La comida transgénica no es nada nuevo y, sin embargo, parece que nunca ha estado de más actualidad. Cómo no estarlo cuando un un nutrido grupo de premios Nobel acusa a Greenpeace de “crimen contra la humanidad” por su rechazo a ésta. Aunque lo realmente llamativo es que, a estas alturas, siga existiendo tanto desconocimiento por parte de los ciudadanos.
Las continuas campañas en contra han acabado por demonizar una técnica que no sólo ha demostrado ser beneficiosa para la humanidad sino que además es totalmente segura, como demuestra un informe publicado por la Academia Nacional de Ciencias de EE UU que recopila más de 30 años de estudio en la materia.
¿Qué son exactamente los transgénicos?
La RAE los define como “un organismo vivo que ha sido modificado mediante la adición de genes exógenos para lograr nuevas propiedades” aunque con esas modificaciones también se pueden eliminar ciertos genes. O lo que es lo mismo, se trata de mejorar un cultivo al añadir características con las que no contaba o eliminar otras que no interesan.
La forma en la que se realiza en los laboratorios es bastante revolucionaria pero no es nada que la humanidad no lleve haciendo siglos. Las casi 800 razas de perros que existen hoy en día no son fruto de la casualidad, sino del trabajo de unos criadores que fueron potenciando algunas características.
Esta finalidad ni siquiera es algo nuevo en el mundo agrícola, donde la técnica del injerto se ha ido perfeccionando para aumentar la resistencia, cultivar variedades exigentes en suelos con pocos nutrientes, combinar características o acelerar su desarrollo. Puede que pienses que las frutas y hortalizas que comemos hoy en día han sido así siempre, pero lo cierto es que no tienen nada que ver con su forma original.
La única diferencia entre estos injertos y técnicas de modificación genética como el CRISPR es que el primero se realiza a ojo de buen cubero mientras que el segundo se hace con absoluta precisión. Como explicaba Antonio Granell, investigador del Instituto de Biología Molecular y Celular de Plantas de Valencia en un reportaje publicado en El País, “con los métodos tradicionales de mejora vegetal dependemos del azar, de que surjan las mutaciones deseadas” mientras que “con CRISPR puedes cambiar una sola letra de los 1.000 millones de letras del genoma de un tomate. Una letra menos, que podría haber desaparecido por una mutación espontánea, como se han formado casi todas las variedades de cítricos”.
Las ventajas de la comida transgénica son obvias. En un futuro podríamos tener cultivos que requieran de menos agua se adapten a climas secos, que no requieran de pesticidas al ser resistentes a plagas o que incluyan más nutrientes. Sin embargo, eso no ha evitado que ONGs como Greenpeace hayan realizado incansables campañas en su contra puesto que, según la organización, los transgénicos son una amenaza para el medio ambiente por el “incremento del uso de tóxicos, contaminación genética y del suelo, pérdida de biodiversidad, desarrollo de resistencias en insectos y vegetación adventicia y efectos no deseados en otros organismos” además de suponer un riesgo para la salud al “suponer nuevas alergias, aparición de nuevos tóxicos, disminución en la capacidad de fertilidad, contaminación de alimentos, problemas en órganos internos, etc”.
Afirmaciones que no tienen ninguna base científica puesto que no hay ningún estudio que las sustente. Es más, como he mencionado al principio, las investigaciones realizadas en los últimos 30 años dicen todo lo contrario.
Entonces, la comida transgénica ¿es buena o es mala?
Depende. La ciencia y la tecnología nos dan el poder de cambiar el mundo a nuestro antojo, que sea algo bueno o malo depende de los objetivos que se persigan y los controles que se establezcan. Es positivo que organizaciones como Greenpeace adviertan sobre lo que puede salir mal con la comida transgénica, pero si caemos en el sensacionalismo y la desinformación es muy difícil debatir con objetividad acerca los riesgos y beneficios de los cultivos transgénicos. Especialmente si este tipo de tono lleva a que países como Angola, Etiopía o Sudán rechacen alimentos que formaban de un programa de ayuda humanitaria por proceder de cultivos transgénicos.
Todo es cuestión de valorar. Cuando hace unas semanas publicamos que los tomates volverían a recuperar su sabor a pocos les importó que se fuese a conseguir gracias a la modificación genética. Del mismo modo, que no creo que ningún ecologista ponga el grito en el cielo porque se desarrollen plantas ricas en Omega 3 cuando pueden evitar una futura sobre-explotación pesquera. Aunque con polémicas como la del arroz dorado -una iniciativa para suplir las carencias de vitamina A en poblaciones desfavorecidas-, que provocó la carta de los premios Nobel en contra de Greenpeace, todo es posible.