Confieso que tenía mucho miedo de no poder llegar a escribir este artículo. Son tantas las voces que me habían dicho que iba a perder los AirPods nada más recibirlos que, en mi fuero interno (no soy más la persona más cuidadosa del mundo), estaba segura de que no me durarían los 15 días que me había fijado para hacer algo que no suelo hacer: escribir en primera persona.
Pero han pasado dos semanas y mis AirPods están aquí a mi lado en la redacción de EL ESPAÑOL, dentro de su funda y cargándose. Como se suele decir de los hijos, para mí estos auriculares eran lo más deseado. Utilizo mucho los cascos. Camino al menos una hora al día y la música, en concreto a través de la plataforma Spotify, es mi fiel compañera. No sé si podría andar tanto si no pudiera escuchar música y si sé que el ejercicio moderado tiene muchos beneficios para la salud y, sobre todo, es un gran limpiador de conciencias.
Obviamente, antes de que los AirPods llegaran a mi vida yo utilizaba otros auriculares. He probado muchos, incluyendo otros inalámbricos por Bluetooth. Pero todos tenían un problema: dijeran lo que dijeran, tenían cable. En el caso de los clásicos inalámbricos era una cinta mínima que unía los dos auriculares y se ponía detrás de las orejas. Y aún así, se me enredaba.
Por esta razón, recibí con entusiasmo la noticia que Apple lanzó al mundo el pasado 8 de septiembre en su clásica keynote semestral. Me dio un poco igual que presentaran un iPhone nuevo, pero me embargó la emoción cuando anunciaron los AirPods, la verdadera joya de la corona de la presentación.
Porque siempre he tenido dos grandes problemas con los cascos y los dos me los ha solucionado Apple de un plumazo. El primero son las clásicas almohadillas que acompañan a la mayoría de los cascos y que se presentan en distintos tamaños para facilitar que encajen en distintos tipos de orejas. Algunos servían para la mía pero, desconozco el motivo, siempre acababa perdiéndolas. Los AirPods no vienen con esas almohadillas, pero esto no es nuevo, tampoco las llevan los auriculares clásicos de la compañía de la manzana, los EarPods.
El segundo inconveniente es la madeja. Hiciera lo que hiciera, los guardara como los guardara, el cable que acompañaba a todos los auriculares se me enredaba. No soy la única, el asunto ha ocupado incluso estudios científicos.
Así, desde septiembre esperaba como agua de mayo la llegada de los AirPods y asistía atónita a las noticias sobre sus sucesivos retrasos. Pero finalmente llegó el día y los nuevos auriculares llegaron a mis manos. Eso sí, 149 euros después.
He de reconocer que la primera semana la viví con miedo. Miedo a que no se escucharan bien, miedo a que se fuera la conexión de Bluetooth y se dejara de oír la música y, por encima de todo, miedo cerval a perderlos. Obviamente, los comentarios no ayudan. "¿Ya los has perdido?", "¿Todavía los tienes?", eran las frases más repetidas, junto con "¿Cuánto te han costado?". Nada de "¿Se escuchan bien?", ¿Hacen algo más que dejarte escuchar música?". Algún amigo ha puesto incluso fecha a mi miseria -el 5 de febrero- y así es difícil estar tranquila.
Pero la realidad es que no, no los he perdido, que es lo que parece que más interesa a todo el mundo. Además, ni siquiera puedo decir que haya estado a punto de hacerlo. Los AirPods se han adaptado a mis pabellones auditivos como si supieran lo bien recibidos que son por su dueña. Ni siquiera he tenido la tentación de recurrir a alternativas para no extraviarlos.
Es cierto que hay que acordarse siempre de llevar encima el estuche donde se guardan (y que sirve también para cargarlos). Un día que lo olvidé estuve tan tensa pensando que iba a perderlos, que apenas saqué la mano del bolsillo donde los había depositado como si se tratara de un billete de 500 euros.
Pero, además de eso, los AirPods se escuchan bien. Al menos, a mí me lo parece. Yo no noto diferencia con otros auriculares que haya utilizado, si bien es cierto que nunca he optado por los de gama alta que cuestan, por cierto, mucho más caros que los de Apple. La conexión por Bluetooth no me ha fallado nunca en estos 15 días, algo que sí me pasó con otros modelos de inalámbricos.
Otra sorpresa agradable ha sido la duración de la batería. Ya había leído que ésta era de unas cinco horas, pero no sabía cómo iba a controlar el tiempo. ¿Me acordaría de cargarlos antes de que pasaran esos 300 minutos? ¿Se me quedarían sin batería nada más salir de casa y con un trayecto largo por delante? De momento, nunca me han dejado colgada. Precisamente por el sistema de carga en su funda, es fácil guardarlos y ponerlos a cargar cuando llegas a tu destino, casi sale de forma natural. La caja cargador se conecta al cable lightning que, a su vez, se conecta a un puerto USB. Los AirPods vienen con uno, pero sirve también el del teléfono.
El problema vendrá, supongo, cuando tenga que hacer algún viaje transoceánico, pero supongo que para entonces Apple habrá inventado algo -sospecho que no a coste cero- para alargar la vida útil de los cascos.
Siri: una relación complicada
Algo a lo que sí me ha costado acostumbrarme es a interactuar con Siri. Los AirPods tienen un sensor en la parte inferior del auricular que, si se golpea, te pone en contacto con el asistente de voz de Apple. Pero cuesta cogerle el truquillo. Como se trata precisamente de un sensor, físicamente no lo notas y pasé los primeros días golpeando al azar los cascos en busca de la voz de un robot.
Una vez que consigues comunicarte con Siri, las ventajas de los AirPods se multiplican. Sin tocar el móvil, Siri enciende y apaga la música, te pasa de canción si una no te gusta, te sube y baja el volumen y te dice si has recibido correo o nuevos WhatsApps. Por supuesto, el sensor al que cuesta acostumbrarse te permite recibir llamadas y los micrófonos de ambos cascos hablar por teléfono con total tranquilidad.
Eso sí, para disfrutar de todo esto te tiene que no dar vergüenza hablar en alto al aire. Al contrario que cuando se habla con unos auriculares normales con micrófono, aquí nada delata que te estés comunicando con un móvil. La falta de cables hace imposible diferenciarte de cualquier lunático que vaya hablando solo por la calle. Y en eso está claro que no ha pensado Tim Cook.
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