La futura Ley del Tabaco en España está planteando una serie de medidas para atajar el número creciente de fumadores en nuestro país. En 2022 la proporción era del 23,2% y podría haber crecido en 2023. Cualquier medida en este sentido es bienvenida, tanto para evitar que el número de fumadores crezca como para que el sistema de salud ofrezca una puerta de salida a los fumadores empedernidos.
Fumar es una práctica que afecta gravemente a la salud y, si la nicotina genera adictos, el humo del tabaco con sus contaminantes es lo que daña la calidad de vida de los fumadores y amenaza su vida. La resolución de un problema exige estudio, consulta y toma de decisiones. Sería importante que las unidades de tabaquismo elaborasen estadísticas del número de fumadores que consiguen dejar el tabaco de combustión empleando los medios a su alcance.
Los parches de nicotina, los caramelos y chicles, los sicofármacos (aparentemente la forma favorita del Ministerio) o las llamadas prácticas de reducción del daño, como son el tabaco calentado y los vapeadores, deberían ser analizados como herramientas de cesación. Estos últimos permiten imitar la gestualidad tradicional de los fumadores y su placer oral y de ahí su creciente éxito. Lamentablemente las estadísticas anteriores no se han difundido y desconocemos datos oficiales sobre el éxito de las alternativas de cesación como puerta de salida al tabaquismo.
Lo sorprendente es que en los borradores de la nueva ley se trate de equiparar fumar tabaco de combustión con consumir tabaco calentado o vapear, olvidando las informaciones disponibles en el Reino Unido y Japón sobre estas alternativas. Por eso, antes de publicar en el BOE decisiones que pueden afectar a los fumadores, sugiero comparar los efectos de las tres prácticas sobre la calidad del aire ambiental y sobre el aliento de consumidores activos y pasivos.
Hemos comprobado que fumar en espacios cerrados aumenta los niveles de compuestos orgánicos volátiles (VOCs), partículas en suspensión y monóxido de carbono en el aliento de fumadores activos y pasivos. Pero, si evaluamos el efecto de vapear en el mismo lugar, los VOCs en aliento se reducen a la mitad para los vapeadores activos y en un 33% en el caso de los pasivos, llegando la reducción a diez y tres veces menos en el caso de tabaco calentado para fumadores activos y pasivos, respectivamente.
En cuanto a las partículas en suspensión, su nivel medio en aliento de vapeadores activos se redujo a un tercio del encontrado en fumadores tradicionales y en 61 veces para los agentes pasivos. Cuando se midió el efecto del tabaco calentado, la reducción fue de 600 veces para los fumadores activos y 32,5 veces para los pasivos.
Por lo que respecta al monóxido de carbono, la reducción fue de 14 veces en vapeadores activos y de 22 veces para el tabaco calentado. En ambos casos se encontraron valores por debajo del límite de detección de las sondas en el aliento de agentes pasivos de ambas prácticas en un ambiente cerrado.
En la actualidad, nuestros estudios están centrados en evaluar el efecto sobre fumadores activos y pasivos del tabaco calentado en espacios abiertos y en la medida en orina de marcadores de riesgo de padecer enfermedades, tanto en fumadores activos como para antiguos fumadores que han cambiado a prácticas alternativas de reducción del daño.
Se ha comprobado que en muchos marcadores se alcanzan valores similares a los de no-fumadores, aunque la memoria del tabaquismo tradicional perdura entre diez y doce años. Si el Ministerio quiere elaborar una buena ley, deberá estudiar los datos publicados y consultar a los sectores involucrados antes de llevarla al B.O.E.
Miguel de La Guardia es profesor de química analítica de la Universidad de Valencia.