¿Cuánto dinero lleva en el bolsillo? Si lleva un simple billete de veinte euros, podría comprar con él cuatro ordenadores. Sí, como lo oye. De hecho, hay ya una revista que trae un ordenador de regalo, pegado a su portada.
¿Cuántas cosas cambian cuando un ordenador cuesta cinco euros, y cuando cualquiera de las cosas que hay que conectarle para que funcione (un cargador de móvil, un teclado, un ratón, un adaptador WiFi, una tarjeta SD y una pantalla) son más caras que el ordenador en sí? Y si consideramos, además, que el ordenador en cuestión, llamado PiZero, no está fabricado en China ni debe su precio a una mano de obra extremadamente barata, sino que proviene de una fábrica en Gales, con trabajadores europeos?
El PiZero es la creación de una fundación sin ánimo de lucro británica, la Raspberry Pi Foundation. No busque trucos, porque no los hay: no es una campaña de marketing agresiva que venda por debajo del coste, no utiliza mano de obra infantil ni pretende obtener datos de nadie para comercializarlos posteriormente. Es lo que es: un ordenador. Optimizado hasta el límite, por supuesto, pero permite cosas como abrir un navegador y utilizar internet, programar, o incluso reproducir vídeo en alta definición.
Cuando la Raspberry Pi Foundation comenzó su andadura diseñando el primer Raspberry Pi, entonces un ordenador de 28 euros pensado para acercar la educación en ciencias de la computación a los niños en los colegios británicos, creyeron que como mucho llegarían a vender unos mil. Un par de años después, el Raspberry Pi es el producto de microelectrónica británico más vendido de la historia, Eben Upton tiene la justificada consideración de gurú genial, y la Raspberry Pi Foundation ha conseguido influir en el Ministerio de Educación británico para que las Ciencias de la Computación sean la cuarta ciencia, junto con la Química, la Física y la Biología, que los jóvenes británicos pueden elegir en su bachillerato.
Pero más allá de eso, de lo que supone poder comprar un ordenador por cinco euros y ponerlo donde queramos para hacer lo que buenamente nos dé la gana (y encontrar detalladas instrucciones sobre lo que queremos hacer en vídeos de YouTube), deberíamos pensar un poco más allá. Deberíamos plantearnos lo que los emprendedores pueden hacer con algo así. Cuando podemos montar un aula de informática en prácticamente cualquier sitio. O cuando podemos plantearnos que un aparato así, tecnológicamente avanzado, no esté fabricado en el sudeste asiático con trabajadores con sueldos irrisorios en un régimen próximo a la esclavitud, sino en plena Europa. ¿No deberíamos replantear muchas cosas?