Hoy 23 de abril, que celebramos el Día del Libro como homenaje al fallecimiento allá por 1616 de Miguel de Cervantes, Garcilaso de la Vega y William Shakespeare, aprovechamos la ocasión para repasar algunas de las recetas más famosas que nos ha brindado la literatura así como algún que otro texto gracioso relacionado con la comida que hemos podido leer en libros que no son de cocina.
Recetas famosas de la literatura
Y es que no es de extrañar que la comida sea algo muy presente en la literatura, pues al fin y al cabo los protagonistas de las novelas son humanos y como tales tienen la necesidad de comer. Así que vamos a ver qué comían algunos.
Duelos y Quebrantos del Quijote
Como no puede ser de otro modo, en una selección de recetas famosas de la literatura para celebrar el Día del Libro hay que empezar por los Duelos y Quebrantos, una receta de la que nos habla Miguel de Cervantes en El Quijote y que aquí en Cocinillas ya hemos saboreado. Podéis ver la receta completa pinchando aquí.
Rape en salsa de naranja
Y del Siglo de Oro saltamos hasta nuestros días con un plato del que se habla en Esta noche dime que me quieres, la novela del escritor italiano Federico Moccia. Nuestra versión para que la preparéis en casa podéis verla pinchando aquí.
Sopa de la reconciliación
En Afrodita, la novela de la famosísima escritora chilena Isabel Allende se habla de la Sopa de la reconciliación, una sopa hecha con setas para que las mujeres se reconcilien con su hombre. No hemos seguido la receta tal cual, pero a buen seguro que esta Crema de champiñones también será un éxito.
Garbanzos
En los textos de Benito Pérez Galdós (Fortunata y Jacinta, Episodios Nacionales) nunca faltaban los garbanzos y aunque los preparasen de manera más tradicional como este potaje de vigilia, seguro que a día de hoy tendrían cabida este Curry de gambas con garbanzos y calamares. Aunque si hablo de comida en los textos de Pérez Galdós, el que siempre quedará en mi memoria el momento en que en Fortunata y Jacinta, el protagonista, Juanito Santa Cruz, conoce a Fortunata y ella en ese momento está comiendo huevos crudos.
Arancini
Esta especie de megacroquetas de arroz rellenas de carne picada son muy famosas por ser uno de los platos favoritos del comisario Montalbano, protagonista de las novelas y relatos cortos del mismo nombre escritos por Andrea Camilleri. Nosotros no tenemos a Adelina para que nos los prepare, pero tenemos una receta estupenda para hacerlos nosotros mismos y vosotros también si queréis. La podéis ver aquí.
Chiles en nogada
Laura Esquivel, en Como agua para chocolate, presenta cada uno de los capítulos como una de las deliciosas recetas que prepara Tita, la protagonista, lo que hace que la cocina esté siempre presente en todo el libro. Los chiles en nogada, aparte de ser uno de los platos más tradicionales de la gastronomía mexicana, en la novela producen un efecto increíble en quienes los comen. Preparar la receta del libro es casi imposible por la dificultad para conseguir los ingredientes necesarios por estos lares, pero también nos hemos atrevido a hacer una versión simplificada y están buenísimos. Aquí podéis ver la receta completa de nuestra versión.
Torrijas de nata
Y sin cambiar de libro, también en Como agua para chocolate, se preparan unas Torrejas de natas, que son parecidas a nuestras torrijas como estas que nos hemos hecho en un momento en el microondas.
Capón asado
No por la receta en sí, pero si hay un texto relacionado con la comida que cuando lo leí me hizo llorar de la risa, es el momento de trinchar el capón tal como lo describe Mariano José de Larra en uno de sus artículos que lleva como título El castellano viejo.
“A todo esto, el niño que a mi izquierda tenía, hacía saltar las aceitunas a un plato de magras con tomate, y una vino a parar a uno de mis ojos, que no volvió a ver claro en todo el día; y el señor gordo de mi derecha había tenido la precaución de ir dejando en el mantel, al lado de mi pan, los huesos de las suyas, y los de las aves que había roído; el convidado de enfrente, que se preciaba de trinchador, se había encargado de hacer la autopsia de un capón, o sea gallo, que esto nunca se supo: fuese por la edad avanzada de la víctima, fuese por los ningunos conocimientos anatómicos del victimario, jamás parecieron las coyunturas. «Este capón no tiene coyunturas», exclamaba el infeliz sudando y forcejeando, más como quien cava que como quien trincha. ¡Cosa más rara! En una de las embestidas resbaló el tenedor sobre el animal como si tuviera escama, y el capón, violentamente despedido, pareció querer tomar su vuelo como en sus tiempos más felices, y se posó en el mantel tranquilamente como pudiera en un palo de un gallinero.
El susto fue general y la alarma llegó a su colmo cuando un surtidor de caldo, impulsado por el animal furioso, saltó a inundar mi limpísima camisa: levántase rápidamente a este punto el trinchador con ánimo de cazar el ave prófuga, y al precipitarse sobre ella, una botella que tiene a la derecha, con la que tropieza su brazo, abandonando su posición perpendicular, derrama un abundante caño de Valdepeñas sobre el capón y el mantel; corre el vino, auméntase la algazara, llueve la sal sobre el vino para salvar el mantel; para salvar la mesa se ingiere por debajo de él una servilleta, y una eminencia se levanta sobre el teatro de tantas ruinas”
Para no tener semejantes problemas a la hora de trinchar, nosotros mejor nos quedamos con este Pollo asado a la lata de cerveza que es más manejable.
La Comida del Patrón
Y hablando de textos, nadie como Emilia Pardo Bazán en Los Pazos de Ulloa, para describir cómo se celebran las fiestas del Patrón en las aldeas de la Galicia profunda y no tan profunda. Banquete pantagruélico se queda corto para describirlo.
“Grande fue su terror cuando empezó a desfilar interminable serie de platos, los veintiséis tradicionales en la comida del patrón de Naya, no la más abundante que se servía en el arciprestazgo, pues la de Loiro se le aventajaba mucho.
Para llegar al número prefijado, no había recurrido la guisandera a los artificios con que la cocina francesa disfraza los manjares bautizándolos con nombres nuevos o adornándolos con arambeles y engañifas. No, señor: en aquellas regiones vírgenes no se conocía, loado sea Dios, ninguna salsa de origen gabacho, y todo era neto, varonil y clásico como la olla. ¿Veintiséis platos? Pronto se hace la lista: pollos asados, fritos, en pepitoria, estofados, con guisantes, con cebollas, con patatas y con huevos; aplíquese el mismo sistema a la carne, al puerco, al pescado y al cabrito. Así, sin calentarse los cascos, presenta cualquiera veintiséis variados manjares.
¡Y cómo se burlaría la guisandera si por arte de magia apareciese allí un cocinero francés empeñado en redactar un menú, en reducirse a cuatro o seis principios, en alternar los fuertes con los ligeros y en conceder honroso puesto a la legumbre! ¡Legumbres a mí!, diría el ama del cura de Cebre, riéndose con toda su alma y todas sus caderas también. ¡Legumbres el día del patrón! Son buenas para los cerdos.”
A nosotros veintiséis platos de ese calibre se nos hacen excesivos, pero sí damos buena cuenta de una exquisitas Carrilleras de cerdo en salsa que están para chuparse los dedos.
Y acaba nuestra lista, al menos por este año. Y ahora contadnos ¿os ha impactado alguna receta que hayáis encontrado en algún libro que no fuese de cocina?