El científico Carlos López Otín.

El científico Carlos López Otín. Universidad Antonio de Nebrija.

Salud

López Otín, el sabio del cáncer y el envejecimiento: "El sentido de la vida es vivirla. Nada más. Es lo mejor que tenemos”

"La solidaridad, la empatía, el altruismo son elixires de la longevidad, y no se compran en una farmacia" / "Hoy es más fácil sobrevivir al cáncer que sucumbir a él" / "Estuve tres años sumergido en un pantano de desolación" / "Donde más daño hace la falta de educación es en quienes nos gobiernan" / "Es absurdo intentar curar el envejecimiento con edición genética o con reprogramación celular" .

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"Silencio social absoluto". Es lo que ha mantenido durante más de dos años Carlos López Otín (Sabiñánigo, 1958). Ese silencio prolongado le ha servido para escribir alguno de los artículos científicos "más importantes" de su vida y un libro, La levedad de las libélulas (Paidós), que estos días presenta en Madrid. Lo escribió en París, ciudad a la que se trasladó a vivir por un tiempo y donde entendió que el silencio es "la armonía y la sabiduría del cuerpo". Allí, asegura, aprendió también a aceptar la imperfección, "e incluso a admirarla".

Sentado en una alargada mesa de madera, en un salón del Hotel AC Recoletos de Madrid, López Otín habla mirando fijamente a los ojos. "Tenemos todo el tiempo que quieras", dice. El catedrático de Bioquímica de la Universidad de Oviedo, uno de los científicos más citados y renombrados de España, vivió su annus horribilis en 2018, cuando una extraña infección acabó con los 5.000 ratones modificados genéticamente que él y su equipo custodiaban en su bioterio y con los que habían realizado decenas de experimentos. Él denunció una campaña de acoso en la universidad y, cuatro años después, varios científicos acabaron pidiéndole perdón por haber desacreditado su trabajo.

En el proceso, López Otín sufrió una grave depresión y confesó que llegó a pensar en el suicidio. Da la impresión de que aún hoy intenta curar esas heridas que no terminan de cicatrizar. Quizás, es más consciente que nunca de la importancia de la salud mental, un problema que afecta de una manera u otra a más de 1.000 millones de personas en todo el mundo y al que el científico dedica medio libro. "La salud mental es ese meteorito que aparece en la película Melancolía, de Lars Von Trier. Una amenaza que pasa desapercibida hasta que se hace evidente", confiesa. 

En el libro habla de la "adversidad mental" y menciona literalmente que "su creciente, alarmante número es capaz de abrumarnos y arrastrarnos a los pantanos de la desolación". ¿Ha conocido personalmente esos pantanos?

Absolutamente. Tres años sumergido en el pantano cada día de mi vida. Tres años. Joan Margarit, uno de mis poetas favoritos, dijo que una herida puede ser un lugar donde quedarse a vivir. Y ése es el riesgo. Que una herida no cicatrizada puede atraparte y hacer que te quedes allí.

Con la perspectiva del tiempo, ¿cómo ve esos tres años?

Aprendizaje, decepción social infinita y el descubrimiento de aspectos de la condición humana que nunca pensé que pudieran ser tan profundos, sobre todo la cobardía. He conocido personas muy cobardes, capaces de hacer muchísimo daño e incapaces después de afrontar sus responsabilidades o pedir disculpas. Todo esto queda. Como decía Tolstói, cada tristeza es particular y especial. 

En la salud, hay múltiples caminos para alcanzar el paraíso, que es el silencio del cuerpo. Debemos alejarnos absolutamente de los agentes tóxicos. Y esto no es fácil, porque quizá signifique renunciar a tu trabajo o a tu lugar en el mundo. Pero compensa, compensa mucho, porque lo que se gana en serenidad es como alcanzar un estado zen, pero en el mundo real, en la vida cotidiana. Ése es el objetivo: estar bien en la vida cotidiana, querer y ser querido, no en los libros de texto ni en las enciclopedias ni en las películas, sino en el día a día, en lo más básico.

Hace algún tiempo entrevistamos al psiquiatra Luis Rojas Marcos, y dejó una frase: "La felicidad puede estar en un plato de croquetas". ¿Dónde encuentra usted la felicidad?

