Barro está a menos de dos horas de Madrid y menos de 15 metros de la muralla de Ávila. No es otro asador donde reina el chuletón, ni es lo que pretende, pero también lo trabaja. Carlos Casillas, esta al frente de este gastronómico que ha roto con el paradigma echando raíces, apostante por un territorio. Un esfuerzo titánico con el que tan solo siete meses tras su apertura acaba de ganar no solo primera estrella Michelin, también ha ganado la estrella Verde Michelin en una sola edición, convirtiéndose en el más joven de la historia en conseguir este reconocimiento, el primero también en la historia abulense.
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Casillas, también nominado a Cocinero Revelación - resultado que se conocerá el próximo 30 de enero durante la celebración de Madrid Fusión-, emprendió hace años una carrera que está resultando estelar y convertiría el 'fracaso' de sus abuelos en éxito. Dejó su ciudad para irse a formar al Basque Culinary Center. Sus abuelos le animaban para hacerlo, pesarosos por el hecho de que en “Ávila no había futuro”. “El día que te vea en esa guía entenderé porque te has quedado aquí" le dijo su abuela.
Es el reflejo de cómo un equipo jovencísimo puede mover montañas y expandir las murallas de Ávila mucho más allá. Tan solo seis personsas que no superan los 26 años. Casillas tiene 24 y hasta el 15 de marzo completará otra vuelta al sol, lo que le convierte en el chef más joven de la historia en conseguir la estrella Michelin, 'arrebatándole' el puesto a Alejandro Serrano que la consiguió en 2021, con 25 años.
Un restaurante millenial
Tras regresar, del bar de vinos a Barro tuvo que pasar antes por MûD Wine Bar, “necesitábamos cerrar una financiación y la certeza de que esto iba a funcionar. Abrir Barro era un riesgo muy grande, pero necesitaba entender que el público estaba preparado” y por eso puso primero el menú a 39€ en un comienzo. "Unos meses de impasse que nos permitieron desarrollarlo todo y poco a poco fue llegando el equipo.
El que dirige Carlos es un equipo formado por seis personas con edades comprendidas entre los 21 y los 26 años, "todos vivimos aquí al lado, andando tardamos 5 minutos a casa. Jaime mi mejor amigo de la universidad y compañero de piso; con Cristina se reencontró después de la universidad; Diego cuando terminó Noma volvió a España para incorporarse a Barro". Asegura que el proyecto camino solo, nada de socios, “el dinero llega, lo mejor que está teniendo ahora este proyecto no es dinero. La ilusión…”.
El reconocimiento de la Guía Michelin, con el pasaba a formar parte sus páginas a finales de septiembre, era solo la antesala a lo que estaba por llegar: "este reconocimiento hace que nos sintamos orgullosos del por qué de nuestro proyecto: la vuelta a nuestros orígenes para situar Ávila en el mapa gastronómico. Nuestra ciudad es una tierra con gran diversidad y riqueza agroalimentaria y, para nosotros, esta mención es una muestra de que apostar por ella merece la pena.” -comentaba el chef al comienzo del otoño. Confiesa, “me está dando un poco de vértigo todo lo que está pasando”, emocionado también por estar entre los candidatos a cocinero revelación. Aun así, en la propia Ávila en apoyo tardó en llegar "unos dos o tres meses. La gente ha empezado a venir cuando ha llegado el elogio de fuera”.
Un abrazo al territorio más allá de la muralla de Ávila
Desde ese pequeño espacio, en el número 6 de la calle cerrado al mundo exterior por una robusta puerta encargada de ese paso a otra dimensión, sin moverse de la mesa, se ve Ávila. Se ven las montañas de Gredos, se ven los prados donde pastan las ovejas de José y se ven también las viñedos que custodia Carlos desde que los plantara su abuelo. Ignacio de Hortícola de Cebreros; la huerta de María en Cortos; los caracoles de Gredos; los corderos de Toñín, en Navarrevisca; Mariano, de Huevos Teco; las carnes de Rafael González en Navaluenga; Israel y Héctor de Cervezas Raíz Cuadrada; la quesería Montealijar, en Las Navas del Marqués o Eloy de la cooperativa de aceite de oliva virgen extra El Puente... y así hasta 60 proveedores de la zona dan sentido a Barro.
Esa amenazada es la trucha "que sufrió la invasión de los cangrejos y la suciedad de los ríos". Sirve sus lomos madurados durante una semana, con la piel marcada con una brasa, infusión dashi con katsobutsi de trucha y limón quemado, y la parte que no maduran una tartaleta con una tartar con ella. Lo presenta con un vino de Alsacia "región también que ha sufrido la pérdida de las truchas" con 23 años de envejecimiento.
El alburno es como el boquerón de río a la andaluza, que siempre les "gusta comer pero no pueden trabajar trabajar". Lo convierten en boquerón en vinagre y anchoa con manita cesárea y mantequilla en crudo y lo acompañan del albariño Fulcro de Manuel Moldes. Llega la castaña, "durante muchos siglos base alimentaria antes que la patata", la han querido dar valor con “robándole una receta" que acompaña al tubérculo: castaña a la importancia, con un bouquet plantas silvestres y colirabano mini.
Trabajan muchos frutos secos en tierno, por el recuerdo a las nueces verdes que le daba "su abuela en el pueblo". Con este recuerdo elaboran una horchata de pistacho con tartar de manzana verde y pistacho a la parrilla. Un plato de transición antes de la paloma tradicional de Castilla, madurada en koji, cocinada a la parrilla, remolacha en la base y una pipirrana de almendra verde.
También hay pollo de pastos, que ayudan al cuidado del suelo, "normalmente las gallinas son muy destructivas, este pasto lo dejan en barbecho". Y como pollos de pasto, llevan al comensal de la mesa a la barra donde han cubierto una parte con ese pasto y sirven un paso a partir de ese ave: la gilda, el corte de helado de leche de cereal con la piel de pollo crujiente, cuello de pollo embutido en una brocheta como se hacía antiguamente en las matanzas, piñones y cebolla pochada. Para acompañar, Manzanilla de Sanlúcar y albillo real, de Bárbara Requejos en Ávila. Un experimento de “200 botellitas, para exportar a Inglaterra pero alguna me quedé aquí”
Finalizando el menú llegan postres que se alejan del dulce convencional. Uno a base de setas de cultivo propio, confitadas en mantequilla, brotes de pino fermentado y sirope. Un helado de monte bajo con polvo de hoja de higuera, acompañado buñuelo de viento frito con crema de algarroba y el broche final con Malus Mala, "quizás la joya de todas las bebidas dulces que existen en España, nadie sabe cómo se elaboran. Sacan botellas 2500 en función de la añada, que se venden a cupo".