Jenn Kelly, una joven enfermera de 24 años, nunca se imaginó que la palabra 'cáncer' se cruzaría en su vida de manera tan abrupta. Como muchas personas jóvenes, la salud no era una preocupación predominante, y menos aún la idea de padecer una enfermedad que afectaba principalmente a personas mayores.

Sin antecedentes familiares ni mutaciones genéticas asociadas, no encajaba en el perfil típico de riesgo para desarrollar cáncer de mama. Pero una mañana, en la rutina más cotidiana, mientras se duchaba, notó algo que no debería estar allí: un bulto inusual en su pecho. Ese pequeño detalle sería el primero de varios signos que alterarían su vida de manera irreversible.

A pesar de la creencia de que esta enfermedad se desarrolla en un perfil concreto de pacientes, cada mujer tiene una probabilidad de 1 entre 8 de desarrollar este tipo de cáncer y la mitad de los casos se dan en mujeres sin factores de riesgo específicos aparte del sexo y la edad.

De ahí que la protagonista de esta historia, tal y como cuenta ella misma a Parade, no se lo esperara. "El diagnóstico de cáncer de mama fue un shock total", afirma. "No tengo antecedentes familiares de cáncer de mama ni soy portadora de ninguna mutación, como el gen BRCA. Pasaron aproximadamente cuatro meses desde que noté por primera vez un bulto hasta que me diagnosticaron cáncer de mama metastásico en estadio 4", subraya.

Este no era doloroso, ni provocaba molestia alguna. Jenn, como muchas mujeres jóvenes, supuso que se trataba de algo benigno, probablemente un quiste o un fibroadenoma, dos condiciones comunes y no graves en mujeres de su edad.

No tenía otros síntomas evidentes ni se sentía enferma. Su cuerpo no le enviaba más señales, lo que le hizo pensar que no era nada de qué preocuparse. Pero esa pequeña alarma silenciosa marcaría el inicio de un viaje devastador que cambiaría para siempre su percepción de la vida y la salud.

Al no sentir urgencia, decidió programar una cita con su médico de cabecera. El tiempo de espera para la consulta sería de varias semanas, un lapso que le permitió observar otros cambios sutiles en la apariencia de su pecho.

Aunque las transformaciones eran visibles, en su mente seguía convencida de que no era más que una cuestión temporal o pasajera. El cáncer no estaba en su radar. La incredulidad de que su cuerpo podía estar luchando contra una enfermedad grave sin que ella lo supiera, la acompañaba con cada día.

Cuando finalmente llegó la cita, fue sometida a una mamografía y a una ecografía. El diagnóstico inicial fue reconfortante: no había nada sospechoso. Sin embargo, su ginecólogo, con una mirada más crítica y minuciosa, decidió realizar un examen manual y referirla a un especialista en mama.

Aquel fue el momento clave que desencadenó una serie de estudios adicionales que, para sorpresa de todos, revelaron la cruda realidad: no solo tenía cáncer, sino que este había avanzado a un estado metastásico, afectando también sus ganglios linfáticos, hígado y huesos.

"Emocionalmente fue abrumador pasar de ser una joven adulta sana a enfrentar un diagnóstico terminal", explica. "Mi primer oncólogo incluso me dijo que solo me quedaban unos meses de vida y que tendría que recibir quimioterapia por el resto de mi vida", añadió.

A los 24 años, la joven se encontraba en un punto de inflexión inesperado: su diagnóstico era devastador. En un abrir y cerrar de ojos, pasó de ser una joven saludable a enfrentar un futuro incierto, cargado de tratamientos y pronósticos sombríos.

El impacto emocional de ese diagnóstico no puede subestimarse. Jenn recuerda con claridad cómo el panorama se tornó abrumador. Pasó de planear su futuro como cualquier joven adulta, a vivir con una enfermedad terminal.

La sensación de aislamiento se hizo palpable, especialmente al ser la persona más joven en la sala de oncología. Aunque su apariencia no mostraba signos visibles de enfermedad, internamente libraba una batalla que pocos podían entender.

En el transcurso de su tratamiento, ha experimentado múltiples líneas de terapia: desde quimioterapia hasta terapias hormonales, pasando por ensayos clínicos que, aunque han reducido el tamaño de los tumores, no han eliminado por completo la enfermedad.

La experiencia de atravesar por ocho tratamientos diferentes ha sido una lección dura, pero también la ha impulsado a abogar por una mayor investigación y financiamiento en el tratamiento del cáncer metastásico.

A pesar de los avances logrados en su tratamiento, aún no ha llegado al anhelado "no hay evidencia de enfermedad". Sin embargo, se aferra a la esperanza de que algún día esas palabras puedan ser parte de su historia.

Enfrentar este desafío monumental ha despertado en ella una pasión por la investigación y la defensa de otras personas en situaciones similares. La lucha continúa, no solo por ella, sino por los miles que aún buscan una cura. Por eso es embajadora de la conciencia sobre el cáncer de mama metastásico, cuyo día mundial se celebra el 13 de octubre.