La palabra "felicidad" me queda muy grande, la veo abrumadora. Sólo con el bienestar emocional ya me siento satisfecho. Encuentro ese bienestar en el estudio, todos los días de mi vida, incluso en los peores. No recuerdo haber pasado un día sin estudiar. El estudio y la lectura son mi primera clave de bienestar emocional. En segundo lugar, la curiosidad. La curiosidad por el mundo que me rodea, tanto el cercano como el no tan cercano. Sentirme vivo, con los ojos abiertos, observando y escudriñando, tratando de entender lo que se me escapa y disfrutándolo.

Y, en tercer lugar, la empatía, especialmente con la adversidad ajena. Ése ha sido mi mantra: conocer para curar. Toda mi vida ha sido conocer para curar, y todavía puedo ayudar, aunque ahora ya no en proyectos de gran escala, que ya pasaron por mi mente y realicé. Ahora mis proyectos son n=1: ayudar a una persona o una familia con un problema concreto que no tiene una respuesta fácil. Ese enfoque me permite vivir la idea de que la solidaridad es una de las cumbres más altas de la humanidad.

El libro tiene un importante componente onírico y simbólico. Después de tantos años investigando, ¿ha encontrado el sentido real de la vida?

Sí, lo he encontrado. Es curioso porque puedo definirlo en una sola palabra, y lo hice hace poco en el libro. El sentido de la vida es vivirla. Nada más. Vivirla es lo mejor que tenemos. De repente te digo esto y me viene a la mente el último cuadro que pintó Frida Kahlo. Estaba muy enferma, era muy joven, y estaba a punto de despedirse de la vida. Entonces cogió los pinceles, se levantó y pintó un cuadro con unas sandías rojas, vibrantes, simples y naturales. Escribió "Viva la vida" dentro de una de las sandías. Después, Frida Kahlo dejó los pinceles y entró en el silencio del mundo.

He leído que ha estado más de dos años en "silencio social absoluto como terapia personal de recuperación".

Con el anterior libro, Egoístas, inmortales y viajeras, di alrededor de 30 conferencias por toda España. Sentí que había hablado demasiado, que necesitaba mi propio silencio. Así que me fui a París y allí hablaba conmigo mismo en la Fontaine Médicis​. 

Aprendí a entender y a aceptar la imperfección, e incluso a admirarla. A no sólo tolerar, sino también comprender las imperfecciones y las insuficiencias que nos rodean. En segundo lugar, entendí que la última respuesta siempre está en la educación. Me di cuenta de que la verdadera solución es educar, educar y educar. Durante mis caminatas por París entendí lo que luego llamé el silencio, la armonía y la sabiduría del cuerpo. Todo empieza por uno mismo, sin imposturas. Como diría Miquel Martí i Pol, uno de mis poetas favoritos: "No hay tiempo para borradores. Hay que poner la vida en limpio". Voy a cumplir 66 años dentro de unos días, ya no tengo más tiempo para borradores.

La conclusión final a la que he llegado es la de aceptar la imperfección, aunque esta también incluye el odio, la envidia, la falta de solidaridad, la violencia y el acoso. Son realidades implacables, que casi se aceptan sin protestar, y el que no las acepta se ve multiplicado en su sufrimiento. Como decía Idea Vilariño, "por muy simple que parezca todo, ya es demasiado". Y su respuesta final era el silencio.

El bioquímico Carlos López-Otín.

El bioquímico Carlos López-Otín. Daniel González EFE

Qué beneficios aporta la meditación y el silencio al cerebro.

Cuando he escrito científicamente sobre estos temas, algunos revisores se sienten incómodos, como si la ciencia fuera incompatible con la emoción. Para mí, no lo es. Por eso he hecho un esfuerzo en analizar las claves moleculares de procesos emocionales, a pesar de no tener una formación específica en ello. Desde mi experiencia personal, en lo que llamamos n=1, practico la meditación y el silencio, incluso el silencio extremo, y todo lo que percibo de ambas prácticas es bienestar emocional. Los beneficios incluyen cambios epigenéticos, mejora de la autofagia, ritmos biológicos más ajustados, ritmos circadianos y microbianos equilibrados, lo que reduce las posibilidades de disbiosis. Cada uno puede explorar su propio n=1 y encontrar sus beneficios individuales. En la búsqueda del equilibrio y de la salud, es crucial evitar la crisis de homeostasis, y para ello tenemos muchas herramientas. Todas me valen, siempre que sirvan y no molesten a los demás.

