El Monstruo del Espagueti Volador es un ser omnipresente e inalcanzable. También se le conoce como Monesvol. La imagen es la de un dios de tentáculos enredados a base de agua y harina que hace su voluntad "así en el cielo como en el plato". Sus devotos son piratas que gritan "¡arrrgh!" a la mínima ocasión, que se saludan con un "¡Ramin!" y que maridan sus guisos sagrados con una cerveza artesanal, al ser posible con un colador en la cabeza, como parte de la liturgia.
Quienes rezan a este ser supremo, ilustrado con ojos y mofletes de albóndiga, son los seguidores de la religión 'pastafari'. Esta creencia vuelve a ponerse en el foco gracias al Día Mundial de la Pasta, que se celebra el 25 octubre después de que en esta fecha se realizó el primer Congreso Mundial de Pasta en Roma, allá por 1995.
Los 'pastafaris' son creyentes de una fe que nació en Estados Unidos hace 18 años. Bobby Henderson, un recién licenciado en Ciencias Físicas, mandó una carta a una escuela de Kansas donde se iba a celebrar una jornada sobre la creación del universo sin basarse en la teoría de la evolución de Darwin sino en el creacionismo monoteísta o "diseño inteligente".
Este "profeta", como le apodan sus seguidores, se convertía en el representante de The Church of The Flying Spaghetti Monster (la iglesia del Monstruo del Espagueti Volador, en español). Se erigía como máximo representante con estas palabras: "Al igual que hay múltiples teorías sobre el diseño Inteligente, yo y muchos otros en el mundo creemos firmemente que el universo fue creado por el Monstruo Espagueti Volador. Fue Él quien creó todo lo que vemos y sentimos", apuntaba.
"Creemos firmemente que las indiscutibles evidencias científicas que demuestran los procesos evolutivos no son otra cosa sino una coincidencia orquestada por Él", aducía Henderson. "La figura del pirata es porque "la realidad", señalaba Henderson en una gráfica adjunta a la misiva, es que "el calentamiento global, los terremotos, los huracanes y otros desastres naturales son consecuencia directa de que a partir del siglo XIX ha disminuido el número de piratas".
Sonaba a chiste, pero era algo que decía totalmente serio. Según esta creencia, el Monesvol era "invisible e indetectable" y había creado el universo tras una borrachera, "lo que explica las imperfecciones de este mundo". Sus razonamientos comenzaron a tener cierta repercusión. Varios medios lo sacaron, se rodó un documental y hasta generó debates en torno a la libertad de pensamiento.
Aquel influjo norteamericano se extendió a Australia o Europa. Si muchas personas o Estados otorgan beneficios "a ideas obsoletas que causan conflictos innecesarios", ¿por qué no discutir sobre religión desde otro enfoque?, planteaban. La intención, aseguraban, no era burlarse de nada, sino analizar racionalmente la fe en seres extraterrenales.
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Por eso, este ser que anima a comer pasta también posee sus propias escrituras. En ellas le revela al pirata Mosey sus Ocho Condimentos. Los desveló, presuntamente, en la cima del Monte Salsa y sin muchas ganas: "preferiría no hacerlo", exclamó, como el famoso escribiente Bartleby, ideado por el novelista Herman Melville.
Monesvol también le advirtió a Mosey de que no actuara "como un fanático santurrón" que se cree "mejor que los demás" cuando habla de su Dios. Y le enseñó que su existencia no debía significar "un medio para oprimir, subyugar, castigar o eviscerar" ni servir de excusa para que se levantaran "multimillonarias iglesias, templos, mezquitas o santuarios" en honor a su "Tallarinesca Santidad" cuando ese dinero podría ser utilizado para "acabar con la pobreza, curar enfermedades, vivir en paz, amar con pasión y bajar el precio de la televisión por cable".
Las ideas de esta figura ultraterrenal y los seguidores en España tradujeron el evangelio como una "herramienta básica de proselitismo". Eso fue hace más de una década, hacia 2010. Un grupo de seguidores abrió una página web divulgando estas enseñanzas. En este país hay cerca de 200 miembros que comparten sus plegarias y charlan por redes sociales en espera de dos pasos importantes, como promover su inclusión en el registro de entidades religiosas.
"Para cada uno, el Pastafarismo es una casa", resumía Fergus Reig a la agencia Sputnik. "Cogemos cosas de otras religiones, pero intentando ser divertidos", alega quien se defiende de los ataques contra ellos por ser algo paródico o irrespetuoso. "Nada de eso. Al revés, me gusta compararlo con otras creencias porque es similar. La profesión va por dentro y lo único que tiene que hacer es quererlo en tu interior", explicaba al medio citado.
Nadie pide nada para pertenecer a la iglesia Pastafari. Basta con ese deseo individual y con intentar cumplir ciertos supuestos. Su día festivo es el viernes y la ceremonia conlleva un almuerzo de pasta y, al ser posible, vestidos con un colador de sombrero. "Cada religión tiene una serie de preceptos y todos son válidos", sostenía Reig, que trabaja en el Centro Superior de Investigaciones Científicas. "Nosotros no queremos ofender a nadie. Es divertido pero algo serio: la gente ha invertido tiempo y dinero", defendía uno de los miembros.
Hasta que se reconozca como creencia en el registro, los devotos del Monstruo del Espagueti Volador seguirán con sus celebraciones o su salmo principal, que reza esto: "¡Oh, tallarines que están en los cielos gourmets. Santificada sea tu harina. Vengan a nosotros tus nutrientes. Hágase su voluntad así en la tierra como en los platos. Danos hoy nuestras albóndigas de cada día y perdona nuestras gulas así como nosotros perdonamos a los que no te comen, no nos dejes caer en la tentación (de los que no te comen) y líbranos del hambre. ¡Ramén!".