Solo quien ha aterrizado en la escalofriante pista del Aeropuerto de Madeira sabe que la aventura al final del camino va a ser cuanto menos intrepidante. Una isla de naturaleza apabullante, con el más fresco pescado y marisco que llega hasta sus costas, tapizada de plataneras, sus heroicos vinos, el ‘peligroso’ poncha, en medio de un atlántico profundo.
Son los principales pilares que sustentan la remota despensa de este archipiélago volcánico de la Macaronesia donde, de las cuatro islas, destaca Madeira como la más habitada y más extensa. Lo suficientemente grande para guardar secretos imborrables pero lo suficientemente pequeña para descubrirlos todos en unos pocos días.
Día 1: Funchal en 360º
Tomar como base su capital, Funchal, es una buena manera de explorar gran parte de su territorio. La ruta temprano en la mañana, cuando el sol se alza sobre el horizonte y baña la isla en una luz dorada.
Dormir en una antigua fábrica de bordados
Toca hacer check in en una de las últimas aperturas de la ciudad, el hotel Barceló Funchal Old Town. Un cruce de caminos entre lo tradicional y lo moderno, donde se ha querido respetar la historia del edificio donde se ubica, una antigua fábrica de bordados del siglo XVII que estuvo funcionando hasta hace unos años.
De hecho, la infraestructura del Barceló Funchal Oldtown, junto a la Catedral de Funchal y la Avenida do Mar, ocupa seis edificios de esta época, todos mantienen sus fachadas originales y sus antiguos forjados interiores. Uno de ellos fue la sede de la fábrica Oliveira Bordados Enmaderienses, mientras que otro perteneció a la familia Blandy’s, principal pionera del comercio del vino de Madeira y una de las mayores productoras mundiales en la actualidad.
Su decoración es toda una declaración de intenciones, en recuerdo a sus anteriores propietarios, donde las bordadeiras todavía aparecen y neones con encajes y calados se proyectan en las paredes de edificios contiguos. Que Madeira sea considerada una de las principales industrias de bordados de Portugal, convierte la mantelería, pañuelos, sábanas y otros productos bordados en el perfecto souvenir. De hecho, el hotel ha colaborado con Joana Duarte con su marca Behén creando una colección de shopping bags con edredones reciclados que ha encontrado por los mercados, y que han vendido en el pop up apoyando a esa parte de la cultura madeirense.
Las habitaciones, cuenta con 111, son cómodas, espaciosas y mimetizadas con la esencia del edificio, y la arquitectura de la isla portuguesa, muchas de ellas con balcones que dan a la Praça do Municipio, llena de vida. Pero para mejorar aún más las vistas hay que subir hasta la infinity poolde la azotea, con su panorámica 360º y poder después contar cómo la ciudad se funde con el océano Atlántico.
Se duerme, pero también se come. En su restaurante Noz Café, la cocina non stop hecha raíces en Madeira, apoyándose (y mucho) en las verduras, pero también en la carne y el pescado. Para los desayunos -que se pueden convertir en brunch-, A Bordadeira ofrece unos muy completos y variados, en formato bufé y con variadas opciones a la carta. Fruta tropical, quesos locales y dulces típicos como el bolo de caco son algunas de las propuestas en el menú.
La compra en el mercado
Con un pie ya puesto el calle, toca dirigirse al mercado local de la ciudad, la mejor manera de tomarle el pulso a su cultura gastronómica y descubrir su despensa en primera persona. De camino, en el indudable caso de habernos quedado con hambre tras el desayuno, podemos hacer acopio de algunos de las elaboraciones típicas de la isla que siempre viene bien tener a mano. Para eso está A Padaria do Mercado, una panadería local donde comprar bollos de caco recién horneados con mantequilla de ajo y queso, una delicia tradicional de Madeira.
El plato fuerte llega tras pasar la puerta del Mercado dos Lavradores, un vibrante mercado donde la frescura es la regla y embelesa por la explosión de colores y aromas que recubren el antiguo edificio. Aquí, podrás encontrar una variedad de frutas tropicales, pescados y flores exóticas. Es hora de familiarizarse con nombres como la fruta del dragón, la guayaba, la chirimoya y otras joyas que se dan en la isla.