Después de tantísimo tiempo investigando enfermedades, ¿ha llegado a asustarse de lo vulnerable que es el ser humano?

No exactamente. Estas son cosas que uno aprende desde el principio, y ya tienes la intuición de esa vulnerabilidad. No tengo ninguna intención de trascendencia. Con 66 años, siento que mi vida ya está prácticamente completa. Todo lo que viene ahora es un regalo. Siempre he dividido la vida en tres etapas: los primeros 30 años para aprender, los siguientes 30 para enseñar —ya sea a tus hijos, amigos, familia, o alumnos—, y los últimos 30, que pueden durar un minuto, un año o 60, para vivir. Esos últimos años son para vivir plenamente. 

Las enfermedades que más me abruman son aquellas que provocan la muerte a destiempo, antes de que alguien haya tenido la oportunidad de vivir lo suficiente. Veo muchos casos, sobre todo de niños con enfermedades de novo, que son más difíciles de detectar porque no se heredan y que nos recuerdan constantemente nuestra vulnerabilidad. La enfermedad, el cáncer y otras condiciones seguirán entre nosotros; forman parte de la imperfección. Eduquemos en el cuidado de la salud, en la prevención y en el aprecio por aquellos que están preparados y entrenados para trabajar en estos problemas.

Dedica un capítulo entero a hablar sobre los males del mundo. ¿Cuál es el principal mal desde el punto de vista de la salud?

Con más de 17.000 enfermedades, es difícil escoger sólo una. En mi experiencia, diría que el cáncer ocupa el primer lugar. Es una enfermedad extremadamente prevalente que nos muestra la extrema vulnerabilidad humana. Aunque sabemos que el 80% de las personas con cáncer de mama se van a curar, un diagnóstico sigue siendo un drama para la persona, su entorno y su familia. Esta vulnerabilidad es lo que explica el impacto de un diagnóstico de cáncer, a pesar de los avances. Así que si tuviera que hacer un ranking, pondría al cáncer en primer lugar, a pesar de que hoy es más fácil sobrevivir a él que sucumbir. Esto es lo que dicen las estadísticas, en palabras de mi profesora Wislawa Szymborska: nunca podemos ser complacientes con lo insuficiente, ni en el cáncer ni en nada.

¿Y desde el punto de vista humano? 

Yo creo que ahora mismo el principal mal es la falta de respeto. Esta violencia crónica que nos asalta en cada rincón, en lo grande y en lo pequeño, y que a su vez deriva de una falta de empatía, de solidaridad y educación insuficiente.

La ciencia ha avanzado tanto en las últimas décadas que es posible saber si una persona va a sufrir una enfermedad años antes de que aparezcan los primeros síntomas. ¿Es usted partidario de decirle a alguien que en 10 años tendrá una patología para la que no existe tratamiento?

Yo, personalmente, prefiero el conocimiento mil veces antes que la ignorancia. Esa es mi respuesta personal, pero respeto absolutamente a quienes prefieren no saber en una situación así. He visto casos, como el de familias con mutaciones en BRCA1, que predispone al cáncer de mama o de ovario con una alta probabilidad. Aquí existen posibilidades de intervenir, con la mastectomía preventiva, pero algunas personas prefieren no saber. En estos casos, me parece fundamental la educación y la transmisión de información, ya que hay opciones de intervención. Sin embargo, en otras enfermedades, como la de Huntington, en las que no hay tratamiento posible, cuestiono si realmente vale la pena comunicar el diagnóstico. Personalmente, preferiría saberlo, pero entiendo que es una decisión individual.

Se ha mostrado muy crítico con los nuevos “profetas de la inmortalidad”. Usted ha investigado muchísimo sobre envejecimiento. ¿Cuáles son los verdaderos elixires de la longevidad?

Algunos de los artículos científicos más citados en la historia del envejecimiento son nuestros. En la primera versión de nuestras investigaciones identificamos nueve claves del envejecimiento, y diez años después actualizamos ese número a doce. Así que los “elixires” están allí: en las claves moleculares y mecánicas del envejecimiento. ¿Podemos intervenir en ellas? Poco, en realidad. Las intervenciones que considero importantes no tienen que ver con la reprogramación celular ni la edición génica para prolongar la vida. Me parece absurdo. Antes de aplicar estas técnicas en el envejecimiento, deberíamos enfocarnos en curar enfermedades, ya que el envejecimiento no es una enfermedad, sino una condición biológica normal que favorece la aparición de patologías.

