La serie que ha batido todos los récords de la televisión (legales e ilegales) ya tiene digna heredera. Se llama Westworld, se estrena el 2 de octubre y tiene muchos de los ingredientes que han hecho de Juego de tronos un fenómeno global. Dirigida por el pequeño de los hermanos Nolan y producida por J.J. Abrams, la nueva apuesta de HBO será si cabe más sombría y violenta que su antecesora. Sus escenas de sexo, aún más explícitas, también prometen rodearse de polémica. No es para menos: estarán protagonizadas por robots.

Westworld Trailer (HBO) - MATURE VERSION

El escenario de esta "odisea oscura sobre los albores de la inteligencia artificial y el futuro del pecado", como sus propios creadores la definen, será un parque temático de lujo donde autómatas pensantes y sintientes satisfacen toda fantasía de los visitantes humanos, por absurda o depravada que sea.

Distopías aparte, el tipo de relación que vaticina entre personas y máquinas, con éstas sometidas a aquellas incluso en el plano sexual, no anda lejos de lo que vislumbran los expertos. "En el 2050 habrá robots sexuales muy realistas", predice el británico David Levy, maestro del ajedrez y la inteligencia artificial, autor del libro Amor y sexo con robots y fundador de Intelligent Toys. "El sexo con robots será tan normal como el amor entre humanos".

El suyo no es el pronóstico más arriesgado. En un informe publicado por el Pew Research Center, otro especialista fechaba la popularización de los robots sexuales en 2025. En la misma línea, el profesor de la Universidad de Sheffield Noel Sharkey, una eminencia en cuestiones de ética e inteligencia artificial, espera que esta tecnología se vuelva común a largo de la próxima década.

Sin embargo, los autómatas creados para el sexo que existen hoy en día tienen poco que ver con los del cine y la televisión. Los actuales modelos son más bien muñecas más o menos robotizadas, con escasa o nula capacidad de movimiento y promesas de ingenio que ni siquiera alcanzan el nivel de Siri, Alexa o Cortana al mantener una conversación.

Una cita con Roxxxy, la robot sexual con cierta inteligencia emocional.

Las más famosas y relativamente avanzadas son las que fabrican True Companion y Real Doll, dos empresas fundadas, respectivamente, por un antiguo ingeniero de Bell Labs y un artista con casi una década de experiencia en el sector de las muñecas sexuales. Ambas prometen un aspecto hiperrealista, personalización hasta el más mínimo detalle (tamaño y forma del pezón, color de la areola…) y una inteligencia artificial rudimentaria con personalidades programables.

La estrella de True Companion es Roxxxy Gold, una amante de silicona con mil caras y un falso corazón latiente que cuesta casi 10.000 dólares (cerca de 9.000 euros) y sabe interpretar varios papeles, desde la frígida Farrah hasta la salvaje Wendy, respondiendo siempre a los deseos de su propietario.

Por su parte, el equipo de Real Doll lleva tres años trabajando en unas cabezas robóticas que se venderán por separado (por un máximo de 10.000 dólares, unos 8.900 euros) y que permitirán a las muñecas (que cuestan entre 5.000 y 6.000 dólares) interactuar con sus parejas de carne y hueso. Para que los intercambios resulten más naturales, serán capaces de mostrar expresiones como una sonrisa o un gesto de sorpresa.

Los artistas de Real Doll trabajan en cabezas robotizadas para sus muñecas Real Doll

Más allá de este par de modelos, los más conseguidos hasta la fecha, hay algunas compañías trabajando en prototipos pero que aún no tienen productos a la venta (como Realbotix), otras que ofrecen máquinas sin parecido con los seres humanos (como Fuckzilla o Shockspot) y algunos inventores que fabrican sus versiones caseras, a veces tan realistas como la réplica de Scarlett Johansson capaz de hacer muecas y soltar respuestas enlatadas que fabricó un aficionado en Hong Kong.

Para llegar siquiera a parecerse a lo que muestra Hollywood, los robots sexuales todavía deben mejorar en multitud de aspectos. Por ejemplo, las muñecas de hoy en día son tan pesadas (hasta 50 kilos) que ni siquiera pueden sostenerse en pie, menos aún moverse (aunque ni siquiera los autómatas más avanzados lo hacen con naturalidad). La vida de las baterías, a medida que aumenten sus funciones, se convertirá en otro problema. Su piel, de silicona, tendrá que reemplazarse por algo más realista: la impresión de tejidos en 3D podría ser la solución si se producen avances suficientes.

Pero lo más difícil, y quizá lo más indispensable, es conseguir que se comporten, reaccionen y se comuniquen de forma similar a los humanos. Reconocimiento de voz, procesamiento del lenguaje natural, machine learning… Son muchas las disciplinas que deben avanzar y combinarse para que se cumplan los pronósticos más entusiastas.

Además, son varios los interrogantes morales que hay que responder. Por ejemplo, ¿yacer con un androide es adulterio? ¿Se trata de un invento machista? Aunque hay algún muñeco masculino, como el Rocky de True Companion, el mercado de los robots sexuales tiende a convertir a la mujer en un objeto que, literalmente, se vende para complacer las fantasías del varón.

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Por eso la antropóloga Kathleen Richardson, de la Universidad de Montfort (Reino Unido), se puso al frente de una campaña contra los sex robots que a menudo ha sido malinterpretada. No piden la prohibición de esta tecnología, sino que se oponen al modelo de relación asimétrica (uno manda, la otra obedece) que casi necesariamente conlleva.

Culturalmente también se habrá de producir alguna evolución para que los humanos lleguemos a asumir como normal la relación, aunque sea sólo física, con un autómata. A juzgar por una encuesta realizada por investigadores de la Universidad Tufts en Medford, Massachusetts (EE.UU), alrededor de dos tercios de las mujeres no están dispuestas a experimentar un robot sexual. En el caso de los hombres, más de dos tercios sí lo probarían, lo que refuerza la tesis de Richardson y los demás expertos que advierten de un desequilibrio.

En Westworld, la serie que estrenará HBO en tan sólo unas semanas, la situación se ha llevado al extremo. Conscientes y hartos de sus circunstancias, los androides se rebelan contra los humanos que se están aprovechando de ellos. ¿Superará la realidad a esta ficción o se parecerá más a esa Her en que las máquinas y los humanos se enamoran?

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