200 años de historia de vino de Madeira
Sumergerse en la cultura vitivinícola de la isla con una visita a una bodega de vino de Madeira es innegociable. Situado en un edificio histórico en el centro de Funchal, Blandy's Wine Lodge ha sido el corazón del negocio vinícola de la familia durante siete generaciones, envejeciendo los mejores vinos de Madeira según el método canteiro tradicional, un proceso de añejamiento en el que el vino se almacena en barricas durante periodos de entre 20 y 100 años. Un pase por la bodega invita a aprender curiosidades sobre la historia y la producción de este vino fortificado único y, por supuesto, tendrás la oportunidad de degustar algunos de ellos.
Un café con vistas
El Jardín Botánico de Funchal, conocido como el "Jardim Botânico da Madeira," es una joya verde en medio del Atlántico. Es vecino de otro espectacular paraíso tropical, el Jardín Tropical de Monte Palace. Ambos están situados en Monte, una población ubicada en la parte alta de Funchal, conocida por ser el punto de salida de los carros de cesto, 'vehículo' utilizado para descender vertiginosamente hasta las calles de Funchal, por adoquines y asfalto, cuyo uso se remonta más allá de 1850 y hoy se ha convertido en una de las principales atracciones turísticas.
La mejor forma de llegar hasta los jardines (excepto para los que temen a las alturas) es con el teleférico que conecta ambos puntos. Desde el centro de la ciudad, la salida está en el Parque Almirante Reis, al lado del Museo de la Energía y del paseo marítimo. 15 minutos y un desnivel de 560 metros de altura más tarde nos plantamos en una de las panorámicas más bonitas de la ciudad.
La historia del Jardín de Monte Palace se remonta al siglo XVIII, pero es José Manuel Rodrigues Berardo quien lo transforma en lo que hoy en día es. Una explosión verde de plantas tropicales, salvajes e imponentes que se cuelan por pequeños rincones y jardines convertidos en oasis de paz. Allí se escucha únicamente el fluir del agua de sus estanques y arroyos, y es bonito.
Hogar de cisnes, flamencos y otras aves que conviven en armonía, cuenta ahora con unas 100 000 especies de plantas de todo el mundo repartidas en una superficie de 70 000 m². Entre otras cosas que atesora, el pez koi asiático, y también asiático el puente japonés y la pagoda roja, guiño a 'las aventuras de los portugueses en Japón', una de las historias que cuentan los mosaicos de azulejos repartidos por el camino del jardín.
Antes o después del paseo, el motivo del viaje a lo alto de la isla. En la entrada del parque espera una agradable sorpresa: Greenhouse Coffee Roaster. No es un invernadero cualquiera, sino una encantadora cafetería, pero dentro de un invernadero, de estilo nórdico, con gusto y algo industrial, cuenta también con una agradable terraza y maravillosas vistas, ¿y lo mejor?: tienen muy buen café.
En el menú ofrecen una amplia selección de cafés, como expreso, blanco sin gas, de filtro y cold brew, también zumos prensados en frío. Se acompañan con delicias tartas caseras, dulces y saladas, -y pasteles de nata, claro-, o si se prefiere, yogur casero con granola o fruta fresca. Algo más contundentes son sus quiches y saludables ensaladas. Fresco, bonito y rico, es su regla en la cocina, además varían a diario y puedes encontrarte con versiones como la de calabaza, ricota y pepino o la de pastrami, granada encurtida y almendras tostadas.
Poncha time
El poncha es la bebida local a base de aguardiente de caña y miel y, en la mayorjugo de limón fresco. Su sabor es una perfecta mezcla de dulzura, acidez y una 'agradable' calidez del aguardiente. En el barrio de pescadores de Funchal, también conocido como Zona Velha, encontrarás varios lugares donde puedes disfrutar de algunas de las más auténticas. Uno de los lugares populares para probar esta bebida tradicional es el "Barreirinha Bar Café (Rua de Santa Maria 167), se encuentra justo frente al mar, en una de las calles más antiguas y con más historia de la Zona Velha.
El crucigrama de calles estrechas que conforman la Zona Velha, más allá de regalar amenos ratitos en torno a el poncha, ayuda a sumergirse en la cultura de Madeira. Recorrerlo por la tarde cuando cae la luz del sol y se cuela entre sus callejones adoquinados es uno de los inconfesables placeres del día. Prohibido decir que no te avisamos. Subir hasta su fortaleza y volver a bajar hasta la orilla del mar, cuando uno de verdad lo aprecia, son momentos que no están pagados, ni falta que hace.