¿Cuáles son las claves de la longevidad? El equilibrio, la búsqueda de la armonía. Saber dónde está la toxicidad y evitarla. En el laboratorio hemos observado que las rutas bioquímicas que favorecen las enfermedades somáticas son las mismas que utilizan las enfermedades emocionales, como la “trisbiosis”, para progresar. Podemos intervenir en esas rutas. Por ejemplo, la autofagia es una estrategia prometedora. ¿Y cómo se puede inducir la autofagia? No necesariamente con fármacos, sino mejorando la nutrición y con ejercicio, que también induce autofagia. La austeridad en general funciona. La solidaridad, la empatía, el altruismo, son elixires de longevidad. Esos valores no se compran en una farmacia.

Hace no mucho se publicó que la editorial Nature había retirado 75 estudios del rector de Salamanca y sus colaboradores por prácticas indebidas.

No tengo conocimiento de eso. Hace dos años que me alejé de cualquier actividad académica precisamente porque me generaba toxicidad. La batalla científica dejó de ser mi mundo, y ahora me siento mucho más creativo dedicándome solo a escribir. No tengo idea de lo que mencionas sobre Salamanca.

Entiendo, pero en general, ¿cree que el sistema científico está podrido?

Puedo decirte cosas, pero tal vez no sea lo mejor. He vivido situaciones impresionantes, y de hecho en este libro pensé en poner nombres y apellidos de personas concretas, de instituciones y revistas con prácticas cuestionables. Al final, decidí no hacerlo. Prefiero mantener un pensamiento en positivo. Quizá habría sido una especie de venganza poética, pero este es un libro en positivo y no lo necesitaba.

López Otín con Sammy Basso, investigador y enfermo de progeria.

López Otín con Sammy Basso, investigador y enfermo de progeria.

Hace unas semanas conocimos la muerte de Sammy Basso [la persona con progeria más longeva del mundo]. Usted tuvo una relación muy estrecha con él.

Mientras hablo contigo, llevo en la mano una medalla de San Francisco, que dice "paz y bien". Me la regaló un día en que él estaba a punto de enfrentarse a una operación que podría darle unos cinco años más de vida o, por otro lado, podría haber sido su final. Cuando me despedí de él en la camilla, en Roma, donde le hicieron la operación, me dio esta medalla. Yo la guardé y, desde entonces, la llevo conmigo. Y la llevaré toda mi vida. 

Lo conocí cuando él tenía unos 12 años, en un congreso en el que presenté unos resultados por primera vez: habíamos creado un modelo vivo, un ratón que tenía la misma mutación que estos niños. Hace unos 15 años, cuando él tenía 12, la esperanza de vida para esos pacientes era de apenas 13 años. Asistió a mi charla científica sin formación, pero era muy listo. Al despedirnos, me dijo: “Igual ya no nos vemos más”. Esa despedida me recuerda a una despedida japonesa, nagori-yuki, que es una despedida muy lenta, en la que sigues a la persona con la mirada hasta que desaparece de tu vista.

De repente, el ratón mutante comenzó a dar esperanzas. Al principio, sólo tenía antiinflamatorios, porque estaba inflamado, y eso mejoraba su salud ligeramente. Después, probamos inhibidores de la farnesiltransferasa, un tratamiento que se había desarrollado para el cáncer pero que en este caso impedía que un grupo funcional se acoplara a la proteína defectuosa. Esto también le proporcionó una ligera mejoría. Nunca espero grandes prodigios, en nada de esto, pero él sobrevivió y, a los 17 años, me dijo: “Carlos, si me voy a morir mañana, ¿para qué voy a estudiar?” Y yo le dije: “Para que puedas investigar tu propia enfermedad”. Entonces decidió estudiar Biología Molecular, y le dije que si acababa la carrera y cumplía con los requisitos, podría trabajar en nuestro laboratorio. Él fue el número uno de su promoción y se convirtió en mi discípulo, que es un paso mucho más profundo que ser un alumno. Era mi discípulo.

