al ser una hormona propia del organismo, resulta imposible identificar a los pocos minutos de la administración que los problemas causados en el individuo corresponden al exceso de insulina.
"Si en el momento en el que se atiende al paciente se guarda una muestra de sangre para comprobar los niveles de insulina en sangre, sí que se podría determinar como causa de muerte", explica a EL ESPAÑOL Francisco Javier Ampudia-Blasco, presidente de la Sociedad Española de Diabetes (SED). "Pero si no se realiza y fallece, no hay ningún rastro de esa insulina porque se habrá eliminado por el riñón".
Por este motivo, a la sobredosis de insulina de la conoce como "el crimen perfecto". Tal y como resuelve esta revisión de estudios publicada en 2020, la muerte por insulina sigue siendo difícil de confirmar en un tribunal por "los síntomas poco específicos del inicio de la hipoglucemia, el retraso en la aparición de la muerte, la falta de hallazgos anatómicos en la autopsia y las dificultades para encontrar las marcas de las agujas".
El primer "crimen perfecto"
El primer "crimen perfecto" que se ha documentado tuvo lugar el 4 de mayo de 1954, en Yorkshire (Inglaterra), donde el enfermero Kenneth Barlow asesinó a su esposa Elizabeth tras administrarle varias dosis de insulina. En realidad, fue el propio Kenneth quien avisó a la policía porque su mujer había fallecido "de forma natural" en la bañera de su casa.
Les resultó extraño que una mujer de 32 años, y con un buen estado de salud, hubiera muerto por ahogamiento en la bañera de su casa. También les resultaba sospechosa la historia de Kenneth, quien aseguraba que había tratado de reanimar a su esposa. Descubrieron un par de jeringuillas usadas en la cocina, pero no encontraron viales de insulina. Por ello la primera autopsia confirmó que había fallecido por ahogamiento, tras haber perdido el conocimiento (estaba embarazada de ocho semanas).
No fue hasta cuatro días más tarde cuando volvieron a examinar el cuerpo de Elizabeth y descubrieron que en cada nalga había dos pequeñas marcas de una aguja hipodérmica. David Price, encargado de la autopsia, tuvo que congelar las muestras hasta que pudiera dar con un científico que realizara una prueba de insulina.
El 5 de julio —es decir, dos meses después de la muerte de Elizabeth—, en los resultados de las tres muestras congeladas se encontraron un total de unas 84 unidades de insulina. Elizabeth no era diabética.
400 unidades de insulina
Para Ampudia-Blasco, la inyección de insulina como causa de un asesinato es "totalmente anecdótico". "Tendría que ser una dosis altísima, con una finalidad delictiva y sin que la víctima se enterara", indica. "Para morir por una inyección de insulina, deberían administrarse unas dosis entre 10 y 20 veces superiores a la normal".
El también jefe de Sección del Servicio de Endocrinología y Nutrición del Hospital Clínico Universitario de Valencia reconoce que en sus tres décadas de carrera profesional no ha visto ninguna persona que haya fallecido por una hipoglucemia grave. Esta afección, de hecho, no suele producirse en la mayoría de los pacientes que se administran insulina, tan sólo "en los casos extremos".
Esto es, pacientes que tienen mucho tiempo de evolución de su diabetes, de edad avanzada o con insuficiencia renal. Las hipoglucemias leves sí que son más frecuentes; en algunos casos se pueden dar hasta dos veces por semana, mientras que las graves pueden ocurrir cada dos años.
Ampudia-Blasco recuerda el caso de un intento de suicidio en el que el individuo se administró 400 unidades, pero "se recuperó sin ningún tipo de secuela". En la literatura científica también se ha recogido un suceso similar. Se trató de un varón de 39 años, diagnosticado de diabetes tipo 1 que ingresó en el Hospital Universitario Puerto Real (Cádiz) tras un "intento de suicidio mediante la administración intencional de 350 unidades de insulina glargina".