Cena en una quinta
Refugiarse en una de la quintas que se esconden alrededor de la isla es también una buena forma de sumergirse en la cultura desde bien adentro. Estas mansiones reconvertidas en hoteles boutique son la herencia de las fortunas amasadas por los insulares a partir de, primero, el cultivo de la caña de azúcar y más tarde el de la vid y las plantas tropicales que crecen a sus anchas por cualquier rincón de la isla.
Con pocas habitaciones pero sin escatimar en el suficiente personal para hacerte sentir en casa, aunque actualizada a las necesidades y comodidades del momento, en sus estancias y decoración se cuida hasta el mínimo detalle. Algunas de ellas ofrecen una propuesta de restauración a la altura de la estancia.
Ocurre con Quinta do Branca, una de las fincas más exclusivas de la isla en el corazón de un maravilloso jardín botánico, situado cerca del centro de Funchal, lejos del bullicio. Miembro de Small Luxury Hotels of the World, es el primer hotel de diseño inaugurado en Madeira y fue galardonado por su arquitectura audaz e innovadora con el premio Arquitectura de la Ciudad de Funchal en 1999.
Cuenta con dos restaurantes: Casa da Quinta Restaurante & Bar, una alternativa más desenfadada e informal y The Dining Room, con un esmerado servicio a la carta con cocina gastronómica contemporánea.
Día 2: carretera y más poncha
La alarma suena dando la bienvenida a una segunda jornada que comienza con un energizante desayuno - a la carta- en la planta baja del hotel. Después, subido a uno de los jeeps de Bravelanders, toca explorar este inmenso jardín salvaje con acantilados de vértigo y colarse por las levadas, antiguos cauces de regadío que hacen las veces de senderos para los excursionistas. Si hemos sido previsores un picnic improvisado en medio de la ruta con productos regionales como el "bolo do caco" y el "linguiça," un embutido local, es la clave.
A bordo de este 4x4 se puede descubrir la isla a partir de uno de sus itinerarios que llegan hasta donde muchos otros no pueden. Miradores que quitan el hipo, bosques de laurisilva o la Calheta, una de las pocas playas de arena con que cuenta la isla, son algunas de sus paradas.
Más vino en el Hawai europeo
En esta ocasión en el itinerario estaba Terrabona Nature & Vineyards, el sueño de Maria João y Marco Noronha, convertido en refugio enológico y de bienestar situado en un entorno puro y natural. Sus viñedos comparten entorno con frondosos bosques y cuentan con unas vistas sobrecogedoras con el Atlántico de frente. Acercarse a conocer sus vinos es una justificada excusa para quedarse a pernoctar y darse a la buena vida en su jardín y wellness que cuenta con una sauna de ensueño e infinity pool.
Se han dedicado a recuperar la variedad Arnsburger, un cruce de dos tipos de Riesling, que cuenta con esta pareja de emprendedores como principales productores. No se echa en falta nada, ni la buena mesa, a cargo de un chef de Funchal que contratan para las cenas.
La isla de la banana
Por el camino, es imposible pasar por alto la fascinante cultura bananera que florece en la isla. Estas tierras fértiles son ideales para el cultivo de plátanos, lo que convierte a Madeira en uno de los principales productores de plátanos en Europa. Los agricultores siguen utilizando métodos de cultivo tradicionales que involucran el uso de terrazas y riego por gravedad. Transmitidos de generación en generación, contribuyen a su singularidad y a la de la isla, donde miles de plantaciones salpican sus montañas con pronunciadas pendientes hipnotizando la mirada de cualquiera.
Además de en sus plantaciones, en el mercado se encuentran puestos llenos de estos frutos tropicales y entre ellos, la variedad nativa de la isla ‘Banana da Madeira’, distintiva por su sabor dulce, maduro, lo justo para derretirse en la boca. Los plátanos de Madeira son un ingrediente común en la gastronomía local. Se utilizan en una variedad de platos, desde aperitivos hasta postres. También se pueden encontrar en forma de mermeladas y licores. Hasta cuenta con celebración propia: 'La Fiesta del Plátano', en Marzo, en la ciudad de Madalena do Mar, donde se encuentran las mayores plantaciones.