El Índice de Masa Corporal (IMC) se usa desde hace décadas como herramienta para medir la salud de las personas. Usa el peso y la altura en metros al cuadrado de cada persona para calcularlo y no tiene en cuenta diferencias como la etnia, el género o la edad del paciente. En los últimos años, ha recibido críticas de los profesionales de la salud por considerar que no es del todo preciso, ya que un mayor peso no tiene que indicar un mal estado de salud. Con el paso del tiempo han surgido nuevas medidas con las que se pretende mejorar o complementar este resultado para hacer una predicción más precisa del estado de salud de los pacientes. Uno de ellos es el Índice de Redondez Corporal (BRI por sus siglas en inglés). Este parámetro elimina el peso de la ecuación y se basa en la altura y el diámetro de la cintura. 

No es un concepto nuevo, lo creó en 2013 la matemática Diana Thomas, pero ha vuelto a la actualidad gracias a investigaciones de recientes que lo han estudiado como indicador de mortalidad por todas las causas. En el BRI las puntuaciones se sitúan entre el 1 y el 15, estando la mayoría de las personas entre 1 y 10. Un estudio publicado el pasado junio en la revista JAMA Network Open encontró que quienes obtenían un valor 6,9 o más en este cálculo tenían mayor riesgo de morir de cáncer, enfermedades cardíacas y otras enfermedades (casi un 50% más). Sin embargo, esto también se observó en los que estaban por debajo de la media: aquellos con un resultado inferior a 3,4 elevaban un 25% que los situados en la media.

Cristóbal Morales, endocrinólogo del Hospital Vithas Sevilla e investigador de la misma empresa sanitaria, reconoce que el BRI puede resultar más específico. "El IMC no me define", asegura y continúa asegurando que puede servir para hacer un primer cribado, pero hace falta ir "más allá". En este sentido, el experto defiende que la obesidad no trata del peso, sino de la distribución de la grasa abdominal. Al emplear el diámetro de la cintura, no se hace una medición exacta, pero se puede estimar esa masa grasa visceral, afirma.

La doctora Inka Miñambres, de la Sociedad Española de Endocrinología y Nutrición (SEEN), también cree que el BRI puede resultar útil, aunque ambas medidas deben ser complementarias. "Cualquier índice añadido que dé información sobre ello [la grasa abdominal del paciente] mejora la precisión del diagnóstico", asegura. 

La composición corporal

El BRI es muy útil para realizar investigaciones poblacionales y acercarse al estado físico de las sociedades, pero las cosas cambian dentro de la consulta, cuenta Morales. "Hay que mirar más variables". Lo ideal es estudiar la composición corporal de cada paciente y realizar una ecografía del tejido graso y muscular para poder conocer cuál es su situación exacta, según el especialista. Miñambres está de acuerdo con esta idea, pero reconoce que es algo difícil de llevar a cabo. Para ello se necesitan "aparatos que son caros" y más tiempo de consulta, dos aspectos difíciles de conseguir actualmente, lamenta.

El endocrinólogo de Vithas defiende que centrándose en la composición corporal se consigue enfocar la conversación con el paciente hacia la salud y no hacia su talla. "El objetivo no es perder peso, es que la persona con obesidad gane salud". Por eso, asevera, lo importante es analizar la grasa abdominal y como se distribuye. Morales recuerda que si se acumula donde no debe (grase ectópica), por ejemplo, cerca del hígado, del páncreas o del corazón, puede causar, entre otros, esteatosis hepática, diabetes y eventos cardiovasculares.

Las medidas del hombre blanco

Cuando el matemático Lambert Adolphe Quetelet creó el IMC en 1832 lo basó en datos de hombres mayoritariamente blancos, algo que ya señaló el año pasado en su contra la Asociación Médica Estadounidense. Para estos expertos, no se pueden obviar aspectos como la diversidad racial, étnica, de edad, sexual y de género. Morales afirma que cada grupo poblacional tiene "su propia curva de normalidad", por eso este baremo no sirve para obtener datos en profundidad. 

Por su parte, Miñambres, de la SEEN, asegura que, aunque en un principio solo se tuvieran en cuenta hombres caucásicos, estos valores se suelen ajustar a las particularidades de cada población. "Hay que ver si el paciente tiene las características de la población de referencia".

Ambos doctores coinciden en que el concepto 'redondez' del nombre (fruto de la traducción literal del inglés al castellano) puede resultar problemático y estigmatizar a las personas con obesidad. "No estaría de más cambiar el nombre", reflexiona Miñarro, que cree que la palabra podría llegar a causar aversión en los pacientes.

Aunque al IMC le falte precisión, "no hay que matarlo todavía porque sirve de punto de inicio", desarrolla Morales. No obstante, es claro: "No podemos quedarnos con un diagnóstico de hace 150 años. Tenemos la obligación de avanzar". El endocrinólogo se muestra contento de que haya evidencia de que tener en cuenta la grasa abdominal se traduce en mejoras en la salud y prevención de la mortalidad. "Creo que es una llamada de atención a todos los profesionales sanitarios a que den un salto de calidad en el diagnóstico". Según el endocrino, de esta manera se podrá entender y hacer un seguimiento mejor de los pacientes.