¿Qué supuso Sammy Basso para alguien como usted?

Fue un ejemplo máximo de reconocimiento de la imperfección propia y de resistencia a la adversidad. Se convirtió en científico por un tiempo, el suficiente para completar su tesis, recibir la máxima calificación y conversar sobre el futuro. Teníamos un encuentro semanal en el que hablábamos en inglés sobre la vida. No sé si conoces la canción de Natalia Lafourcade ‘El lugar correcto’, ese lugar donde hay suficiente silencio para escuchar el corazón y hablar de la verdad de las cosas. En un sitio así, en Italia, nos sentamos y trazamos un plan de cinco años, que era el tiempo que esperábamos que le quedara. Con Sammy hablábamos de cómo sería su último día. No es que yo hablara directamente de eso, pero de alguna forma era el tema recurrente. Él ya había completado su aventura de conocimiento científico y no podía dedicarse a buscar proyectos y becas, porque su vida tenía un límite claro. Un experimento profundo puede llevar más de cinco años, y nosotros no contábamos con ese tiempo.

Así que la idea fue que se convirtiera en un símbolo social, y su talento le permitió serlo de verdad. De discípulo pasó a ser mi maestro. Con él se completó ese círculo. Durante los últimos cinco años, nuestras conversaciones se centraron en temas más sociales, psicológicos y emocionales, no tan científicos. Sammy y yo habíamos firmado juntos un artículo sobre las bases de la edición génica, y le expliqué que era coautor de ese trabajo, que era una contribución maravillosa, pero que no iba a vivir para ver su aplicación práctica, porque la edición génica aún no es suficientemente específica. Y entonces, un día, como habíamos anticipado, Sammy falleció. Esa misma madrugada, apenas unos minutos después, me llamaron. Fui a Italia y pasé una semana con sus padres viviendo la despedida de Sammy. Unas 4.000 personas acudieron a su funeral en un pequeño pueblo de Italia. No hubo lágrimas, solo sonrisas para celebrar su vida. 

¿Cuándo llegará el momento en el que sea más fácil sobrevivir al cáncer que sucumbir a él?

Ya ha llegado. A nivel global, podemos decir que el conocimiento ha permitido multiplicar la supervivencia general al cáncer. Hoy en día, se curan tumores que antes no tenían cura: tumores pediátricos, leucemias infantiles, leucemias de adultos, cáncer de mama. Sin embargo, como científico, diría que no es suficiente; no podemos ser complacientes. Hay tipos de tumores en los que el avance ha sido muy pequeño, casi insignificante, y son esos los que requieren que multipliquemos los esfuerzos, con la esperanza de alcanzar el mismo éxito que se ha logrado en otros tipos de cáncer y en el cáncer en general.

Ya no se debe hablar del cáncer en voz baja ni en susurros, sino afrontarlo con esperanza y conocimiento. Y, de nuevo, debemos alejarnos del ruido que generan aquellos enfoques que no están sustentados en la verdad científica. La verdad es mucho más amplia que un análisis del genoma; es mucho más completa, pero debe ser reproducible y generalizable.

¿Qué opinión le merecen los políticos que cuestionan el cambio climático y menosprecian la importancia de la ciencia, especialmente en situaciones como el desastre de la DANA?

Creo que esto representa la necesidad máxima de una educación serena y sensata que evite la arrogancia, la indiferencia y la falta de humildad. Y, claro, donde más daño puede hacer esta falta de educación es en quienes nos gobiernan, en nuestros representantes. Siempre he tratado de respetar a los representantes elegidos por la sociedad, aunque no sean los míos, pero claramente falta rigor al hablar sin datos ni conocimiento, solo con ideología. La ciencia no tiene ideología; los científicos pueden tener la que quieran, porque son seres humanos, y en la ciencia he encontrado tanto a personas maravillosas como a los peores especímenes de la especie humana. Pero la ciencia en sí misma debe basarse en el conocimiento, aunque sea imperfecto e insuficiente, eso no la descalifica. Está claro que el planeta es nuestro hogar, no es una metáfora ni una poesía, y la ciencia percibe de cerca el impacto del “meteorito humano”, aunque la Tierra sigue acogiendo a la humanidad con generosidad. Pero, ¿hasta cuándo podremos dictar nosotros las normas para sostener nuestra causa?